*Por Fernando Donate Ochoa
HOLGUÍN, Cuba.- El fuerte olor a azúcar y alcohol inunda la estancia, una oscura habitación sin ventanas. Armando se mueve ágil y seguro alrededor del enorme tanque plástico, de 55 galones, que expele gases de destilación de licor y que él logró instalar en su hogar de manera clandestina. Hace tanto calor que el hombre tiene que secarse el sudor de su frente a cada instante. Lo hace como si fuera un reflejo.
Armando tiene 43 años y pidió que su apellido no fuera publicado por temor a represalias pues su oficio es ilegal. Él produce lo que en Holguín se llama “warfarina” y que en otras partes de Cuba es conocido como “alcohol de reverbero”, “mofuco”, “chispa e’ tren”, “champán de hamaca”, “espérame en el suelo” o “bájate el blúmer”.
Se trata de rones de baja calidad fabricados de manera rudimentaria en las casas de personas como Armando. Los gases que se acumulan en tan estrecho espacio son tan volátiles, que quienes visiten el lugar deben tener una precaución extrema porque cualquier descuido podría provocar una explosión.
Este negocio existe desde hace décadas, pero en los últimos meses está viviendo un auge sin precedentes porque muchos bares han cerrado por las restricciones sanitarias impuestas por el gobierno para contener la pandemia del nuevo coronavirus.
Además, el país atraviesa una grave crisis económica que ha provocado que hasta productos que no solían escasear, como los licores baratos, prácticamente hayan desaparecido de las tiendas de algunas ciudades.
Este vacío ha sido aprovechado por los fabricantes de licor clandestino. “Llevo casi diez años haciendo y vendiendo warfarina y este año (2020) ha sido el mejor para mi negocio”, dijo Armando. “Es un trabajo agotador y arriesgado, pero me deja beneficios”.
Según sus cálculos, desde que comenzó la pandemia, la venta de su producto se ha duplicado y ya no da abasto para satisfacer la demanda. Como aseguraba la agencia de noticias EFE en una nota de enero de 2020, el ron es lo único que nunca hace falta en Cuba.
Sin embargo, en un momento en el que la producción azucarera está a la baja y las empresas estatales ―que tienen el monopolio de la producción de licores― centran sus esfuerzos en obtener divisas exportando ron a grandes transnacionales como Diageo y Pernod Ricard, el alcohol que consumen los cubanos de menos recursos sí escasea.
La salud en juego
El consumo en aumento de licor clandestino constituye un problema de salud. Una enfermera del policlínico Julio Grave de Peralta, quien pidió anonimato por temor a represalias, confirmó que durante los meses de pandemia se ha incrementado la atención a personas que sufren males asociados al alcoholismo. “El deterioro de la salud de estos pacientes tiene que ver con la ingestión de bebidas alcohólicas hechas en casa que no son aptas para el consumo humano”, dijo la especialista.
En este escenario se teme que aumenten las probabilidades de un desastre, como el ocurrido en 2013 en el municipio de La Lisa, La Habana, cuando una intoxicación masiva por ingestión de licor clandestino causó la muerte de al menos siete personas y dejó decenas más hospitalizadas.
En ese entonces, la investigación arrojó que los intoxicados habían comprado una bebida que contenía alcohol metílico, un reactivo de laboratorio, que es difícil de diferenciar del alcohol etílico ―el que contienen las bebidas alcohólicas―. El alcohol metílico puede provocar graves secuelas como la ceguera e, incluso, la muerte.
“Existen las condiciones para que un hecho parecido vuelva a ocurrir”, dijo un profesional de la salud del policlínico René Ávila, de Holguín, quien también pidió anonimato por temor a ser despedido. “La venta del licor clandestino ha aumentado por la escasez de bebidas alcohólicas”.
Cuando escasea el ron
Aunque las autoridades de la provincia aún no se han referido al problema de la escasez de licores, su carencia es obvia en Holguín.
Muchos de los bares y cantinas que antes ofertaban a la población local licores a tres pesos el trago (unos diez centavos de dólar) hoy están cerrados.
