Mis padres tienen 86 y 87 años. Desde hace veintitantos vivimos los tres en un apartamento del “realismo socialista”. (Decir “convivimos” sería una ironía). Nos mudamos aquí en 1998, en lo menos álgido de la primera parte del ¿otro? período especial. Dígase entonces, que fuera “el original”.
Trajimos nuestro amasijo de huesos mal atados un tin tarde al convite de “esta obra de choque” del comunismo-partido-por-el-eje, para saludar su primer congreso, en 1975, justo al segundo bloque de un reparto nombrado como mártir vietnamita. (No había sobre el tapete nominal, por lo visto, nadie del patio meritorio de otorgársele el honor).
Incoherencias aparte, fue construido “nuestro edificio” con todas las de la ley: aceros de primera, tuberías galvanizadas, cementos certificados, etc., y extrema supervisión profesional sobre los constructores “voluntarios” que acometieron su alzamiento de cinco sólidos pisos. (Aquí resistimos tres huracanes y multitud de atentados de la chivatería circundante).
Lo hicimos, porque vivíamos en otro bloque, pero en un tercero. Y necesitábamos descender ante la gradual fragilidad de mi parentela. Además, que ganábamos el servicio de gas que antes no teníamos. Mirábamos, pues, con luz larga los peligrosos tiempos por venir. Y la llama inextinguible del fogón.
Mi madre y mi padre, pensionados los dos, recibían 150 y 220 pesos mensuales, respectivamente. Retirada ella bajo comisión médica y él ingeniero agrónomo jubilado con 33 años de servicio. El juego de cuarto donde descansan sus cuerpos tiene más de siete décadas y un colchón exhausto que se ha reparado una y otra vez sin consuelo.
Muchos cubanos que partieron al exilio se erigen hoy “en la seguridad social de sus padres”. Y yo apercibo un tufillo a venganza filial y egolatría en admitir tal aserción. Quizá porque nunca me fui de Cuba y cargué con esa responsabilidad contra toda lógica. Patriota que soy.
Porque la fallida revolución del comandante no puede ser la excusa para incentivar el éxito allende los mares de sus hijos díscolos o avezados. La causa ha estado en las políticas que se han seguido dentro a pies juntillas desde el comienzo mismo de un proceso que alardeaba de la igualdad que jamás logró, porque siquiera se lo propuso con honestidad.
También la extraña prueba de asistematicidad —con que los involucrados en los devaneos del régimen han asumido su puesta en práctica— de “nobles” implementaciones y legajos teorizantes, demuestran la improcedencia del etéreo ideario castrista, carente de contundencias reales.
Si algún acápite fue loado en grado superlativo hasta dejarles desgañitados fue, además de “la esmerada atención a la maternidad e infancia”, el trato así deparado y los programas previstos para garantizarles la senilidad a nuestros venerables progenitores.
Muchos contemporáneos míos, los que perviven dentro del cepo, se escandalizan ante las historias de vida de algunos de sus ancianosestorios súbitamente re(de)velados, esos que tan escasamente pueden —y saben cómo— hacer valer sentimientos encontrados y decepciones afines en medio de la presente tragedia nacional.
Ha declarado, por ejemplo, el actor Luis Alberto García Novoa, quien ya frisa el canicidio, lo siguiente: “Sobran las palabras. Alma y corazón partíos”.
Ello, a propósito de un post publicado el pasado 6 del corriente por Nilda Bouzo (1942), que tiene tres perfiles en activo en la red FB. Debido quizá a la andanada de “líos” en los que se metió tras justos reclamos redactados como “opinión política” en algún blog replicante.
En un país tradicionalmente “apolítico” y “acrítico”, según consta en el imaginario social que el régimen ha instaurado ladrillito a ladrillito, concienzudamente, cuando una persona libera semejante dolor, a esa edad, desdice más que mil discursos y un millón de mesas informes anegadas en baba patriarcal.
Se intuye que Luis Alberto conoce de cerca a esta persona infeliz, o le tiene gran estima, pues agrega en el post replicador que “Esto que narra esta abuela me rompe en pedazos y no creo que sea un invento”.
