Wichi Fournier: obituario de un escritor que murió como vivió

Ha muerto Luis Wichi Fournier, prototipo de escritor marginado de la Cuba profunda. Murió viejo, solo, desnutrido, en un cuartucho de un zaguán en el barrio La loma del chivo, Guantánamo.
Wichi Fournier: obituario de un escritor que murió como vivió
 

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Ha muerto Luis Wichi Fournier, prototipo de escritor marginado de la Cuba profunda. Murió viejo, solo, desnutrido, en un cuartucho de un zaguán en el barrio La loma del chivo, Guantánamo.

Su novela ¡Pin Pon fuera!, yacía a su lado en el momento en que sus eternos enemigos de la Seguridad del Estado allanaron por última vez su morada y recogieron del mugroso piso, victoriosos, el  fajo de hojas presillado con alambre. Seguramente archivado ahora en una gaveta, junto a su expediente de opositor al régimen comunista.

Pero la muerte de Wichi no sucedió aquella noche, cuando la vecina atisbó por una rendija del cuarto su kilométrico cuerpo inerte, encogido en posición absurda. Wichi venía muriendo desde mucho antes, desde su nacimiento en Caimanera, cerca de la base naval norteamericana, en una familia pobre que jamás conoció de solvencia ni lujos.

Muy joven quedó solo en la vida y se abrió camino en el mundo. Confió en la revolución y subió cinco veces al Pico Turquino, una hazaña exigida en esos tiempos a los jóvenes para probar su estirpe a la revolución triunfante.

Nos decían los Cinco Picos”— contó una vez Wichi— “era una acreditación y gracias a eso pude integrar el grupo de seis jóvenes que enviaron a La Habana a estudiar en la Escuela de Arte. Escogí literatura, pues desde niño me sentía escritor. Ese fue el principio de todo y el fin”.

Entre los seis estudiantes de Guantánamo que viajaron a La Habana aquel invierno de 1966, iban dos negros, Emilito Brown y Wichi.

Y al final resultamos un par de disidentes”, confesó durante una tertulia literaria en 1989, en La Casa de los Mil Colores, a solo una cuadra donde 30 años después dejó de existir. “Conocer a Solzhenitsin, a Pasternak, a Orwell, examinar el polvo de la historia y la harina del conocimiento nos abrió los ojos y nunca más creímos en esta gente

De aquellos años de estudio Wichi recordaba a Jorge Ramos, el profesor de Arte Universal que les enseñó a disentir.

Fue Jorge Ramos quien me exhortó a ser un rebelde. Decía que Cuba necesitaba con urgencia un Malcolm X y que hasta me le parecía en el físico. Le creí. Ahí comenzó mi suplicio, la marginación y la tortura”.

Cuando regresaron a Guantánamo graduados de asesores literarios, las ideas de los jóvenes negros resultaron incompatibles con los planes de adoctrinar a la gente en el Realismo Socialista.

A cada paso chocamos contra el muro estalinista”, contaba Wichi.

Su amigo Emilito Brown se rindió pronto y abandonó la lucha, y los sueños de escribir como Hemingway, y se ahogó en el marasmo del bajo mundo, pero Wichi fue el guerrero de Caimanera, el negro de 2 metros y 6 centímetros que renunció a una brillante carrera de basquetbolista por la pluma ardiente, el verbo comprometido, la oración afirmativa sencilla.

 

 

Cuando en la novela incluí la escena de un muchacho, que esperaba en la orilla a que pasara la luz del reflector sobre la bahía para lanzarse al mar y   cruzar al territorio de la Base, no demoraron ni un minuto para que me botaran de la Casa de la Cultura y la Seguridad del Estado me marcara con tinta roja, en su  lista negra y con un asterisco”.

Sin trabajo y con el país en ruinas, el escritor fue obligado a protagonizar la historia de su personaje. La luz del reflector demoraba exactamente 18 segundos en ir desde el puesto de mando en Caimanera hasta la playa Boquerón y regresar, pero su desproporcionada anatomía lo traicionó y sus largas piernas no esquivaron el haz de luz que regresaba raudo sobre el agua y fueron vistas por los guardias fronterizos, que lanzaron sobre él una lluvia de tiros.

Tres años estuvo preso en la terrible cárcel de Chafarinas y al salir en libertad, Wichi transitó por los oficios destinados a los escritores proscritos, barrer calles, la agricultura o la construcción, o mendigar el pan de cada día, mientras tanto enriquecía su novela con la vida fútil y miserable de los marginados.

El Programa de Refugiados lo acogió en el año 2000 y marchó a los Estados Unidos, donde vivió siete años. Pero un día Wichi asombró a todos, cuando volvió a recorrer las calles guantanameras con su inmensa y cansina estatura, el fajo de hojas bajo del brazo, los viejos zapatos, la camisa raída. Todos le dijeron “¡Loco…!  , ¡¿Qué has hecho?!”

Pero Wichi, con su elocuencia característica, su verbo pulcro y su mística, contestaba:

Allí me encontraba fuera de contexto, porque mi lucha es aquí”.

Su novela ¡Pin pon fuera! creció, en anécdotas, circunstancias y conflictos. Su atmósfera se hizo más densa y asfixiante como la propia vida que describía. Sus personajes eran tipos desposeídos de toda esperanza, con la vida colgándole de un hilo, la libertad a un paso de las rejas y el alma en vilo. En cambio el autor era un tipo feliz por compartir el hambre y la miseria de los suyos, escribiendo sobre sus corazones encadenados, sus almas congeladas y los caminos sin salidas.

Nunca pudo publicar su novela y con su muerte tal vez se pierde ese texto fundamental de esta etapa, que algún día va a quedar atrás sin lugar a dudas. En la gaveta de una oficina de la policía política, junto a su expediente de “intelectual opositor”, yace un texto escrito con ahínco en una vieja máquina de escribir, como cincelado por golpes de martillo sobre una piedra, o como bien dijera un día Wichi, “con la sangre de los oprimidos, que no es una sangre fluida, es plomo, mercurio puro”.

 

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