"Trabajo 16 horas diarias para sobrevivir": la 'lucha' de los cuentapropistas

Hay la idea de que los cuentapropistas se enriquecen sin parar, pero en realidad deben trabajar muy duro para llevar sus negocios, entre escaseces y limitaciones legales
 

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El Gobierno nunca nos quiso reconocer como trabajadores, y se inventaron la etiqueta de ʻcuentapropistaʼ para no utilizar la definición correcta: trabajadores privados”, corrigió Luis Alberto, transportista privado que usualmente hace el recorrido entre Centro Habana y Santiago de las Vegas, a una de sus pasajeras.

Eran casi las diez de la noche y Luis Alberto aseguró que estaba “detrás del timón” desde las cinco de la mañana. Aún le quedaba, cuando terminara esa carrera, “recoger la goma de repuesto con el ponchero, fregar el carro y arreglar una de las luces traseras”.

Cada día, incluyendo fines de semana, Luis Alberto maneja más de doce horas diarias para poder sostener “el negocio” sin caer “en demasiadas ilegalidades”, y supone que tendrá que manejar más a consecuencia del Acuerdo 1/2020 del Consejo de la Administración Provincial, que fijó el precio de los servicios de los transportistas privados en el país.

“Todo el mundo cree que los trabajadores privados nos esclavizamos con extensas jornadas laborales porque queremos hacernos ricos, pero no es así. Si cada cubano supiera realmente los gastos invertidos en nuestros negocios, y la obligación de cometer ilegalidades para adquirir piezas o abastecernos, la canción sería otra”.

Ante las explicaciones de Luis Alberto, la pasajera aludió a que en el país la situación es igual para todos. “Pero no todos los trabajadores tienen que trabajar, a veces, hasta dieciséis horas diarias para poder sobrevivir”, objetó Luis Alberto, en referencia directa a la Constitución.

El Artículo 67 de la Carta Magna asegura que la persona que trabaja tiene derecho al descanso diario, el descanso semanal y las vacaciones anuales pagadas. La ley define aquellos otros supuestos en los que excepcionalmente se pueden aprobar jornadas y regímenes diferentes de trabajo, con la debida correspondencia entre el tiempo de trabajo y el descanso.

Dueño de una pequeña cafetería en Mayabeque, Lázaro Raúl no recuerda la última vez que disfrutó unas vacaciones “como dios manda y que merece cada persona trabajadora”, ya ejerza en el sector privado o sea un empleado estatal.

Coincidió en que “la desprotección” de los trabajadores privados nunca será de interés para el Gobierno, a menos que sea desde una perspectiva totalmente política y sin importar que la nueva Constitución haya reconocido, por primera vez, el papel del mercado y las nuevas formas de propiedad privada.

El Artículo 22 reconoce como la propiedad privada aquella que se ejerce sobre determinados medios de producción por personas naturales o jurídicas cubanas o extranjeras, con un papel complementario en la economía.

“Pero la realidad es bien distinta fuera de esas letras. Los derechos del trabajador privado no están apuntados en ninguna parte. Somos el pasto y la presa fácil de entidades corruptas e interpretaciones muy personalizadas de un dirigente o inspector municipal”.


Muchos dolores de cabeza y pocas gratificaciones

 

En un día regular, Lázaro Raúl viaja hasta La Habana en busca de mercancías para abastecer su negocio. Donde vive apenas existen dos tiendas en divisa y otro mercado en moneda nacional que nunca están abastecidas “ni siquiera para la despensa familiar”.

“Diariamente debo levantarme a las cinco de la mañana para recoger el pan, elaborar las hamburguesas, ordenar las mercancías del día y recibir a mis dos dependientas. Me dan las once de la noche por La Habana comprando de a poquito en cada tienda o mercado porque no hay almacenes que nos vendan al por mayor”.
Los gastos diarios de Lázaro Raúl incluyen la transportación. Pasada las nueve de la noche desde cualquier punto de La Habana, se duplica la tarifa.

“Suelo irme a la cama sobre la una o dos de la mañana, casi trabajo dieciséis horas diarias para mantener la cafetería que no es más que otro servicio para el pueblo, algo que ese mismo pueblo no reconoce cuando el Gobierno nos echa a los perros a pesar de que el propio Raúl [Castro] nos ʻdefendióʼ en su momento”.

Se refirió Lázaro Raúl a que no pocos trabajadores del sector privado enmarcaron en sus negocios, como un “sambenito” contra los inspectores, parte de un discurso que Raúl Castro expresó el 18 de diciembre de 2010, en el Palacio de Convenciones, durante la clausura del sexto período ordinario de sesiones de la séptima legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular:

“Si el ejercicio del trabajo por cuenta propia constituye una alternativa más de empleo […], lo que corresponde hacer al Partido y al Gobierno en primer lugar es facilitar su gestión y no generar estigmas ni prejuicios hacia ellos, ni mucho menos demonizarlos, y para eso es fundamental modificar la apreciación negativa existente en no pocos de nosotros hacia esta forma de trabajo privado”.

Diez años después, como toda retórica del régimen cubano, los trabajadores privados solo han sido retribuidos con Decretos y Acuerdos que impiden la prosperidad de quienes eligieron el sector privado como medio de sustento.

“El trabajo sin distinción en cualquier sector debe ser la fuente principal de ingresos que sustenta condiciones de vida dignas, como está recogido en el Artículo 31 de la Constitución vigente”, señaló María Esther, una joven habanera de treinta años de edad y licenciada en Química Industrial, pero que  ejerce en el sector privado como dueña de una peluquería.

“Aquí trabajo, por lo general, doce horas al día. Pero el trabajo no termina cuando se cierra el servicio al cliente. Después toca reacondicionar el local y salir a reabastecerme con lo mínimo necesario que nunca está a la vuelta de la esquina, o simplemente no lo hay”.

Al igual que los trabajadores privados, sin distinción del servicio que ofertan, el desabastecimiento y las medidas asfixiantes del régimen son los principales obstáculos para mantener sus negocios.

“Hay quienes creen que, por ser dueños o administradores de un negocio somos empresarios, cuando en realidad somos un trabajador o trabajadora más, con la diferencia de que el horario laboral de ocho horas no existe en este sector, porque de lo contrario no prosperas”.

En opinión de María Esther, coincidente con centenares de trabajadores privados en el país, “ninguno de los gobernantes se atreve a llamarnos trabajadores privados, por tanto, esa exclusión también significa que no les importa los derechos que tenemos como trabajadores”.

“Siempre que se anuncia o se divulgan medidas coercitivas y restrictivas contra el sector privado no falta la frase famosa: en beneficio de la población. Los trabajadores privados somos también, con los mismos derechos, ʻla poblaciónʼ, no una entidad extraterrestre ni inversores extranjeros”.

Un reporte realizado en 2018 por The Havana Consulting Group (THCG) indicó quedurante ese año, la fuga de capital local hacia el exterior osciló entre 280 y 350 millones de dólares anuales, a consecuencia de las constantes regulaciones que impone el régimen al sector privado.

 

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