Tengo un amigo que no logra salir del pesimismo y del desánimo. Hay cubanos que se hunden en la parálisis o solo piensan en escapar de aquí. Para ellos es, especialmente, esta columna del primer día de noviembre. Quiero compartir con ustedes dos experiencias que, unidas a mi fe, me han ayudado a permanecer en Cuba y a mantenerme firme en la esperanza, a pesar de todos los pesares, a la creciente convocatoria a la violencia en los discursos y en los medios oficiales, y a este clima social de miedo asfixiante.
No se trata de enajenarse (hacerse ajeno) del mundo, ni de usar la religión como opio adormilante. Nada podrá sacarnos de la tembladera existencial en que vivimos los cubanos si no estamos firmemente anclados en la realidad más dura, si no nos empeñamos por cambiar la parte de esa realidad que esté a nuestro alcance, y si no alzamos la vista del surco y del arado de la cotidianidad opresiva y de la sequedad del desierto interior.
Comparto con los lectores dos herramientas que no me han fallado ni en los peores momentos de mi vida personal, familiar, eclesial y profesional: la certeza del cambio y el otear el horizonte, avistando desde hoy mis proyectos futuros y los que le deseo a mi país.
La certeza del cambio
Nuestro primer y peor enemigo no está fuera de nosotros, ni fuera del país. El secuestrador en serie de nuestra esperanza es creernos que nada puede cambiar. Es el embuste mayor que nos han hecho creer con fe ciega, sorda y muda: “esto no hay quien lo arregle, pero tampoco hay quien lo cambie”. Mentira total. Adoctrinarnos en la continuidad irreversible y en la eternidad de los sistemas es la mayor esclavitud mental de los regímenes totalitarios.
Estos sistemas no buscan solo el apoyo político, fijémonos que solo basta con simular, con callar, con mentir. Estos sistemas no buscan solo el convertirnos en piezas de una maquiladora capitalista del “antiguo régimen” despersonalizando y desintegrando el tejido social, fíjense que muchos hacen como que trabajan y, no obstante, el Estado hace como que te paga un salario.
Estos sistemas no buscan solo que seas socialmente oveja y redil, fíjense que basta con regresar al abrevadero cuando, “confundidos”, traspasamos el límite de lo complaciente.
Estos sistemas totalitarios ambicionan el dominio interior de las personas, el yugo de las conciencias, el secuestro de nuestra alma. Es decir, todo. Porque todas nuestras acciones, nuestra voluntad, nuestros sentimientos y nuestra inteligencia están, o deberían estar, regidas por la voz de nuestras conciencias, por la fuerza interior de nuestras almas, y para los creyentes por el ansia del Absoluto, al que llamamos Dios. Si el Estado impone una sola forma de pensar secuestra el alma.
Para dominar el alma y la conciencia de cada ciudadano, no hay nada mejor que hacerle creer tres cosas: que no sabe, que no puede y que nada cambia. Solo un pequeño grupo de “iluminados” son los que saben, son los que pueden y son los que encarcelan al cambio. Dicen que, el sistema es, por definición, “cambiar todo lo que deba ser cambiado”, pero solo ese pequeño grupo es el que sabe lo que debe ser cambiado y cuándo debe ser cambiado y cómo debe ser cambiado, tirando el cerrojo sobre la esencia transformadora del ciudadano y sobre el mismo cambio. Por eso, nos han hecho creer, a los que todavía se lo creen, que esto no hay quien lo cambie, que todo es inútil, que “esto” durará tal como está, por los siglos y milenios.
La endeblez y precariedad de esta especie de fe, ciega y muda, sale a la superficie cuando usted pregunta al amigo: ¿Entonces, esto es eterno? No, no, no, pero yo no lo veré. Pues bien, eso es lo que se espera de ti, que pienses que te morirás y la situación no ha cambiado. La propuesta para salir de esa trampa te espera al final de esta columna.
Avisorar tus proyectos futuros
Otro de los secuestros del alma del cubano es abortar todo proyecto futuro, es convertir tus sueños en pesadillas que se esfuman cuando pones el primer pie en las calles de nuestra desvelada realidad. Es imposible vivir en un eterno desvelo. La posibilidad de soñar es tan necesaria como la necesidad de dormir. Los cubanos no podemos casi ni dormir ni soñar proyectos futuros para nuestras vidas y las de nuestros hijos, por muy modestos, realistas y alcanzables que sean esos sueños-proyectos futuros. Amputar los sueños es dejar inválidos a los ciudadanos y a la sociedad civil.
El chirriante despertador de los sueños del cubano es esa frase enquistada en nuestras conciencias adoctrinadas. A veces, bastan cuatros breves frases aparentemente inofensivas:
“¡Despierta, mi amigo, pon los pies en la tierra, bájate de esa nube y vuelve aquí a la realidad!”.
