Receta para llevar a un tiburón del agua a la sartén

Ni siquiera un tiburón puede con un padre desesperado. Uno de esos peces entró confiado al río de Jaimanitas y allí se encontró con la ferocidad de un Cheo Pejediente, que no lo pensó dos veces antes de darle caza.
Cerca de estos manglares ocurrió la batalla entre la bestia marina y el padre hambriento
 

Reproduce este artículo

Una leyenda indígena cuenta que San Cristóbal entraba de madrugada los 17 de noviembre por el río de Jaimanitas y hacía un recorrido hasta El Templete, pero quien entró el año pasado en esta fecha fue un tiburón, que causó espanto entre los pobladores durante varios días.  

Su oscura aleta dorsal surcando el agua en círculos ponían los pelos de punta. Nadie supo explicar por qué el pez abandonó la abundancia del mar, ni qué buscaba en el río. Los pescadores no salían en los botes, ni siquiera tiraban la atarraya desde la orilla.

“Renunciar al océano para arriesgarse en agua de río es inexplicable”, dice Tato Veranes, viejo pescador y miembro del mural de la fama de los pescadores. “Ninguno de los viejos pescadores nos explicamos por qué hizo eso”.

Carlitos, corchero, opina que fue un error del tiburón meterse en el río, porque con el hambre que hay, alguno pudiera faltarle el respeto, como ocurrió finalmente. “Cheo, el menor de la familia ‘Pejediente’, sin empleo y padre de tres niños, se llenó de valor y salió a buscarlo. Persiguió al tiburón a pleno día por el río, lo acorraló contra los mangles y lo obligó a engullir un chicharro ensartado en un anzuelo grande hecho a mano”.

Los pescadores de Jaimanitas fueron testigos de cómo el hombre cazaba a la bestia. La escena de Cheo, de pie sobre el bote de corcho, enganchando al tiburón, jalándolo fuerte con las dos manos, acercándolo al bote, tirando acompasadamente con los brazos como un experto, la única manera de matar de cansancio a un animal de esas proporciones, doblegándolo, no será olvidada jamás, porque ya es leyenda.

“Cuando consiguió pegarlo a la borda, lo mató a porrazos con un bate de béisbol”, cuenta Carlitos. “Lo sacó a la orilla. En el carricoche de ‘Rascacio’ lo exhibió por toda Jaimanitas como un San Cristóbal. El pueblo lo aclamaba por su hazaña de librarlos del monstruo. Apartó un pedazo para su familia y el resto de la carne se la vendió a Canty, que la ofertó frita y en escabeche en su paladar junto al río”.

 

Relacionados