Cuba ha entrado a una nueva etapa en su crisis sistémica. Lo inesperado y lo cotidiano, lo previsible y los imponderables, van creando lo que los estudiosos llaman una “tormenta perfecta”. Solo las minorías se enteran de hechos y protagonistas, investigan los detalles, hacen análisis y previsiones que, en ocasiones, se deshacen en una mañana. Así es la vida. Así decían los antiguos latinos: “Sic transit gloria mundi”. Así pasa la gloria del mundo.
Sin embargo, el pueblo nuestro de cada día sobrevive buscando el alimento, la medicina, el agua, la electricidad, el transporte… y una interminable realidad de carencias y agonías. Desde hace unos años se han incrementado las desgracias, las manifestaciones de descontento, los gritos de Patria y Vida, las demandas de libertad, de justicia y de acceso a una vida digna.
Muchas voces de todos los sectores, dentro y fuera de Cuba: de gente sencilla, de Iglesia, de artistas, e intelectuales, de deportistas, de campesinos, de activistas, han venido alertando del peligro, cierto y cada vez más cercano y posible, de una situación de caos, de una explosión incontrolada, de un crecimiento acelerado de actos de violencia y muerte, de una inestabilidad estructural, de una implosión. Esto merece ser estudiado y remediado.
Ante esa matriz de opinión que refuerza el peligro real de un desenlace violento, y ante lo que pudiera avecinarse de desorden por el uso letal de la fuerza, creo que lo mejor para Cuba es que todos contribuyamos a crear un clima de respeto, tolerancia, estabilidad y soluciones pacíficas. Cuba necesita parar esta espiral de violencia, pero no con más violencia.
Todos debemos contribuir al cambio y a la estabilidad: ciudadano y mandatarios. Sin embargo, está claro que hemos llegado a esta situación insostenible de represión y violencia por varias causas:
- No ha habido voluntad política de cambio verdadero.
- Se ha tratado, por todos los medios inimaginables, de conservar el poder y el modelo tal como lo conciben una minoría de cubanos empecinados en el pasado.
- Se han realizado fracasados experimentos sociales con seres humanos para crear un engendro al que se le han trasplantado algunos órganos propios de la economía capitalista y de una moneda extranjera, manteniendo las entrañas de un poder político totalitario y excluyente.
- Esto ha engendrado un monstruo compuesto por lo peor del viejo capitalismo y lo peor del socialismo totalitario.
- La cerrazón y la intransigencia del poder ha excluido toda posibilidad de diálogo, de apertura, de tránsito hacia un modelo socio-político y económico moderno, eficaz, libre y democrático. Eso no conduce a nada.
- En lugar de esa apertura y ante el creciente malestar de la inmensa mayoría de los cubanos que viven en la miseria, el hambre, la falta de medicamentos, la falta de agua y de energía eléctrica, los que ostentan las mayores responsabilidades del país han optado por la violencia, la represión de banda ancha, y la cárcel.
Todos sabemos que cuando el único recurso que queda es la represión y la cárcel, todo el país ha sido empujado a un callejón sin salida. Todos sabemos que la represión no conduce a ningún lugar para la vida de los cubanos más que a la muerte, al caos, al desorden y a la inestabilidad. O se abre el cambio real o el país desemboca en la vía sin regreso de la fuerza y la violencia. Cuba no se merece esto. Nadie tiene derecho de conducir a la nación a estos extremos de hoy. Por este camino no se va a ninguna parte. No hay futuro sin abrir la puerta al cambio. No se puede estirar la liga hasta que se parta. El tiempo de la dilación y la distracción se ha agotado. El país no funciona, se desintegra, pierde a sus mejores hijos. Cuba no se merece esto.
Sin cambio estructural y ordenado, con la participación de todos, Cuba se convertirá cada vez más en un factor de inestabilidad y desorden interno. Y esto impacta en la desestabilización de la región y de sus relaciones internacionales. Esto es, ahora mismo, el mayor peligro de la dilatación de los cambios.