Nilda Bouzo, más conocida como La China, graduada del Instituto Superior Pedagógico de Lenguas Extranjeras, y artista empírica de las artes plásticas, tuvo que cerrar su muro anterior sin explicar si posee sostén financiero fuera del país. Pues la abuelita se ha convertido, desde hace algún tiempo, en baluarte para la divulgación de cuestionamientos dirigidos a la sorda oficialidad acerca del desamparo que sufren los ancianos “revolucionarios”, no invocando la perspectiva estratégica de un cambio de personeros y vividores, si no del régimen entero.
La extendida ocambez insular, que incluye a mis padres lelos y cegatos por añadidura junto a los que mandan, sigue creyendo —gracias a la efectivísima propaganda de la familia terrible— que hoy ya “son buenos cantidá”, y aún los mueve el “entusiasmo revolucionario” de los primeros días, por haber sido designados estos herederos “desde allá arriba”, y a sus patrocinadores, más.
El texto de Nilda, en esencia, plantea al gobierno en su destemplada cara la necesidad de reconsiderar, con humanitarios significantes, la crudeza que sufre la senectud en la isla para poder lidiar con la creciente crisis, independientemente del resto del pueblo igual de agobiado por las miserias que repartidas entre tantos, en lugar de aminorarse según se espera, tocan a más.
Porque con “El otro rostro de Cuba” que fuera nombre del texto, descansa una foto elocuente que subtitula: “la impotencia y la ofensa que se siente es mucha”.
“…porque queremos vivir mientras podamos valernos y nuestro raciocinio se mantenga como hasta hoy.” Agrega dolida.
“Según el noticiero, las personas más vulnerables son los enfermos y los de más de 70 años, los que viven solos, …Ives (esposo)… tiene 85, es hipertenso, y yo 78, con una cardiopatía avanzada y otros padecimientos crónicos. Camino apoyada en un bastón de antebrazo por artrosis y problemas de rodilla. Si caemos con este nuevo coronavirus, estoy segura no la pasamos”.
Esa revelación de una mujer empoderada, harta de burlescas contradicciones, despierta solidaridad. Y continúa:
“Por la televisión dicen ‘…está garantizado que las personas solas de más de 60 años permanezcan en sus hogares, porque almas caritativas los visitan diariamente para ayudarlos a solucionar sus urgencias básicas’. Y ‘…hay que cuidar que los abuelos se queden en casa’. Todo eso lo repiten a diario.”
“Parece que somos ‘el matrimonio de abuelos invisibles’, o quizá en nuestra circunscripción los encargados tengan una bola de cristal donde pueden ver que estamos bien, porque hasta ahora nadie nos ha insertado en ningún plan para ancianos para poder quedarnos en casa”.
“No cuento esto para agobiar con nuestras miserias humanas y estoy segura que no somos un caso único. Solo lo comento para que conozcan que no es cierto que todos los viejos estamos atendidos y cuidados como dicen por el noticiero. Soy consciente de lo que está ocurriendo a nivel global con esta pandemia, lo que ocurre en el resto de los países con miles de enfermos y fallecidos, lo mal que funcionan sus sistemas económicos y de salud”.
“Para ser franca, hoy día conozco más del resto de los países que del mío. Lo que nos muestran de aquí y del modo que funciona nuestro sistema hace pensar que vivimos en un país de ensueño comparado con el resto del mundo. A veces le digo a Ives por qué no nos vamos a vivir a esa Cuba que nos proyectan por la televisión”.
“En los cuatro o cinco noticieros diarios que pasan por cada canal nos están bombardeando hasta con la noticia de la aguja que se perdió en un pajar, mejor si fuera en los Estados Unidos, que es de donde más conocemos, con su racismo histórico, cierto, sus conocidísimas ansias de dominar al mundo, cierto, el bloqueo que (la mayoría del pueblo cubano) hemos soportado sobre nuestras espaldas, muy cierto… y ahora las revueltas que están virando al revés aquel país y los comentarios de las personas en las calles a quienes los periodistas independientes les hacen preguntas y estos responden de corazón, criticando abiertamente la mala gestión del gobierno. Es lo que vemos todos los días por el canal Telesur”.
