¿Qué "cracia"? ¿Cuál "ismo"?

El politólogo e historiador cubano Armando Chaguaceda explica por qué el régimen cubano no se ajusta a ningún ideal democrático, ya sea de izquierda o de derecha
La gerontocracia cubana
 

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La ausencia de Cuba en parte de los análisis sobre el estado de la política en América Latina es impresionante. En las academias de la región no se comprende bien el esquema de poder vigente en la isla. 

Algunos colegas esgrimen, para su desinterés, justificaciones banales cómo “es una pequeña isla aislada de la globalización”. No pocos, desde el relativismo izquierdista, extienden al gobierno cubano la certificación de ser “una democracia diferente, popular”.

Otros, desde cierto reduccionismo liberal, se limitan a rechazarlo tan solo porque “no permite elecciones multipartidistas”. Estas posturas se suman a la ausencia de un debate serio en torno al mismo tema dentro de la academia cubana. 

Precisemos. La democracia reúne un ideal normativo, es decir, un modo de vida que cuestiona las asimetrías de jerarquía y poder en la sociedad. Incluye también un movimiento social, un conjunto de actores, luchas y reclamos que buscan expandir la ciudadanía. 

Por último, un proceso socio-histórico: las fases y horizontes de la democratización, y un orden político, o sea, el régimen democrático, que hace posibles la participación, la representación y la deliberación políticas, así como la renovación periódica de los titulares del poder estatal. 

Es decir: toda democracia supone consensos dinámicos y precariamente construidos a través de conquistas, ganadas desde la movilización social. La democracia no surge desde el consenso apacible de cierto liberalismo. Y el pluralismo expresa, en el plano institucional, el procesamiento —y no la anulación de la demanda o el demandante— de las diversidades y contradicciones sociales. 

El ideal normativo del orden cubano —digan lo que digan para otros fines— es el revolucionario: desean personas disciplinadas, que dejen hacer a su gobierno sin alzar mucho la voz ni salir a las calles. 

Para ese ideal revolucionario, el movimiento social no existe, puesto que la movilización desde arriba y desde afuera de la sociedad —desde el Partido-Estado— sustituye toda forma de participación y reivindicación autónomos; incluidos aquellos realizados en nombre del socialismo. 

Como proceso socio-histórico, no hay avances en derechos y conquistas civiles, sociales y políticas desde la crisis instaurada por el Período Especial. Y como orden político, un pequeño grupo de varios cientos de generales, gerentes y burócratas —capitaneado por el clan Castro— gobierna desde hace seis décadas con olímpico desprecio por el pluralismo y la alternancia en el poder.

En el mundo, la democracia realmente existente adquiere hoy la forma de una república liberal de masas, erigida sobre el tejido de una sociedad compleja y dentro de los marcos territoriales e institucionales de un Estado nación. Es dentro de esta, y no desde el liberalismo oligárquico, los populismos autoritarios de cualquier signo ideológico, ni el socialismo de Estado, donde los sectores populares han conseguido beneficios permanentes y derechos universales. 


Pongamos a un lado, de momento, a las clases altas y medias: incluso los trabajadores de EE. UU. y Costa Rica disfrutan hoy de muchos más derechos, peleados a través de sus sindicatos y representantes políticos, que sus pares de China y Cuba. Eso lo reconocen incluso académicos de derecha e izquierda, es decir, enemistados en otros terrenos.

Si bien buena parte de las democracias latinoamericanas están limitadas por la violencia criminal, desigualdad social y la corrupción política de sus élites, la gente cambia periódicamente a sus gobernantes, se expresa y protesta ante su mal desempeño y se organiza para influir en la política gubernamental. 

En Latinoamérica los ciudadanos han cambiado incluso la composición y agendas de sus gobiernos, pero en Cuba no les han permitido siquiera cuestionar las prioridades dentro del gobierno. En Latinoamérica las élites están claramente divididas entre sectores conservadores, reformistas y radicales. En Cuba, están fusionadas dentro de un aparato del Estado que es, por su omnipresencia en toda la vida nacional, el principal responsable de la violencia, la desigualdad y la corrupción. 

No obstante, como ejercicio de imaginación política, es posible pensar en una democracia diferente. Los pensadores socialistas trataron de imaginar una democracia distinta a la real al criticar los fundamentos del liberalismo. También lo intentó el liberalismo democrático, sensible a los reclamos populares. 