Cuando nos digan eso, acaban de asesinar nuestros sueños, desmantelar nuestros proyectos más humildes, nuestra humanísima ansia de progreso y felicidad. Es un crimen de lesa humanidad. Es una de las heridas del daño antropológico. Algunos van con esas heridas y limitaciones al exilio pensando que cambiando el cuerpo de geografía se cambia automáticamente el alma.
Todos los cubanos, Isla y Diáspora, llevamos en nuestros cuerpos, pero aún más, en nuestras almas, las heridas de ese daño antropológico causado, lenta pero puntillosamente, durante más de 60 años. Algunos académicos ya están estudiando los daños psicológicos y sociales causados por dos años de pandemia, mientras otros dudan de que seis décadas sin libertad, sin proyectos y con el alma amordazada, no pueden ser una de las causas de ese daño que todos padecemos, aunque en diferente grado. Solos los seres humanos hemos recibido la capacidad de “soñar” despiertos, de diseñar nuestros proyectos futuros y de poner manos a la obra para construirlos con nuestros esfuerzo y sacrificio. Estoy convencido de que la sanación del daño antropológico es posible si tomamos conciencia de su existencia, despertamos de la anomia de nuestra voluntad y ponemos los remedios para nuestra “conversión antropológica”. El proyecto de nación de Varela y de Martí son puerto seguro para la reparación de la barca cubana.
La ceguera cívica del futuro produce el insomnio agotador del presente. Es urgente una “Operación Milagro”, semejante a esa campaña de cirugías para abrir los ojos del cuerpo a la luz del mediodía. Despertar nuestras conciencias, tener la certeza de la posibilidad del cambio y ejercer el soberano derecho a pensar y prever nuestro futuro y el de nuestros hijos, es la mejor cirugía para las cataratas del desánimo y la miopía que nos inmoviliza.
Las propuestas
Algunos creen que no hay remedio, que no hay sanación, que todo está perdido y que hay que resignarse a este sinvivir. Este es otro de los logros del totalitarismo. Leo y escucho en las redes, con bastante frecuencia: “es que así somos los cubanos, eso va a durar mil años”. Esto no nos ayuda en el camino hacia la libertad, esto ayuda a los que quieren mantenernos en el inmovilismo y la desesperanza que son las dos vacunas contra el cambio. Otros piensan que hay un solo método, y un solo camino, para la transición hacia la libertad y la democracia. Eso también desalienta a los que no pueden asumir “el camino” que, miméticamente, dictan los otros que saben y pueden.
Aprendamos a descubrir muchos caminos siempre que conduzcan a la misma meta que en sus esencias, si es democrática, será diversa. Respetemos los ritmos, los estilos, los medios de los que no quieren o no pueden sumarse a una u otra campaña. Recordemos que la pluralidad de opciones es la primera señal de la libertad que buscamos. Respetemos y también propongamos diversidad de instrumentos siempre que persigan el mismo fin que, como esperamos, también será plural y democrático, nunca más único e irreversible. Para los que no pueden hacer otra cosa, para todos, les propongo solo estas dos actitudes que todos podemos cultivar en nuestra alma que es origen y fuente desbordante de todas nuestras opciones y acciones:
1. Acometamos la liberación de nuestra alma: Abandonemos la fe ciega y esclavizante que nos trata de convencer que nada puede cambiar y que “un palo no hace el monte”. Si todos los árboles creyeran e hicieran eso, ningún bosque se hubiera formado sobre esta tierra y todos hemos visto, oído y celebrado los cambios en las más diversas naciones que siempre comenzaron por la siembra de un árbol: creer que el cambio es posible. Es mi experiencia personal: el día que creí y me convencí de que nada es eterno y de que toda apunta al cambio, comencé a vivir en la otra etapa, con los pies puestos en esta, pero dando pasos hacia el futuro. Es una experiencia inefable.
2. Aprendamos a soñar despiertos: Nada despierta más esperanza que pensar ¿qué haría yo si esto cambiara mañana? Haz la prueba. Piénsalo tú y ayuda a los cercanos a preguntarse ¿qué harían concretamente si esto cambiara mañana? Inmediatamente se le ilumina el rostro, cambia la actitud del cuerpo, levantan la cabeza y despliegan el alma. Es mi experiencia durante décadas y eso ha mantenido mi esperanza y me ha ayudado a crear y recrear proyectos, una y otra vez, con la ayuda de Dios y el trabajo en equipo.
La energía, la motivación, el gozo y la esperanza realista que estas dos actitudes despiertan en cada ser humano son, lo creo firmemente, los dos primeros ladrillos para la construcción del Hogar Cuba en paz, libertad y amor.
Que nadie nos convierta esa pacífica y ordenada construcción en una torre de Babel caribeña.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
*Publicado originalmente en Convivencia.