En horas de la mañana del miércoles 11 de marzo, fue detenido en la parada de 5ta avenida el escritor y periodista Frank Correa, cuando se disponía a viajar al municipio Lawton a cubrir un desalojo a unas familias de albergados.
“Recibí una llamada telefónica de una de las víctimas, solicitando apoyo de la prensa independiente en el acto bárbaro que se iba a cometer contra ocho familias. Enseguida me dispuse a ayudarles, pero cuando llegué a la parada dos policías en un auto patrullero me pidieron el carnet de identidad y me obligaron a acompañarlos a la estación de policía de avenida 31, en Marianao”, cuenta el periodista, que permaneció unas 10 horas en un calabozo que llaman “el depósito”.
“Estas familias que iba a ayudar son madres con niños pequeños, algunos enfermos, que no tienen un lugar donde vivir y han estado rodando por La Habana en los lugares más increíbles, como bodegas, agro mercados y logias. Se colaron en apartamentos vacíos de la antigua fábrica de cocina “Estrella Roja”, que el estado adaptó como viviendas, que aunque no cuentan con buenas condiciones de habitabilidad, para esas madres con niños es mucho mejor que dormir en la calle”.
Cuenta Correa que permaneció en el depósito junto a una decena de delincuentes y otro número similar de personas sin antecedentes penales, detenidas en la calle por vender artículos de primera necesidad. Aunque no comió ni bebió agua en ese tiempo, conoció muchas historias que le servirán de material para futuros trabajos.
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“Hemingway dijo, que el periodismo era uno de los oficios más peligrosos del mundo, entonces hay que sacarle el mayor provecho a ese riesgo. Nutrirse de esas historias asombrosas que ocurren en Cuba y que a veces tenemos que salir a cazarlas en la calle. Esta vez las tuve concentrada y por buen tiempo en un sitio cruel y de tortura psicológica como el depósito de la estación de policía de 31, en Marianao”.
Solo media hora antes de salir en libertad, cuando ya era imposible asistir al desalojo de las familias en Lawton, Correa fue interrogado en un cuarto aledaño a las celdas, por un oficial que se hizo llamar Pedro.
Luego de preguntas baladíes que rondaban lo insulso, fue directamente al grano al preguntarle si era justo que personas ilegales irrumpieran a la fuerza en apartamentos vacíos, preparados con mucho esfuerzo por el estado para familias damnificadas.
“Le contesté que no era justo si tuvieran una vivienda y quisieran otra más, pero eran madres con hijos, desesperadas y sin un lugar donde vivir, lo justo en este caso sería que el estado mostrara su piedad, las dejara vivir allí y les entregara su propiedad”.
Frank Correa fue puesto en libertad a las 7 de la noche, con una multa de 150 pesos por el delito de Intento de ayudar a personas desesperadas. Cuando salió de la estación de policía, un lugar que antes de 1959 era el Buró de represión contra actividades comunistas, se tomó un selfie del sitio, que bautizo como Estación para la represión contra actividades pro democráticas.