Camila Veranes tuvo una urgencia familiar y le pidió a su hermano, que vive en Miami, 300 dólares. Su hermano le mandó el dinero de inmediato y le envió el número de trasferencia por WhatsApp, para que fuera a cobrar al momento.
Pero al llegar al punto de la Western Union en la tienda Caracol, de Santa Fe, se encontró con que la empleada encargada de pagar esperaba desde un día antes al informático. “La máquina está rota. A todo el que viene, lo mando para el punto de la Western de 7ma y 286”.
Ese punto está en una tienda, cerrada desde hace un año; la empleada no tiene ninguna supervisión y en la última semana ha cerrado al mediodía. Afuera hay varias personas, entre ellas dos ancianas. Una comenta que los dólares que le envío su hijo ya Cuba los cobró, pero ahora se vuelve un martirio cobrarlos aquí, en CUC.
Camila preguntó si volvían y le dijeron que era poco probable; el corazón le dio un vuelco en el pecho, miró su reloj y eran las tres, debía apurarse. Cogió una gacela y se fue al punto de la Western Union de la tienda Flores. Allí un empleado le informó que la muchacha que pagaba se había ido, porque se le terminó el dinero entregado para el día.
Los puntos de la Western en La Habana cierran a las cinco y Camila juró que no se daría por vencida, recordó que en la tienda de equipos con desperfectos de la otra calle también había un punto muy poco conocido y era probable que tuviera dinero. Cuando llegó, la empleada que pagaba, que se limaba las uñas tranquilamente en su puesto, dijo que no tenía conexión desde ayer.
“También se me acabó el papel en la impresora. No me he ido porque estoy esperando que mi esposo venga a recogerme”.
Con el espíritu de Mariana Grajales reencarnado, Camila se lanzó a la carrera hasta 5ta avenida, se montó en una gacela y fue hasta el supermercado de 3ra y 70, un lugar que por ser muy céntrico tiene un punto que funciona con atención diferenciada. Aún más desde el 2017, cuando la prensa independiente lo sacudiera con una crónica que narraba la odisea de los que iban a cobrar el dinero enviado por sus familias desde Miami.
Al entrar al supermercado fue como si entrara a un gallinero. Cientos de personas se agolpaban en las colas de las cajas para pagar. Habían rebajado el precio de las galletas Saltinas y la gente se las llevaba por cajas. De 0.80 centavos CUC bajaron a 0.50; la gente estaba como loca, discutía a viva voz en las colas, con los que se colaban.
Al final del supermercado, Camila divisó el punto de la Western, con una cola larga, señal de que la maquina funcionaba, que había conexión y dinero. Pidió el último y comenzó a rezar porque no se acabara el dinero y que no se fuera la conexión. Y que la computadora continuara funcionando.