Salvando las distancias —porque hay diferencias entre las doctrinas e incluso más entre los individuos, entre cada pensador—, coincidieron en el empoderamiento desde abajo, para que la gente deje de ser “masa” atrapada por la apatía, resignación e indiferencia y se convierta en sujeto histórico a través de sus propios esfuerzos políticos.


Sin embargo, el socialismo de estado vigente en Cuba no introduce las identidades y demandas de los excluidos; más bien las expropia y administra en nombre de los humildes, pero a favor de los poderosos. Hay estudios sobre el caso cubano realizados desde una perspectiva de izquierda y atendiendo a elementos centrales del enfoque marxista —como la estructura y conflictos socio-clasistas— que así lo demuestran.

El problema, entonces, no la es la supuesta inutilidad del marxismo, sino la naturaleza apologética del marxismo-leninismo vigente en la isla, con sus añadidos locales de nacionalismo y otros ingredientes, que hacen posible esos absurdos surrealistas de ver juntos y revueltos a Martí, Lenin y Hugo Chávez.

Son los análisis emanados de la academia oficial los que no permiten explicar la Cuba verdadera. Estos enfoques —en la literatura gubernamental y las currículas de las carreras universitarias— excluyen referencias centrales del orden vigente, como la burocracia, la policía política y el autoritarismo.

Persisten términos vagos, como aquel famoso, “Revolución”, que refiere lo mismo al proceso político, al aparato estatal y a sus dirigentes. 

El Partido Comunista de Cuba —único legal— mantiene su monopolio oficial en la vida política nacional. Ni en los textos clásicos de Marx ni en el pensamiento martiano aparece esta idea de la representación política. No es funcional para la clase obrera del paradigma marxista ni para la alianza multiclasista del proyecto martiano.

El centralismo democrático supone formalmente una amplia discusión interna, democrática, pero la realidad, lo mismo en Cuba que en la desaparecida URSS, es el acatamiento de las órdenes de los jerarcas comunistas.

No resulta democrático un centralismo democrático —más bien, burocrático— donde el Buró Político —y, durante medio siglo, su líder máximo Fidel Castro, luego sustituido por Raúl Castro y Miguel Díaz Canel— toma las principales decisiones en nombre de cientos de miles de militantes y once millones de cubanos.


No hay espacio para el pluralismo y autogestión limitados de otras experiencias socialistas. No da cabida al debate del mejor marxismo europeo y latinoamericano, acerca del lugar de la democracia dentro del socialismo. 

El Partido, expresión de una parte de la nación, prima sobre un Estado que, formalmente, representa a la ciudadanía en pleno. Aunque no preside el Consejo de Estado ni el Consejo de Ministros, el primer secretario del Partido está jerárquicamente por encima de cualquier dirigente del país. 

Por su parte, la Asamblea Nacional —sucedáneo falaz de un parlamento auténtico— sigue abdicando de sus funciones a favor de los Consejo de Estado y Ministros. La Asamblea Nacional se reúne poco, carece de profesionalidad, sus integrantes no muestran iniciativa más allá de encomiendas.

La hipercentralización y personalización en la toma de decisiones, con escasa o nula deliberación política vulnera cualquier idea de participación activa y reivindicación de derechos inherentes a la matriz republicana. No hay forma alguna de democracia dentro del sistema cubano. Incluso en el muy elemental nivel barrial, los delegados electos por sus vecinos carecen de autoridad y recursos para hacer política y gestión propias.

En cuanto a los contenidos socialistas del modelo, relativos a la estructura de clase de la sociedad y órganos de poder cubanos, así como del régimen de propiedad, son cuestionables para cualquier narrativa de izquierda.

Todo el orden está regido por una burocracia de estado, hoy en proceso de alianza con los capitales extranjeros y con su segmento gerencial, nativo, dentro del país. La que cuenta, de forma mucho menor y selectiva, con familiares insertos dentro de la clase capitalista local emergida de las reformas.


