Un jaimanitense llamado Joaquín, cristiano y padre de familia, vino a la puerta de mi casa vendiendo productos que escasean y me cuenta que está asombrado de la cantidad de mercancía que apareció de repente en las nuevas tiendas en dólares.
“Es tanta que tienen que estibarla en los parqueos de las tiendas. No caben en los almacenes. De verdad que no entiendo, ¿de dónde salieron? El mercado El Náutico, que es el más michi michi de todas las tiendas que abrieron en dólares, tiene el parqueo y el traspatio lleno. Y de noche ponen un cordón de hombres a cuidarla”.
Joaquín se pregunta cuál será el monto entre salario y merienda diaria de tantos hombres cuidando los productos. “Día y noche. Son miles en todo el país. No sé si el negocio al final será rentable, con tantos machos sin hacer nada cuidando la mercancía. Parece que sí”.
Mientras sacaba el puré de tomate y el picadillo de la mochila, Joaquín comentó que tenía una propuesta para solicitar que autorizaran al revendedor como un nuevo trabajador por cuenta propia.
“Es un oficio relanzado por la crisis. Agrupa a decenas de miles de hombres y mujeres en todo el país. Un porciento alto de la masa laboral dedicado a esa gestión. Y resuelven un gran problema social: llevar a las casas las necesidades de la familia, que el estado no puede garantizar. Y con condenas carcelarias y multas no se resuelve el problema. Es hora de autorizarlos como verdaderos cuentapropistas que son”.
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“Las tiendas en dólares son un nuevo tipo de cuentapropismo”, asegura Joaquín mientras me muestra una mayonesa y me convence de comprarla. “Ayer en 5ta y 42 vi a un cliente gastar su tarjeta magnética en detergente y otros productos de rápida salida en el mercado negro. Seguro que ya están ofertados en Internet, tres veces más caro, pero igual la gente que no tiene dólares y lo necesita resuelven con ellos”.
Joaquín mantiene a su familia como revendedor. Va en su bicicleta a todas las tiendas del municipio Playa, rastreando el picadillo, el detergente, el puré de tomate, productos que la gente le vuela de las manos. Hace la cola de varias horas afuera de la tienda y compra, luego va a su barrio y lo revende a personas que no pueden permitirse una cola de varias horas. También da vueltas por las tiendas de dólares, para ver.
“Estuve observando por los cristales de varias tiendas y vi que ya las cajeras no tienen posibilidad de propinas. Ese puesto de trabajo antes codiciado ya no es rentable. Todo el día sentado pasando tarjetas es muy aburrido, improductivo. En el almacén sucede lo mismo; no hay búsqueda. Cada almacén tiene situado dos agentes de la secreta que lo supervisa todo, jóvenes de cabezas rapadas con la misión de controlar lo que se mueve en la tienda. Se acabó el invento”.
Joaquín saca de su billetera dos tarjetas de bancos. Una del Banco Popular de Ahorro y la otra del Banco Metropolitano.
“No sirven para nada”, dice. “Las de dólares son las buenas. El dólar se ha disparado por las nubes, vamos a ver hasta dónde llega. Y vamos a ver hasta dónde llega esta situación, que como dice mi papá: es peor que la crisis de los años 70”.