Uno de los problemas de las sociedades sujetas al corsé autoritario es la opacidad de la información y la comunicación, así como la distorsión de la palabra. De esta última han hablado notables intelectuales: George Orwell, Raymond Aron, Octavio Paz. De los problemas de las primeras tenemos noticias cada día. Cuando la imagen, la voz y el dato son escamoteados por un poder inapelable, nadie sabe casi nada.
El mito de que quienes mandan conocen cada detalle de sus subordinados, lo desmienten las revueltas y traspiés cotidianos que ponen en jaque al gobierno y la administración autoritarios. Y si la realidad llega distorsionada a aquellos que tienen mil mecanismos para monitorearla y, supuestamente, preverla, más ardua es la tarea de quienes, desde abajo, buscan comprender quiénes son, qué quieren y a qué pueden aspirar.
En fechas recientes, la heterogénea, fragmentada y diversa sociedad civil cubana ha empujado los márgenes de su sistema político buscando espacios para reivindicar sus identidades y demandas específicas. El variopinto éxito de esas iniciativas, en el espacio físico o virtual, siempre ha tenido como impedimento la restricción oficial a toda forma de expresión de disenso o autonomía colectivas. Aquello que los clásicos de la acción colectiva llaman la estructura de oportunidades políticas es, en el contexto cubano, muy restrictiva.
Sin embargo, no son únicamente la censura al reconocimiento legal o los vetos oficiales a la manifestación las barreras que impactan un mejor posicionamiento de los activistas cubanos. Falta una suerte de mirada interior sobre la composición, aliados, frenos y, sobre todo, demandas poblacionales que atentan contra una mayor presencia del activismo social emergente de cara a las urgencias de la sociedad cubana. Propongo, en este texto, algunas variables a considerar para dicha introspección.
Lo primero que debe hacer cualquier activismo es dilucidar qué rasgos constituyen el universo de la sociedad civil emergente. Las variables etaria, clasista, genérica y racial son básicas. También el nivel educativo, la creencia religiosa y la ubicación territorial de los involucrados. El tipo de activismo —Derechos Humanos, sindicalismo, antirracismo, diversidad sexual, género, ambientalismo, comunicación alternativa, artivismo, comunitario, entre otros— deben ser parte del perfil a considerar para quienes deseen construir una foto, siquiera aproximativa, de la ciudadanía activa realmente existente.
Pero no existe activismo sin un contexto que le enmarque y que, simultáneamente, busque transformar. Poniendo un lapso temporal —un mes, un semestre, un año— para la indagación, sería bueno conocer si la situación general del país ha mejorado, ha empeorado o sigue igual. Asimismo, indagar acerca de los problemas principales del país: alimentación, ingresos, salud, educación, violencia social y doméstica, vivienda, transporte, degradación ambiental, falta de libertades, entre otros.
Es importante develar cómo la gente percibe y evalúa las acciones de las “partes” que componen el marco de acción social. Siendo el Estado el principal responsable de lo que sucede (o no) en una sociedad bajo control autoritario, es clave saber si la atención y control estatales a la población han permanecido, aumentado o disminuido. Del otro lado, indagar sí la insatisfacción, información y movilización ciudadanas crecen, se reducen o permanecen en niveles acostumbrados. Por último, cruzando ambas variables, es clave averiguar los niveles de apoyo, rechazo o apatía de la población, respecto al “sistema”.
Quizá sea más difícil —por la implicación psicológica de los sujetos, encuestadores y encuestados— tener una foto aproximada del estado de la sociedad civil. Pero resulta absolutamente necesario. Interrogarse si, por ejemplo, los actores de aquella han estado más, menos o igual de activos que en algún período anterior. Saber si han logrado conectarse mejor, peor o igual con la población. Conocer si han proyectado mayor, menor o idéntica acción ante el Estado. Evaluar si los grupos que le componen están igual, menos o más integrados entre sí, rompiendo la fragmentación resultante de la represión y la desinformación. También indagar si sus iniciativas son más creativas, eficientes y eficaces, en relación con las metas planteadas.
Ninguna acción colectiva tiene sentido si se plantea, fundamentalmente, permanecer confinada dentro de las condiciones de posibilidad que acotan su emergencia y acción. Proyectar una imagen de país, pasa por orientar lo deseable a partir de las percepciones y demandas de la gente a la que se quiere representar, movilizar y beneficiar. Interrogarnos acerca de si, en un futuro más o menos inmediato, el Estado optará por permanecer en su actual relación de estancamiento, cerrarse o abrirse más a la influencia de su sociedad civil resulta urgente.
En relación con lo anterior, es decisivo esclarecer si —en correspondencia con el nivel promedio de las demandas y actitudes de la población— la sociedad civil debería impulsar un activismo vanguardista —activando a la población y ampliando su accionar—, impulsar un activismo moderado —consolidando lo logrado— o acomodarse a incidir exclusivamente dentro de las leyes e instituciones del sistema. Todas esas opciones comportan, detrás, elementos normativos, recursos varios y resultados divergentes.
Ciertamente puede haber situaciones —una injusticia imprevista, un desastre natural— que demanden una reacción acelerada, instantánea, sobre la marcha. No obstante, la experiencia indica que hacer un activismo tranformador, en medio de un vacío informacional, favorecen la improvisación y el voluntarismo. Condiciones estas que solo conducen, al decir del cantante, a tropezar de nuevo con la misma piedra. Y los sueños y energías de la gente valiosa, creativa y entregada que conforma el grueso del activismo emergente en la Cuba actual, merecen más que un mal estribillo.
Lecturas sugeridas por el autor:
Sidney Tarrow, Doug McAdam y Charles Tilly, Dynamics of Contention. Cambridge University Press, 2001.