A punto de convertirnos en la Consolación del Sur villaclareña, donde transcurre un presente de emergencias dado el estado insalubre de excepción por causa del, hasta ahora, inderrotable coronavirus, acaba de cruzar el carro-patrulla de la Policía Nacional Revolucionaria por todo este pueblo costero de pe(s)cadores.
Iba la policía custodiando a otro vehículo oficial del Ministerio de Salud Pública -con altavoces improvisados que sin querer distorsionan el mensaje-, y los ocupantes de ambos carros alertaron entre ruidos inaudibles, que “aquellas personas mayores de 60 años que salgan de sus viviendas, serán arrestadas y multadas”. Añaden al anuncio "que tampoco podrá haber niños en las calles" lo cual es bastante elemental.
Dicho eso, sin adelantar cifras de casos precedentes ni cuantías administrativas que habrá de imponerse por desobediencias a la legalidad, resulta altamente alarmante el peligro real en que vivimos.
El municipio es pionero en cuanto al índice de pacientes aislados con un segundo centro masivo de observación y seguimiento, situación única en esta provincia central de Cuba. También se ubica entre los primeros aportando mayoritariamente otros contactos sospechosos, tras el descubrimiento aquí de la multiplicación del mal en forma de foco, que comenzara trasportado desde Venezuela en la persona de Yaquelín Collazo, una enfermera colaboradora internacionalista. Collazo retornó al país el 14 marzo, fue ingresada el 24 y se encuentra en estado crítico desde hace unos diez días.
Los albergues que se puedan improvisar a partir de los ya existentes (instalaciones para vacacionistas en Playa Mar Azul y el motel Villa Caoba), parecerán insuficientes para acoger a los casi 200 recluidos hoy bajo pesquisa epidemiológica en el territorio, quienes lógicamente revelarán nuevas relaciones interpersonales.
San Juan de los Remedios, ciudad colindante que aportó el primer fallecido cubano en la presente pandemia (el pastor Saúl Díaz), se mantiene con la confirmación de un solo caso positivo que se haya reportado como secuela directa de aquella desafortunada pérdida: “cubana de 49 años retornada de España con síntomas desde el 29. (…) en vigilancia 14 contactos de esta paciente”, dice la nota oficial. Tal salvedad excepcional, pesar aparte, resulta digna de celebración.
Sin embargo, el niño de 7 años residente aquí en Caibarién y nieto de la enfermera portadora, resultó positivo -junto a un hermano de aquella y tres conocidos más-, al primer test rápido de los donados por China, que según las autoridades arrojan un 87% de fiabilidad. Fue trasladado en la tarde de este sábado tras la prueba definitiva conocida como exudado nasofaríngeo (que se hará extensible a los 29 compañeritos del aula escrutados dentro de los 14 días del ciclo de incubación y que anteriormente concluyeron como “reactivos negativos” al antígeno de superficie), y el pequeño ya se encuentra junto a varios enfermos de la localidad en el Hospital Militar “Manuel ‘Piti’ Fajardo”.
Ubicado en Santa Clara, este centro funciona como una suerte de Campamento provincial para el Control de la Pandemia, donde el resto “aguardará por el desenvolvimiento del problema”, según expresaron algunos familiares de los primeros, incluida la maestra, muy visiblemente agradecidos “por la providencia milagrosa de la semana santa” que transcurre, más el denodado “personal médico que continúa a cargo”.
Todas las medidas que se prevean tomar en lo adelante, sumadas a las actuales, van enfiladas a detener el aumento progresivo de potenciales contagios, asunto de muy difícil realización entre las edades más vulnerables de la ciudadanía, máxime si esos cubanos -restringidos mucho más tras el polémico decreto- no cuentan con los recursos suficientes como para permanecer enclaustrados siquiera en cortos períodos de tiempo.
Entonces: ¿qué hacer frente a la acechante adversidad? Tal interrogante pasma a todos en un país con más de 2 millones de seres en el rango de la llamada tercera edad, a la cual precisamente se le prohíbe ahora mismo circular “por su propio bienestar”.
Se agradece, sin dudas, tamaña preocupación del estado, como se agradecería que hubieran permitido que de ningún evitable modo penetrara la pandemia del coronavirus por nuestras fronteras naturales o las artificialmente creadas.
Digamos: ¿cuántas de esos ancianos cuentan con el apoyo, el auxilio o la mano tendida de su propia familia -o de vecinos igualmente atormentados- para resolver las urgencias de sus vidas y conseguir dineros para adquirir lo necesario y “no salir de casa”, acatando al funambulesco lema? ¿Qué hará el estado preocupado para garantizarles lo esencial durante la obligatoria reclusión domiciliaria?
La inminencia de un toque de queda -propio de juntas militares en lugar de la oportuna cuarentena- no se descartaría de facto, si no fuera por lo castrense que se vería, de ser leído el término, en la fatigada prensa.
Foto de portada: Tomada del blog en Flickr Le zumba la berenjena