De cómo un médico perdió la cabeza por una misión

Además de las acusaciones internacionales sobre las condiciones en que los médicos cubanos cumplen las misiones del régimen, también existe una madeja de corrupción en la isla para decidir qué galenos van
Médicos cubanos que participan en una de las misiones del régimen. Foto: EFE
 

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Sus nombres no importan, lo trascendente es el hecho. Ocurrió en un barrio de La Habana y no tuvo repercusión por ser un evento local, no cubierto por periodistas. Sin embargo, quedó de ejemplo de cómo la salida a una misión en los programas de cooperación de Cuba con otros países puede influir en las conductas de los profesionales.

Él era un médico decente, padre de familia. Ella jefe de un departamento en el municipio de Salud, militante del Partido, mujer emancipada que hacía de su trabajo una tiranía. Su componenda en la selección de quien participaba en las misiones al extranjero le propició más de un enemigo.

El médico aquel ponía sus oraciones en la mano de Dios, para que lo eligieran un día. Necesitaba dinero en moneda dura para arreglar su casa y comprar un piano a su hija, que estudiaba música, pero la doctora dirigente priorizaba a otros médicos más afines a su entorno íntimo.

Escuché su testimonio sentado en la última fila de la iglesia del bajo, en Santa Fe, un día que hubo sanidad y media docena de convertidos subieron al púlpito a contar sus desventuras. 

Bandoleros redimidos se arrepintieron de sus pecados, alcohólicos rescatados de la muerte dieron gracias a Dios, mujeres que pedían perdón por sus malos pasos. Finalmente, el relato del médico y cómo, sin Jesús en el corazón y movido por la ira, metió de cabeza en un tanque de basura a la doctora dirigente.

“Estaba cansado de esperar, hermanos míos”. Mientras hablaba, el doctor revivió la escena de aquellos días, cuando se sentía apartado, ignorado por sus compañeros, a pesar de que “trabajaba todos los días de la mañana a la noche, cubría todas las guardias que se perdían en el policlínico y, cuando hacía falta, apoyaba a otros municipios en la campaña contra el mosquito. Lo hacía con amor, porque me gusta mi profesión, pero también para cumplir con los requisitos de ganarme una misión internacionalista”.

“Esa se convirtió en mi obsesión. Salir y traer para mi casa las necesidades existenciales y perentorias, el dinero para los materiales de construcción y el piano”. 

“Todos los médicos de mi graduación habían cumplido misiones, algunos habían salido tres veces y yo sin hacer la cruz. Ese año me lo propuse, firmemente. Arrecié en mis horas extras, mis guardias, mis consultas. En enero llegaron dos misiones al municipio y era inminente que el primer elegido fuese yo, pero el día que dieron los nombres de los que viajarían al extranjero, el mío no aparecía ni en los centros espirituales”. 

“Una mañana encontré a la doctora en la calle y la confronté. Estaba fuera de mí porque no había cumplido con mi hija en lo concerniente al piano y las goteras en mi casa crecían. Le pregunté: ¿Por qué a mí nunca me seleccionaban para una misión, si me lo merecía tanto o más que los demás médicos? Y su respuesta fue el estallido de mi furia”.

En ese instante la congregación evangélica quedó en silencio. Todos estuvieron atentos a las razones que impulsaban a la doctora a troncharle el camino.

“Es que hace rato te observo”, dijo. “Y esa matazón tuya en el trabajo y tanto ahínco para ganarte una misión, son serios indicios de que quieres desertar en otro país”.

“Cuando escuché aquello todo se oscureció ante mí, recuerdo que lancé un grito extraño, como si sacara un demonio de mí… después vi a la doctora metida de cabeza en el contenedor de basura, con las piernas suspendidas”.

“Estábamos en una esquina del barrio y tal vez presenciaron el hecho un par de testigos. Me recompuse, la ayudé a salir. Le dije que no quería abandonar a mi familia, ni quedarme en ningún sitio, solo necesitaba arreglar el techo de mi casa, que se está cayendo, y comprarle un piano a mi hija. Pasaron los días y no me llamaron al municipio. No hubo nunca un análisis, ni una sanción. Tal vez como por esos días me convertí a Cristo, el señor puso su mano sobre mí y me cuidó”. 

“A los pocos meses la doctora dejó su cargo y se fue de misión. Hace poco supe que se quedó en Brasil. Ya mi hija tiene piano, se va a graduar este año de solista. Sinceramente ahora no quiero ir a ningún sitio. Tengo a mis hermanos aquí, a mi familia, y a mi iglesia, que es mi salvación”.

 

 

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