Una pelea cubana contra los nuevos demonios

En zonas cercanas a Santiago de Cuba la población ha comenzado a quemar colonias de murciélagos por considerarlos agentes transmisores del coronavirus.
Una pelea cubana contra los nuevos demonios. Ilustración: Armando Tejuca
 

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Es como si de pronto la isla de Cuba hubiera retrocedido al oscurantismo del medioevo. En zonas cercanas a Santiago de Cuba la población ha comenzado a quemar colonias de murciélagos por considerarlos agentes transmisores del coronavirus.

A esta altura del siglo XXI el miedo y el desamparo de esos seres que ya no creen en nada ni en nadie, como en aquellos tiempos lejanos de la peste, ven en lo extraño un enemigo. Reviven el terror ancestral a los vampiros y pretenden salvar su vida borrando la causa de la faz de la tierra. Solamente faltaría que invocaran al diablo y echaran a la hoguera todo lo que se relacione con estos pequeños mamíferos voladores, habitantes de la noche.

La noticia de finales de septiembre parece ficción. Tiene un aire antiguo, como la penumbra en las montañas que rodean al castillo del Conde Drácula en Rumanía. Pero no, los hechos han sucedido en “la Sierra de la Gran Piedra y los poblados costeros del Parque Baconao, ubicado al este de la bahía de la ciudad de Santiago de Cuba”.

Las autoridades confiesan que no saben qué hacer. Pero no es de extrañarse, porque las autoridades cubanas nunca saben qué hacer, ya que no tienen idea de lo que eso significa, ni se enteran de la realidad del país, ni poseen autoridad para solucionar, sino para esconder y reprimir. 

Sigue la nota informativa aclarando que “lo que en principio parecían actos esporádicos contra los murciélagos se ha convertido en hechos sostenidos, a medida que la provincia colapsa por la expansión de la Covid-19. La matanza y quema de esos animales se ha agravado con la circulación de cepas más agresivas”.

Es como si todos los habitantes de esas zonas hubieran asistido a un ciclo de cine donde se exhibieran películas de terror como “Cujo, el perro asesino”, algunas de vampiros o epidemias extrañas y el espíritu de las brujas de Salem se hubiera instalado en la región analizadas siempre desde el punto de vista ideológico, como hace con esa prístina claridad el partido comunista. El terror a todo lo que vuela de noche hizo el resto, aunque según un testigo del lugar, el desencadenante pudo ser otro: “al ver los entierros constantes en las fosas comunes de los cementerios de la Arenera, El Oasis, Juraguá, El Brujo y Sevilla, y la presencia de millones de murciélagos, la gente se sitió amenazada y le dio candela a los refugios".

De manera que el cubano del siglo XXI retrocedió cerebralmente al XV o más atrás. Sin evolución el cerebro involuciona. La impotencia de no tener una vida que alcance para disfrutarla, más el machaque indecente de triunfalismos, virilidad combativa y justificaciones por el criminal bloqueo, tienen un efecto tan destructivo sobre las neuronas como el ácido nítrico.

Han tenido que entrar al ruedo los científicos explicando que los murciélagos son mamíferos feos, pero inofensivos y útiles. Más inútil y dañino es, por ejemplo, José Ramón Machado Ventura y a nadie se le ha ocurrido aún darle candela, aunque Dios sabe que lo merece. 
Se ha llegado a calificar estos actos vandálicos (la quema de murciélagos, no las ganas de incinerar al dirigente partidista) como "solución demencial", y a justificar tales reacciones extremas por "la baja cultura general y ambiental". Una cultura ambiental que refleja el ambiente de toda Cuba, con una pobreza galopante y unas carencias de la que los pobres murciélagos no han participado, aunque la región ha de tener algo diabólico en la atmósfera que motivara los irracionales fusilamientos masivos ordenados por Raúl Castro al inicio de 1959.

