Miguel Díaz-Canel vuelve a emplazarnos. Quiere que “pensemos como país”. No dice quién debe hacerlo, así que me doy por aludido, y como por primera vez no me descalifica como cubano, o me ubica entre los que nacimos allí por error, acepto el reto.
Aclaro a los policías orientales que los “retos” son desafíos, no lo que queda de un cadáver después de morir.
Y hago el esfuerzo. Voy a pensar como país. Hasta cierro los ojos, y ahí viene la primera dificultad, cuando cierro los ojos empiezo a recordar. Hace mucho tiempo que Cuba dejó de ser un país para convertirse, primero, en un proyecto personal, y luego en una especie de desgracia estancada sobre las cabezas de sus habitantes.
Cuba es también una nostalgia a veces, un referente para muchos tontos útiles de este mundo que alaban su postura ideológica, pero que nunca se han acostado sin comer, y, como diría Juan Rulfo en su novela “Pedro Páramo”, Cuba es también “un rencor vivo”.
Lea también
Los que llegaron hace sesenta años pretendiendo hacer justicia, cometieron a su vez, innumerables injusticias. Por ignorancia, por conveniencia y por oportunismo.
Los que tomaron el poder echaron en el mismo saco a ladrones y honrados, y marcaron con detritus la Cuba anterior, la República, imperfecta e inexperta, que buscaba un camino para civilizar y educar a sus habitantes en la armonía, la honradez, el trabajo y el progreso.
Todo eso fue eliminado y desterrado, y sus hijos divididos por el odio que sembró Fidel Castro desde el primer momento. Y así ha seguido hasta hoy, “somos continuidad” dicen sin que se les mueva un músculo de la cara.
Lea también
No hay país porque Cuba es tantos países como habitantes tiene adentro y afuera.
Cada uno tiene un concepto, una idea del país en el que quisiera vivir, que el gobierno obsoleto que lleva ya 60 años ha sido incapaz de ofrecerle. Un país donde lo que se piense y se hable sea respetado, no importa qué diverso fuera. Un país donde el que viva en él tenga esperanzas de prosperar y brindarse a sí mismo y a los suyos una vida tranquila y digna, sin andar payaseando en plazas y calles, apoyando ideas que no le dan de comer ni de vestir.
Un país, en fin, como escribió José Martí, tantas veces citado para obligarlo a ser cómplice de desmanes diversos: “Con todos y para el bien de todos”.
Un país, señor Díaz-Canel, no es el lugar donde naces, sino del que se siente orgullo de pertenecer, porque nadie te obliga a cumplir otras condiciones para ser su hijo que no sean los que se enumeran en los Diez mandamientos de la Biblia, el más sencillo ejemplo de cordialidad y respeto: No robarás, no matarás, no mentirás.
Pero no puede haber un país cuando el que se encaramó en el poder lo primero que hizo fue robar, matar y mentir, y expulsar y encarcelar a quienes no estaban de acuerdo con él.
Un país son muchas mentes intentando ponerse de acuerdo en lo fundamental, para que esa tierra se desarrolle, avance, sin etiquetas que manchen la espalda de sus hijos: comunista, capitalista, liberal, conservador, izquierdista, derechista. Un país es donde ustedes pueda ser cualquiera de esas cosas cómo se lleva un hobby, como se es filatélico.
Un país es el sitio donde uno quiere ver crecer a sus hijos, no llorar al verles marchar lejos porque no fuimos capaces de darles lo que necesitaban. Un país es un lugar de paz, no esa isla en la que desde que se nace se está hablando de combates y de enemigos, y en los que los primeros enemigos son las personas que se supone debes querer: padre, madre, abuelos, tíos, hermanos y primos.
Una persona que eche a pelear a la familia, que siembre la desconfianza y el odio entre ellos, es un mal elemento y un enfermo mental.
Hasta que no revisemos todos, sin exclusión, nuestra historia reciente, sin miedos ni zozobras, y que se busquen responsabilidades para sustituir a quienes nos han llevado al desastre.
Hasta que no le aten las manos a la policía y a los demás cuerpos represivos, que viven de infundir el terror y el malestar, y en el que pudiera ser procesado por la ley hasta el presidente de turno si ofende a sus habitantes diciéndoles que son malos cubanos, no vamos a crear realmente un país.
Lo que usted tiene ahora mismo entre las manos es una bomba de tiempo, un lastimoso sitio con leyes absurdas, dictadas por un partido excluyente que cumple los dictados de una mafia de militares. Ese lugar donde usted cree ser libre para convocar a los cubanos a pensar como país es un campamento militar, un campo de concentración, una celda que parece muy amplia.
Un agujero infernal donde solamente se siembra y crecen el odio y la infelicidad.