José Martí ya lo había previsto en el siglo XIX, cuando vio los peligros del autoritarismo y el culto del Estado:

“Todo el poder que iría adquiriendo la casta de funcionarios, ligados por la necesidad de mantenerse en una ocupación privilegiada y pingüe, lo iría perdiendo el pueblo, que no tiene las mismas razones de complicidad en esperanzas y provechos, para hacer frente a los funcionarios enlazados por intereses comunes. Como todas las necesidades públicas vendrían a ser satisfechas por el Estado, adquirirían los funcionarios entonces la influencia enorme que naturalmente viene a los que distribuyen algún derecho o beneficio. El hombre que quiere ahora que el Estado cuide de él para no tener que cuidar él de sí, tendría que trabajar entonces en la medida, por el tiempo y en la labor que pluguiese al Estado asignarle (…). De ser siervo de sí mismo, pasaría el hombre a ser siervo del Estado. De ser esclavo de los capitalistas, como se llama ahora, iría a ser esclavo de los funcionarios”.

Pese a su retórica republicana, el régimen cubano lo es apenas de modo formal, dirían los niños: “de mentirita”. ¿Cómo definir el orden vigente —que cracia, cuál ismo— en la Mayor de las Antillas? Imposibilitada la ciudadanía de incidir de forma efectiva, a través de mecanismos específicos de participación, deliberación y representación, para promover sus diversos intereses, todo queda en las manos de la burocracia. Así, el socialismo de estado hace realidad la frase de Rosa Luxemburgo:

"Cuanto más democráticas son las instituciones, cuánto más vivo y fuerte es el pulso de la vida política de las masas, más directa y completa es su influencia, a pesar de los rígidos programas partidarios, de las boletas superadas (listas electorales), etcétera. Con toda seguridad, toda institución democrática tiene sus límites e inconvenientes, lo que indudablemente sucede con todas las instituciones humanas. Pero el remedio que encontraron Lenin y Trotsky, la eliminación de la democracia como tal, es peor que la enfermedad que se supone va a curar; pues detiene la única fuente viva de la cual puede surgir el correctivo a todos los males innatos de las instituciones sociales”. 

El régimen cubano no pasa el más mínimo test de democracia “formal” y también puede ser evaluado desde sus faltas sustantivas. Un socialismo de Estado —con mucho de lo segundo y poco de lo primero— y una autocracia de núcleo familiar militar son las formas reales del Poder en Cuba.

El modelo vigente en Cuba continúa siendo la principal barrera para cualquier forma de democracia, cualquier tipo de socialismo y cualquier expresión, viva y sincera, de la diversidad natural de personas e intereses que conforman la nación cubana. 

Textos que el lector puede consultar para más información sobre republicanismo, democracia y liberalismo, por recomendaciones del autor:

 

Rueschemeyer, D.; Stephens, E. H. y Stephen, J. D. (1992). Capitalist Development and Democracy. University of Chicago Press.

Tilly, Ch. (2010). Democracia. Madrid, Akal.

Macpherson, C. B. (2003). La democracia liberal y su época. Alianza, Madrid.

Bobbio, N. (1977). ¿Qué socialismo? Plaza & Janes, Barcelona.

Hilb, C. (2010). Silencio, Cuba. La izquierda democrática frente al régimen de la Revolución Cubana. Edhasa, Buenos Aires.

Farber, S. (2011). Cuba Since the Revolution of 1959, a Critical Assessment. Haymarket, New York. 

Para un análisis de los usos políticos del término Revolución dentro del contexto cubano:

López Hernández, A. B. (2017). ¿Nominalistas o realistas? Los modernos teólogos de la economía cubana, en https://cubaposible.com/nominalistas-realistas-teologos-economia-cubana/

Djordjevich, J. (1966). Yugoslavia Democracia Socialista. Colección Popular, Fondo de Cultura Económica, México.

Kardelj, E. (1962). "The Practice of Socialist Democracy in Yugoslavia". En Charles. W. Mills (Ed.) The Marxists, Dell Co, New York.

Poulantzas, N. (1980). Estado, Poder y Socialismo, Siglo XXI, Madrid. 

Pereyra, C. (1990). Sobre la democracia. Cal y Arena, México.

Martí, J. (1884). "La futura esclavitud", Obras Completas, Tomo 15, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, páginas 388-392.

Luxemburgo, R. (2017). La revolución rusa. Madrid, Akal. 
 

Escrito por Armando Chaguaceda

Politólogo e Historiador, en la disputa por un mundo más libre y justo

 

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