Mil veces compartida, mil veces discutida y mil veces atribuida a Martí, Fidel Castro o el Che es la frase: “La juventud se parece más a su tiempo que a sus padres”. Tan perfecta estrategia de marketing ha sido usada por el régimen cubano para adoctrinar a los jóvenes desde siempre.
Aunque quieran negarlo, es esa una de las principales razones por las que la isla va paso a convertirse en un dinosaurio político o, como la llamó un amigo: “un pingüino austral desterrado en el trópico”. En fin, esa cosa que no se sabe bien qué es pero que todos llamamos “castrismo” a falta de un calificativo mejor.
A los niños y jóvenes los vistieron de pioneros, los pusieron con extrema solemnidad a saludar la bandera, les enseñaron quiénes eran sus héroes, les metieron en la cabeza que sus padres no eran sus padres, sino que eran hijos de la revolución. Los disfrazaron de milicianos, obreros, médicos, mambises, aunque para conseguir mucho de esos disfraces, utilizados para conmemorar alguna efeméride patriótica o “revolucionaria”, los padres, que no eran sus padres, sino el nexo que los trajo al mundo, tenían que hacer de tripas corazón para que “los instrumentos” que ellos concibieron como hijos, no marcaran la diferencia.
Para legalizar la cosecha lo escribieron todo en panfletos que prohibían el olvido y la renuncia. Ahí está en la memoria, aunque desaparecido de la actual Constitución, el artículo 38 de la Carta Magna de 1976: “los padres tienen el deber de (…) contribuir activamente a la educación y formación integral [de sus hijos] como ciudadanos útiles y preparados para la vida en la sociedad socialista”
Y, también, la Ley No. 16 del Código de la Niñez y la Juventud, que en su artículo 1 proclama: (…) “la participación de los niños y jóvenes menores de treinta años en la construcción de la nueva sociedad” y establece las obligaciones de las personas, organismos e instituciones que intervienen en su educación conforme al objetivo de promover la formación de la personalidad comunista en la joven generación.
En efecto, burlaron la iconografía patria y la fundieron con la iconografía e ideología socialista y se vino el acabose. A uno de los secuaces del fallecido dictador Fidel Castro se le ocurrió acuñar “Socialismo o Muerte”, y así hemos vivido de Quinquenio en Quinquenio.
Parafraseando la frase de Marx en 18 de Brumario: “Los hechos se repiten en la historia dos veces: primero como tragedia y luego como farsa”.
Ahora estamos en un momento crucial de la historia de Cuba. Ya se luchó por la soberanía nacional en los campos, ya se tumbó a un dictador con el dinero del enemigo, para convertir a la isla en un paraíso infernal donde vivió otro dictador construyendo un lodazal en lo que antes era una mina de oro.
Ya esos niños, engañados por el Señor Pesadilla disfrazado de Sueño, con un artificio de exportación a la medida de un país entero, no existen. Algunos se fueron, otros construyeron un cementerio bajo el mar, acaso sin quererlo, y el resto, los que deambulan en este lodazal, han pactado con el sistema o se enfrentan a él diariamente sin medir consecuencias.
A esas dos ramas de un mismo árbol sería bueno preguntarles: ¿Renegamos de esa historia? ¿Renegamos del regaño generacional de nuestros padres? ¿Seríamos capaces de lucir, 30 años después, los mismos disfraces? ¿A cuántas farsas estamos de la tragedia?