Los que permanecen abiertos son los de más categoría, orientados al turismo y a la población con más ingresos, ya sea porque ellos reciben remesas o tienen negocios privados. En estos, una bebida suele costar alrededor de 20 pesos (casi un dólar), el diez por ciento de un salario mensual en Cuba.
Los comercios estatales, que solían poner a la venta bebidas alcohólicas baratas como los rones Bariay y Pinilla y que se vendían a 57 pesos la botella (poco más de dos dólares), hoy lucen desabastecidas.
En los anaqueles destinados a los licores de muchas tiendas se han colocado bidones con agua o cajas de cartón con cocinas de gas en su interior. En contraste, en los nuevos establecimientos que venden productos aprecios en dólares, en los que solo pueden comprar los cubanos que reciben remesas o disponen de dólares estadounidenses, es posible encontrar desde vino chileno a whisky irlandés, a precios que van desde los siete a los 26 dólares.
“No hay ron en Holguín entero”, dice Gonzalo Martínez, cliente habitual de un concurrido bar que ahora está cerrado por falta de productos que vender. Allí, la botella de ron solía costar 31 pesos (1,3 dólares).
El cartel de “Cerrado” también cuelga frente al bar Cubanito, situado entre las calles Mártires y Maceo. Hasta allí ha llegado Ramón Quiroga en una bicicleta, en cuyo cesto se observa un pomo plástico vacío.
“He recorrido todo Holguín y no he encontrado ron”, dijo. También confesó que recientemente tomó “un poquito” de alcohol de 90 grados de uso sanitario. “No pude resistir la tentación y me lo tomé”.
La situación es consecuencia de una economía que ya en 2019 comenzaba a estar en crisis por la debacle venezolana y el endurecimiento de las sanciones de Estados Unidos, y que en el último año, desde que comenzó la pandemia, se ha degradado más con la desaparición del turismo.
El gobierno cubano ha culpado a las sanciones del gobierno de Estados Unidos, cuyo embargo ha privado al régimen del acceso a divisas internacionales.
Tradicionalmente, el abastecimiento de ron de baja calidad no había sido tan problemático como el de otros productos. Al igual que el tabaco, el licor, que es exclusivamente producido por el Estado, siempre fue algo que el país podía producir sin problema y, por tanto, no necesitaba importar.
Sin embargo, la producción de licor depende de un insumo que ha dejado de ser tan abundante como en el pasado: el azúcar. En los últimos años la zafra ha rondado los 1,2 millones de toneladas. Esto es menos de la mitad de lo que se producía al comienzo del siglo y una quinta parte de lo que era habitual a mediados de la década de 1980.
Para este año las previsiones son peores. En diciembre pasado, representantes de la industria azucarera anunciaron que debido a la falta de insumos solo se había logrado sembrar un 76 por ciento de la caña prevista para la zafra de esta temporada.
A su vez, el país ha aumentado sin cesar la exportación de rones de calidad como el Havana Club que, como han asegurado las autoridades, se ha convertido en una actividad “estratégica” por su capacidad de generar divisas.
Entre 2016 y 2019 la exportación de licores creció un 20 por ciento en volumen y un 54 por ciento en valor, según los datos oficiales de la Oficina Nacional de Estadística e Información. Así, el gobierno ha buscado que su caña de azúcar se destine a producir rones cada vez mejores que puedan venderse más caros en países vecinos.
Quienes parecen ser los perjudicados de esta estrategia son los consumidores cubanos de bajos recursos, que ahora están viviendo una situación similar a la que se dio a finales de la década de 1960.
Entonces, como parte de la llamada Ofensiva Revolucionaria de 1968, Fidel Castro ordenó nacionalizar prácticamente todos los negocios privados, entre los que se encontraban los bares. Muchos de ellos no volvieron a abrir porque no se consideraron de utilidad a la Revolución. Algunos de los locales se convirtieron en viviendas u otros negocios y sus muebles y equipos de refrigeración fueron distribuidos a comedores estatales.
“Ciertamente, bares, mientras menos queden, privados o públicos, mejor”, dijo Castro en un célebre discurso pronunciado el 13 de marzo de 1968. Quiroga recuerda cómo en aquellos años el único licor que se ingería era el llamado “alcoholite”, un desinfectante que se utilizaba en los centros de salud.