Y menos mal que a nadie se le ocurrió culpar de la pandemia al embargo imperialista, ni decir que los murciélagos, que son fundamentalmente insectívoros (al menos 17 especies cubanas) y son el control natural de los mosquitos, entre ellos los transmisores de enfermedades como el dengue, zika y el chikungunya, están entrenados y pagados por la CIA.

Pero nada, el miedo es miedo, y cuando se junta con la ignorancia y el fervor revolucionario pueden nacer nuevas tribus de reductores de cabezas, como las que habitan en las selvas del Amazonas. 
El texto se extiende contando que “en Ramón de Las Yaguas, El Triunfo y la Meseta de Santa María de Loreto se infestaron decenas de familias y, como no han podido contener la propagación del Covid-19, varios vecinos "conformaron una partida para achicharrar cuanta colonia existe en los lomeríos".

No son iniciativas individuales motivadas por el temor de un hombre o su familia. No son dos o tres lunáticos que deciden convertirse en caza fantasmas o caza vampiros. Son equipos, partidas, escuadras para-militares, similares a las que lanzan a la violencia para defender no sé qué logros de la revolución, cuya misión en este caso es combatir supuestos enemigos invisibles.
Olvidan que la situación actual existe por el pésimo manejo de la pandemia hecho la dictadura, que no cerró a tiempo el país porque el mofletudo primer ministro, el coronel que fuera ministro del ramo, afirmó que el sol de Cuba era el remedio más eficaz contra los gérmenes de la COVID-19.

Los habitantes de esa zona dejada a la mano de Dios no están muy enterados de todos los disparates que el gobierno cubano ha cometido en su lucha contra la epidemia, que ha preferido apostar a lo político y al golpe publicitario de inventar, o tratar de hacerlo, no una, sino tres o cuatro vacunas para vender a países menos exigentes en lo científico, en lugar de aceptar ayudas externas.

Si estas partidas de rancheadores contra murciélagos, a los que no solamente queman, sino que asfixian y eliminan destruyendo sus refugios, quisieran en realidad castigar a culpables más directos del deterioro, el pesimismo y la desesperación, de la que el coronavirus es un mal agregado, les sugiero asaltar y dar fuego a otras cavernas y refugios donde se esconden especies más peligrosas y nocivas: El palacio de la revolución, Villa Marista, las estaciones de policía a lo largo y ancho del país, todos los cuarteles de la Seguridad del Estado en la isla, las casas de visita del PCC y sus sedes provinciales, municipales y regionales y todas las instalaciones militares que se prestan para reprimir al pueblo y no ayudar a sobrevivir los desastres que han traído al país “el delirante en Jefe” Fidel Castro y sus seguidores.

No digo que funcione, pero si se quisiera creer en un acto de magia y de justicia, que los vecinos de esos sitios tan preteridos hagan rodar hacia la cercana fosa de Battle el simbólico seboruco donde se supone estén las cenizas del gran culpable. 

Tal vez no resuelva mucho y no se hundan con él todas las desgracias, o termine milagrosamente la pandemia. Pero a mucha gente le dará como un alivio y una gran alegría. Como cuando empieza a amanecer, vaya. Y a esa hora ya los pobres murciélagos se habrán ido a dormir. Menos el símbolo de Bacardí, que alumbra a veces para que no se olvide cuando Cuba era próspera.

Escrito por Ramón Fernández Larrea

Ramón Fernández-Larrea (Bayamo, Cuba,1958) es guionista de radio y televisión. Ha publicado, entre otros, los poemarios: El pasado del cielo, Poemas para ponerse en la cabeza, Manual de pasión, El libro de las instrucciones, El libro de los salmos feroces, Terneros que nunca mueran de rodillas, Cantar del tigre ciego, Yo no bailo con Juana y Todos los cielos del cielo, con el que obtuvo en 2014 el premio internacional Gastón Baquero. Ha sido guionista de los programas de televisión Seguro Que Yes y Esta Noche Tu Night, conducidos por Alexis Valdés en la televisión hispana de Miami.

 

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