Amor es resucitar

En su columna Dagoberto Valdés explica que "no me voy a dejar aplastar por esta agonía nacional en la que estamos viviendo, o mejor, sobreviviendo. El futuro de Cuba no puede ser este que vivimos"
En su columna Dagoberto Valdés explica que "no me voy a dejar aplastar por esta agonía nacional en la que estamos viviendo, o mejor, sobreviviendo. El futuro de Cuba no puede ser este que vivimos"
 

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El mundo cristiano ha celebrado la muerte y resurrección de Jesucristo. Hoy quiero compartir con ustedes mi certeza de que la Vida tiene la última palabra. Que hay mil formas de resucitar. Y que no hay fuerza del mal en este mundo que pueda contra la resiliencia de la vida. Antes y después de Jesús de Nazaret el género humano ha luchado y soñado con la eternidad, con vencer al olvido, con dejar huella.

Es imposible abarcar los millones de seres humanos que han entregado su vida terrena, perecedera, la única de este tipo que se nos ha dado, por pasar a la posteridad, por inmortalizarse, cualquiera que fuere la “forma” de esa trascendencia. No sabemos cómo es, pero sí sabemos que quisiéramos trascender de esta vida limitada a otra forma de perennidad. Creo firmemente que estamos hechos para la vida. Deseamos la plenitud de la vida, aquí y para siempre. Eso está sembrado en nuestra esencia aunque no creamos en una divinidad o discrepemos en la forma y naturaleza de esa vida trascendente.

Todo tiene su fin

He experimentado en mi vida y en la vida de muchos pueblos, entre ellos, la historia de Cuba, de los cubanos que siempre, aunque sea a la larga, la última palabra la tiene la vida, el bien, la verdad y la belleza. Por eso, no me voy a dejar aplastar por esta agonía nacional en la que estamos viviendo, o mejor, sobreviviendo. El futuro de Cuba, vale decir, de los cubanos concretos, no puede ser este que vivimos, no puede ser esta angustia que nos rodea. Me resisto a pensar que alguien pueda empecinarse en esto, cerrar la puerta a la esperanza, convertir los sueños de plenitud en pesadillas de bloqueos corporales, morales, espirituales, empresariales, políticos, sociales, religiosos… Esto es inhumano y tendrá un fin.

Sí, esta situación en que estamos angustiados tendrá un fin. Nada ni nadie tiene la fuerza ni la razón, ni la mentira de aplastar para siempre el ansia de vida, de progreso y de felicidad que habita en la naturaleza humana. Entonces si tenemos la certeza de que esta situación no puede durar para siempre, ya tenemos dado el primer paso. En esta vida no hay nada, nada, para siempre. Todo se termina, todo cambia. Luego este primer paso es ya un anuncio objetivo de resurrección: es el anuncio y la convicción de que todo tiene su fin.

Todo tiempo se acaba

El segundo paso viene con una pregunta: ¿Pero cuándo va a ser eso? Nadie puede responder. Sin embargo, esto no significa que el mal sea eterno, que la crisis sea a perpetuidad. No saber cuándo no nos debe vencer. El tiempo para el cambio depende de muchos factores. Solo parece que pudiera ser un signo del proceso, algo de lo que no llevamos cuenta, algo que se nos escapa del análisis: la acumulación de esos factores, lo que algunos llaman “alineación de los astros”, y otros más académicos llaman “tormenta perfecta”, y los cristianos llamamos “los signos de los tiempos”. Es a lo que aquellos sabios clásicos llamaban “el bosque”.