Empresarios clandestinos
Como suele suceder en el país, el vacío en el suministro de bebidas alcohólicas provocado por el Estado, no ha tardado en ser ocupado por emprendedores del mercado negro y fabricantes de licor clandestino. Uno de ellos, Armando, explica cómo durante años tuvo empleos estatales mal pagados como vigilante de seguridad. Se volvió productor de licor clandestino gracias a las enseñanzas de algunos amigos que tiene en el oficio.
Desde entonces mantiene una licencia como albañil por cuenta propia con el fin de guardar las apariencias, pero realmente se dedica a la producción de unos 100 litros mensuales de “warfarina”. Aunque prefiere no revelar cuánto gana, la casa en la que vive y los equipos y electrodomésticos que posee son un indicativo de que obtiene buenos dividendos.
Su labor comienza con la obtención de los insumos, el azúcar principalmente, que debe ser conseguida en el mercado negro, lo que añade aún más riesgo a una actividad ya de por sí ilegal.
Además de azúcar también se necesita agua y algún producto que active la fermentación, como levadura o, en el caso de que esta no se encuentre, heces humanas, según explica. “La ‘caquita’ de niños menores de un año es la mejor porque su pH (nivel de acidez) es alto y esto acelera el proceso”, dice Armando.
Todos los ingredientes se juntan en un tanque plástico donde permanecerán unos 15 días fermentándose. Después, el producto se traslada a otro recipiente metálico que tiene adaptado un serpentín ―un tubo en forma de espiral― donde se produce la destilación.
Finalmente, el alcohol se envasa en pomos plásticos de 20 litros para facilitar el traslado a los puntos de venta que son, normalmente, otras casas de la ciudad para que a las autoridades les sea más difícil detectar la ubicación de la fábrica.
Como nunca se puede determinar con precisión la graduación alcohólica de la bebida, algunas personas se refieren a ella como “analfabeta”, explica Armando. La actividad es perseguida por las autoridades debido al riesgo sanitario y porque supone un desafío al monopolio que posee el Estado sobre el comercio minorista.
Otro vendedor de licor clandestino, que solicitó anonimato por temor a represalias, explicó cómo recientemente un colega sufrió la incautación de sus productos en un operativo policial. “Le decomisaron todo”, dijo. “Él se descuidó porque vendía la ‘warfarina’ en su propia casa”.
El mercado negro del azúcar
Además de la policía, los fabricantes de licor también se enfrentan a los altibajos del precio del azúcar en el mercado negro, que pueden encarecer considerablemente su producto y comerse sus márgenes de beneficio. Esto es lo que está sucediendo en la actualidad con el azúcar, cuyo precio en el mercado informal asciende a 40 pesos la libra (1,6 dólares). Pero los riesgos, físicos o económicos, no detienen a la mayoría de quienes se dedican a esta actividad. Saben que sus clientes nunca desaparecen, menos aún en un momento de escasez como el que atraviesa Cuba, donde muchos consumidores no tienen otra opción que beber lo que aparezca.
En la actualidad, un pomo de un tercio de litro de “warfarina” en Holguín cuesta unos 40 pesos (1,6 dólares) y el de tres cuartos de litro, unos 100 pesos (4 dólares). No existe en el mercado un licor a precios tan bajos.
En la esquina de las calles Maceo y Agramonte, dos hombres sentados en la acera comparten la bebida que contiene un pomo plástico. Visten ropas sucias y harapientas. Uno está descalzo y el otro lleva unos zapatos rotos. Las barbas tupidas que cubren sus rostros ocultan el movimiento de los labios. El tono aguardentoso de sus voces matiza sus palabras. “Yo no te puedo decir qué estamos tomando”, dice uno de ellos antes de tragarse un buche. “A mí me da lo mismo un ciquitraque (un tipo de petardo) que una bomba. Yo soy fuerte y esto no me va a matar, ya he enterrado a 59 amigos y aquí estoy vivo. A mí no me entra el coronavirus”.