“En Cuba intentan dividir por la raza lo que no han podido por la fuerza. Si en el país no existen chiitas y sunnitas, repúblicas a las que incentivarles autonomía, etnias entre las cuales inocular odios, algo servirá para el despedazamiento, imaginan los viejos elucubradores de la segmentación”.
Así se refirió el columnista y presidente de la Unión de Periodistas de Cuba, Ricardo Ronquillo, a los movimientos por la igualdad racial que no se alinean con el Estado, en un artículo publicado hoy por el diario oficialista Juventud Rebelde.
“Las vísceras de esas pretensiones no son nada novedosas. Para comprender la magnitud de este propósito en la escala de poder norteamericana, basta recordar cómo en el año 2003 medios noticiosos de esa nación ofrecieron notorio destaque a las declaraciones de uno, entre un grupo de ‘luchadores por la democracia’ en Cuba, recibidos en la Casa Blanca con especial gentileza por George W. Bush”.
Otra vez el fantasma de la complicidad con el gobierno estadounidense, tedioso estribillo del gobierno cubano y sus medios oficiales. Según el periodista, “se trataba, nada menos, que de un autoproclamado ‘portavoz de la raza negra cubana’, quien dijo haber explicado, al ‘conmovido’ Presidente norteamericano, la terrible discriminación y marginalización a la que eran, supuestamente, sometidos aquellos emparentados con él por el color de piel en nuestro país”.
“No es difícil descubrir que tras el gesto ‘cálido’ de Bush y la mencionada ‘declaración solidaria’ de la era Obama, junto a perlas parecidas más añejas o recientes, se incuba el viejo anhelo de las fuerzas extremistas de derecha en Estados Unidos de encontrar una base popular para la acción contrarrevolucionaria en Cuba”, agregó.
Ciertamente, algo de verdad hay en eso de que “los otros”, los disidentes, los llamados contrarrevolucionarios, buscan el apoyo popular, pero no para acabar con una Revolución que murió como mueren todas las revoluciones, por el paso del tiempo y la necesidad del orden, hacia 1975, sino porque Cuba necesita un cambio raigal, de esos que barren con los cimientos y conmueven la estructura del edifico.
Aunque el periodista gasta varios párrafos en elogiar las políticas del gobierno contra el racismo –algunas de ellas dignas de elogio, claro está- no menciona el racismo larvado de la sociedad, ni de los dirigentes cubanos, casi todos blancos; y todos blancos, los más importantes. No dice que el patriarca de la dinastía reinante, Ángel Castro, fue un español castizo que maltrataba a sus empleados haitianos. Hay quien dice que mató a más de uno a balazos.
Ni dice, por supuesto, que los movimientos independientes contra el racismo no son todos necesariamente opositores. Esa condición se la han ganado por hacer público un problema constantemente velado por el gobierno, para el que todo movimiento autónomo de la sociedad civil parece una toma de la Bastilla, una afrenta, una rebelión.
Pero tal vez el columnista de Juventud Rebelde piense así, aunque no lo pueda decir en público. El castrismo tiene sus misterios, el castrismo tiene sus silencios y temores.