Sexting: lo que pasa en la cuarentena se queda en la cuarentena

Sí, sexting , estamos hablando de eso y posiblemente no dejemos de hacerlo por un rato
Sexting: lo que pasa en la cuarentena se queda en la cuarentena
 

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Y si en medio de la cuarentena encuentras a un hombre, un hombre inteligente, alto, lindo, con ese reflejo varonil que esconden ciertas miradas, con ese toque de picardía que desvela. Y si ese tipo tiene, además, novia, es inalcanzable, está lejos y la cuarentena te impide concretar nada. ¿Qué harías si chocas, en términos cibernéticos, con algo así? 

Pues lo aprovechas o al menos es lo que hago. Porque sí, en este encierro todo se vale, el sexting se vale, desconocerse se vale, no preguntar también y disfrutar de ese morbo de la distancia y la imposibilidad se vale con todas las redundancias que implica.

Sí, sexting, estamos hablando de eso y posiblemente no dejemos de hacerlo por un rato. De manera consciente sabemos que esta práctica no es segura, que nos exponemos a que alguien comparta nuestras fotos o videos eróticos y así nos denigre y seamos víctimas de acoso. Para nuestra suerte existen aplicaciones más seguras que nos permiten compartir material de corte sexual. Por ejemplo, para enviar mensajes y contenido multimedia encontramos a Signal y Telegram, dos app donde puedes destruir la información que envías e inhabilitar las capturas de pantalla, incluso en esta última dispones de una función para bloquear reenvíos. 

Otra herramienta con cifrado de punta a punta es Jitsi, ideal para las videollamadas porque vernos tiene más relevancia. Disfrutar de las reacciones del otro le da más sustancia al asunto. 

¡Ah!, y para evitar que tus rasgos faciales anden deambulando por internet existe ObscuraCam. Es esencial para difuminar rostros en las fotografías. Un detalle importante es tomar las fotos desde la propia aplicación, porque así impides el rastreo de datos tales como ubicación, horario y fecha o información referente a tu dispositivo móvil.

Sabemos que el sexting es riesgoso pero los márgenes de ese riesgo no son precisos cuando nos estamos divirtiendo, porque hay un algo animal, instinto le dirían algunos, que nos arrastra a saltarnos las normas y compartirnos con ese otro es evadir la norma, escaparte.

¿Y cómo terminé así? Cada historia tiene un comienzo y aquí ese inicio se llama cuarentena, COVID-19, aislamiento social y todo lo que nos trajo el nuevo coronavirus. Yo estaba recluida en casa, luchando con una lista interminable de cosas que hacer que sigo postergando, y aburrida de huir de fake news y de los tantos retos que circulan por internet. 

El hastío tiene maneras muy propias de romper la calma. Bien pudiera haber tomado una almohada y haberla usado de vestido, pero no, mi aburrimiento tenía otros planes, estaba “aburrido” de mi pereza comunicativa.

Entonces, Facebook que no tarda en dar ideas me puso delante a un “amigo de mis amigos”, llamémosle M. En la foto sus ojos se perdían en algún punto lejano fuera del lente. Él no quería mirar fijo, prefería perderse. ¡Sorpresa!: yo tocando Añadir.

Ya estaba hecho. Habría que ver si me aceptaba.

M aceptó como quien le brinda un pedacito del felpudo de la entrada a quien se moja con la lluvia. Una desconocida más que seguro no le escribiría, pero esta sí escribió. Una vez rompes ese primer silencio todo resulta más sencillo. Obvié que si quería hablar con M necesitaba stalkear su perfil cuanto antes. Estuve mirando un post tras otro, él solía causar mucha polémica, sus ideas parecían incomodar a varias mujeres.

Evidentemente, era un provocador y eso me gustaba. Hasta que encontré una publicación reveladora sobre la masturbación femenina. Un hombre compartiendo las maravillas de la masturbación femenina, libre de tabúes.

Al fin teníamos un tema en común.

Siempre he detestado las conversaciones del tipo “muéstrame tu árbol genealógico” y evitaría una de esas con él. El primer encantamiento de M fue mi pelo, posiblemente lo que más se viese en mi foto de perfil, y hoy sigue siendo uno de sus tópicos preferidos: sueña con la manera en que sus dedos se enredarán, si llegan a hacerlo, en mis rizos. Y luego vendría el único apartado donde podríamos converger: el auto placer femenino. 

Primero esbocé el tema como si fuese el leve toque de un pincel en un cuadro, con sutileza, pero M captó la indirecta, indirecta que admito fue inconsciente. Yo solo mencioné su post y él preguntó si hablaríamos sobre eso y de ahí saltamos al machismo y luego a mis nalgas. Como llegamos ahí, tan rápido, es algo desconocido: M y yo teníamos una sincronía envidiable, tenemos…

Me negué y estuve ruborizada por largo tiempo, aunque ya no estuviésemos hablando de mi cuerpo o mi estatura porque M es realmente alto, casi dos metros y yo no paso del 1.55. Literalmente debo llegarle por la cintura, aunque ahora eso no es comprobable, nos separan kilómetros de distancia dentro de esta isla, y una pandemia. Tampoco el tamaño es relevante en lo que a M y a mí nos interesa. Hay sitios donde la estatura, si alguna vez importó, pierde toda relevancia.

Todo se fue enredando en una madeja de sensaciones que él me despertaba y no pude evitar preguntar si hacía esto con otras y la respuesta fue sí. Lejos de molestarme me encantó más. M seguía siendo un imposible maravilloso, justo lo necesario para no aburrirse. También lo furtivo fascinaba, él tenía que escabullirse para escribir, cuidarse de no ser atrapado.

Como ya dije que esto es sobre sexting no están lejos de imaginarse que todo giraba alrededor de mi cuerpo y sus voluptuosidades. Yo no necesitaba ver desnudo a M, me bastaba todo el morbo que llevaba consigo, esa sensación de ser sometida desde lejos, la dominación invisible que ejercía porque M disfruta y sabe poner la situación a su favor. Él también se mostraba, pero yo le restaba importancia, incluso borraba sus fotos. 

Yo solo quería vivir el deseo.

Recordé un fragmento del libro Cuerpo Público de la escritora cubana Dazra Novak, que esgrimía precisamente lo que me encendía M: “No es el sexo por el sexo: es la entrega a su persona y yo disfruto que me mire, es mi forma de decirle: soy tuya. Ser del otro, saberse poseído, vulnerable. Amar el dominio que ejerce el otro sobe uno, prolongarlo desde el placer”. Él no podía mirarme, no al menos en el mismo espacio físico, pero era otra la conexión y ya el sexo había comenzado porque todo surge dentro de nuestro cerebro y M había tumbado la puerta sin pedir permiso.

Continuará...