Pues bien, una señal de que se adelanta el tiempo es alcanzar ver todo el bosque y no permitir que los árboles y matojos de cada día nos cieguen e impidan tomarnos unos minutos para constatar que no son árboles solos, ni enredaderas de manigua, lo que tenemos es un bosque tupido de crisis del modelo. El bosque no produce frutos, ni madera, ni siquiera raíces, ni en forma de tubérculos. Aún más, este bosque está tan tupido, enmarañado y seco, que se hace irrespirable, asfixiante, aparentemente sin salida. Pero es este el punto, solo cuando falta el aire, cuando la oscuridad nos desorienta y aterra, solo cuando no podemos dar un paso, es cuando la naturaleza humana toma conciencia de que todo bosque se ha hecho para dar frutos, para dejar movilidad a la persona humana, para respirar y crecer en humanidad. Si no es así el bosque carece de sentido, es más, se convierte en lo contrario de lo que su nombre indica. Se hace cárcel, mordaza y panteón. No estamos “hechos” para eso. Esta es la explicación razonable y lógica de las reiteradas y diversas formas de demostrar la inconformidad entre los más disímiles ambientes en nuestra sociedad. Cuando esto se hace palpable, visible y reconocido en la televisión y las redes sociales, en las calles y las colas, en las Iglesias y en los grupos de la sociedad civil, entonces hemos dado el segundo paso: Es el anuncio y la convicción de que los que nos convencimos de que nada malo puede ser eterno, entonces nos decidimos a expresarlo de mil maneras, sin usar la fuerza.

Todo debe ser con paz y vida

El tercer paso viene con otra pregunta: ¿Y cómo va a suceder eso? Este tercer paso sí es una opción que debemos tomar los cubanos. La disyuntiva se pudiera simplificar en dos alternativas: ¿Optamos por la paz o por la violencia? Y la otra: ¿optamos por la vida o por la muerte? Todos los cubanos, en la Isla y en la Diáspora, somos y seremos responsables de la respuesta que demos a estas dos alternativas. De ellas depende el “cómo” vamos a trazar los senderos en el bosque, cómo será la salida, y de las respuestas que demos dependerá, sin dudas, el futuro de nuestra Patria. Yo soy de los que he optado desde siempre por este tercer paso: Es el anuncio y la convicción de optar solamente por la vida y los métodos pacíficos, y desterrar para siempre en la historia de nuestra nación la pena de muerte, la guerra civil, el uso de las armas contra nuestros compatriotas, los actos de repudio y los “fusilamientos” mediáticos. Nuestra más genuina y profunda filosofía que hunde sus raíces fundacionales en los dos pilares de la nación: Varela y Martí, levanta sus cimientos sobre la virtud y el amor.

Por eso quisiera terminar con tres luces que pudieran animarnos para dar estos pasos y alumbrar el camino de Cuba: Una de Jesús, el que ha resucitado, la otra, del Padre Varela, y la otra de una mujer cubana, confinada al ostracismo pero que con su poesía desbrozó el asfixiante bosque y abrió su camino, nuestro camino, el camino de Cuba a la resurrección y la trascendencia, Dulce María Loynaz. Los tres vivieron su cruz y su resurrección con virtud, paz, amor y vida plena.

Dijo Jesús: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Juan 15,13). “El que pierde la vida, la ganará” (Mateo 10:39). “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10,10).

Dijo el Padre Varela: “No hay patria sin virtud, ni virtud con impiedad” (Cartas a Elpidio. Tomo I).

Dijo Dulce María Loynaz en Poesía completa, página 50:

Amor es resucitar

Amar la gracia delicada
del cisne azul y de la rosa rosa;
amar la luz del alba
y la de las estrellas que se abren
y la de las sonrisas que se alargan…
Amar la plenitud del árbol,
amar la música del agua
y la dulzura de la fruta
y la dulzura de las almas dulces….
Amar lo amable, no es amor:

Amor es ponerse de almohada
para el cansancio de cada día;
es ponerse de sol vivo
en el ansia de la semilla ciega
que perdió el rumbo de la luz,
aprisionada por su tierra,
vencida por su misma tierra…

Amor es desenredar marañas
de caminos en la tiniebla:
¡Amor es ser camino y ser escala!
Amor es este amar lo que nos duele,
lo que nos sangra bien adentro…

Es entrarse en la entraña de la noche
y adivinarle la estrella en germen…
¡La esperanza de la estrella!…

Amor es amar desde la raíz negra.
Amor es perdonar;
y lo que es más que perdonar,
es comprender…

Amor es apretarse a la cruz,
y clavarse a la cruz,
y morir y resucitar…

¡Amor es resucitar!

Creo firmemente de que Cuba resucitará si cambia por los caminos de la virtud, de la paz y de la vida. Verdaderamente resucitará.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.

*Publicado originalmente en Convivencia.

Escrito por Dagoberto Valdés Hernández

Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955). Ingeniero agrónomo.Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017. Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007. Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006. Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años. Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director. Reside en Pinar del Río.

 

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