Después del 11 de julio 2021, en que se expresó mayoritariamente la voluntad de libertad, patria y vida del pueblo cubano, el ejercicio de la represión creciente ha convertido a los que tienen la responsabilidad de mantener el orden y la estabilidad, en un factor que crea inestabilidad por los excesos y métodos represivos. Escoger esos métodos que evitan las consecuencias, pero no resuelven las causas, ha hecho caer el mito de que es mejor no promover el cambio para mantener la estabilidad. Hay que tomar nota de que se ha agotado el tiempo y se ha entrado en la etapa final de la violencia y la fuerza. Así que lo mejor para Cuba, lo único que garantiza su futuro, es abrir al cambio para lograr una estabilidad sostenible en libertad, democracia y progreso material y espiritual.
Propuestas
Una vez más repetimos sin cansarnos que la queja, el lamento y la constatación de esta horrible realidad en la que vivimos los cubanos es estéril, inútil, desesperante, sin que propongamos sin desfallecer que hay potencial humano, capacidad intelectual, buena voluntad y propuestas en la sociedad civil cubana para salir de esta crisis sin violencia ni muerte. Muchos me dicen que es bueno proponer, que ayuda a la esperanza, que va creando consenso, pero que sin voluntad de cambio en el poder actual todo esto es por gusto. Esa es precisamente la trampa en la que no deberíamos caer:
Si la sociedad civil deja de pensar Cuba, dejaremos en manos de una minoría agotada el derecho de idear nuestro país.
Si la sociedad civil cubana deja de proponer salidas mejores y viables para el futuro de Cuba habremos dejado ese futuro en manos de los que no quieren cambios.
Si la sociedad civil cubana no crea consensos de mínimos y seguimos con el síndrome del caudillismo, los mesianismos, los sectarismos y las descalificaciones, estaremos haciendo el trabajo de los que no quieren cambios.
Si dejáramos de proponer, el mundo se creería la patraña de que no hay proyecto de futuro en la sociedad civil cubana. Reforzaríamos la falsa teoría de que todo lo que podamos concebir para el futuro será un regreso al pasado y será peor que lo que estamos viviendo ahora. Por eso persevero cada lunes en la necesidad de pensar y proponer:
- Es necesario que el poder en Cuba se abra a un cambio real, pacífico, ágil y ordenado, con la participación de la sociedad civil de la Isla y de la Diáspora: es la única garantía para garantizar el orden interno y la estabilidad de la región.
- Es más urgente que nunca que la sociedad civil cubana piense el futuro de la nación, construya consensos mínimos, trace las necesarias hojas de ruta para una transición pacífica, ordenada, ágil y eficaz.
- Es necesario construir un nuevo Pacto Social, basado en la soberanía del ciudadano, como se viene planteando desde Rousseau con su aporte sobre el Contrato Social, pasando por Montesquieu que propone que el Derecho surge de la misma naturaleza del hombre y el mutuo control y equilibrio entre los poderes, hasta el estimado profesor cubano Faisel Iglesias que nos presenta la importancia de la soberanía del ciudadano. Conceptos y aspiraciones que compartimos.
- Es vital que la comunidad internacional comprenda que apostar a la estabilidad por el camino de la represión y la cerrazón es una concepción estratégica que ha quedado superada y obsoleta.
- Esa visión de que la estabilidad solo puede lograrse con represión y leyes cada vez más violatorias de la dignidad y los derechos de la persona humana, debe cambiar. Todos somos responsables de contribuir a un análisis de la realidad cubana objetivo, actualizado y con proyección futura.
- Cuba necesita estabilidad. La región, nuestros vecinos, también necesitan estabilidad. Todos somos y debemos ser responsables y protagonistas de la estabilidad, pero, llegados a este punto en Cuba, esa estabilidad depende de la apertura a un cambio en paz con la participación de todos los cubanos.
El cambio es la garantía de la estabilidad. Lo otro, desgraciadamente, es cuestión de tiempo, es apostar por una falsa y muy frágil estabilidad sostenida por el miedo y la fuerza. Y eso no conduce a un buen final.
Tomado del Centro de Estudios Convivencia