“Pero me gustaría saber más de aquí, de nuestras deficiencias, nuestros problemas internos, y que los periodistas, igual que en el resto del mundo, pregunten a cualquier cubano lo que piensan de corazón, y sus respuestas, cualquiera que fueran (no solo las favorables, como siempre hacen) también la pudiéramos ver por Telesur”.
“Todos los pueblos están con dificultades por la pandemia, pero existen diferencias de dificultades en cada país. En el nuestro, el peligro mayor de contagio son las colas de horas para tratar de alcanzar la consabida botella de aceite y el pedazo de pollo, sin la garantía de poder lograrlo, como nos pasó ayer, que estuvimos desde las 11am hasta las 3pm haciendo una cola para comprar pechugas de pollo y a esa hora de la tarde anunciaron que se había terminado. Lo que quedaba eran alimentos que no debemos comer y nos fuimos con las manos vacías y el ánimo por el piso”.
“El gobierno está manejando bien el asunto del coronavirus, es el comentario… pero el de las colas no, y esas colas, en las que tenemos que entrar jóvenes y viejos, son un foco de nuevos casos. No se entiende cómo es que bajan las cifras de contagiados porque en los mercados las aglomeraciones parecen para entrar a un cine o un teatro, en lugar de una cola organizada guardando la distancia requerida. Si no han sabido facilitarle comprar a los matrimonios solos y personas solas… imagina enfermos, además. Al menos en el Vedado, que es donde vivimos, nadie nos ha insertado en ningún plan”.
Y termina Nilda de este modo ufano:
“Decidimos no volver a hacer una cola”.
“Aquí hay un control de la población tan perfecto, tan riguroso, tan estricto que se sabe quién vive en familia y quién no. Nuestras amistades y familiares que viven en países donde más brava está la situación por el coronavirus, nos aseguran que no debemos preocuparnos por ellos. Cumplen con medidas de seguridad establecidas para no contagiarse, y lo pueden hacer perfectamente. Cuando salen a hacer sus compras necesarias para la quincena no pasan por las riesgosas dificultades a las que nos exponemos los cubanos”.
“Si bien parece que aquí han podido manejar con inteligencia este asunto del Covid (lo cual parece ser un asombroso milagro por lo que vemos diariamente en la calle, y muchas personas no creen en esas cifras), no han sabido manejar la situación de las colas. Lo han dejado a la conciencia y la disciplina de la ciudadanía, cuando todos sabemos que el cubano no es disciplinado ni en medio de sus desgracias. Y eso lo saben perfectamente los que dirigen”.
Para terminar en decepción rampante:
“Decían por la televisión que en lo adelante seremos más solidarios, más sensibles, más unidos, más humanos, pero veo lo contrario. Siento que ya las personas de mi generación no pertenecemos a este mundo. Nuestras victorias y nuestras ilusiones hace mucho tiempo quedaron atrás y no te exagero. Últimamente estoy analizando si hace tiempo nos hicimos invisibles y no nos hemos percatado de ello. La impotencia y la ofensa que se siente es mucha”.
…
Les he leído fragmentos a mis padres, mientras tragaban rezongando los magros alimentos que no sabrán jamás cómo les he conseguido. Y luego se medicarán antes de dormirse gracias a la caridad tributaria de amigos fieles e instituciones religiosas que a pesar de miserias alarmantes continúan localizando a potenciales proveedores y gente de bien.
Me han mirado ambos con sospecha y chasqueado las lenguas. Sus vetustas incredulidades me reconfortan hasta el punto de sonreír, murmurar un disparate e intentar chapurrearles una nana.
Porque de tanto escuchar lo que como cacatúa repito, en aras de darle alas a la verdad que anhelo aprehendan antes de partir, “saben que soy el enemigo público”, arquetipo del que disiente a perpetuidad, pero lo musitan sin demasiada convicción ya.
E igual son incontestables. Viejos todos —yo incluido—, por tercos. Y no al revés. Como debiera ser. Al menos en eso convergeremos, sin que se sepa vox populi, y en esta triada de intercambios de íntima información: Nilda, mis padres, y yo.