La Iglesia católica cubana no encajó bien en los estrechos márgenes del llamado “proceso revolucionario”. Costó tiempo y mucho esfuerzo para que el gobierno reconociera y aceptara esa y otras comunidades religiosas. En los últimos meses –en medio de la represión, el aumento del odio, y de la discriminación económica–, la Iglesia se ha visto muchas veces intentando el diálogo para reconciliar al país.
Varios sacerdotes han contribuido, explícitamente, a las solicitudes de paz, amor y reconciliación en un país que se desmorona por tantos conflictos sociales. ADN Cuba conversa con el padre Fernando Gálvez, de 32 años, quien es sacerdote desde el 2016. Actualmente se encuentra en la Iglesia de San José de Lugareño, en el apartado municipio Minas, de la provincia Camagüey.
– ¿Debe la Iglesia participar activamente en política? ¿Cree que la política sea para todos los que, en comunión, buscan el bien social?
La Iglesia no está vinculada políticamente al Estado, pero es parte de la sociedad civil. Existe autonomía e independencia entre el Estado y la Iglesia, pero el bien común político y espiritual tienen puntos coincidentes. Y es allí donde Iglesia y Estado deben intercambiar pareceres. Aunque en principio la Iglesia debe obedecer las leyes, tiene ella el derecho y el deber de intervenir como madre y maestra, y ejercer su crítica donde encuentra que se violan los principios morales y religiosos fundamentales.
El ser humano, además de estar en el ámbito de la trascendencia, está en el ámbito de lo social. La política es la búsqueda del bien común. De ahí que el poder político se identifica con el pueblo, no con el gobernante de turno. Cada ciudadano debe procurar comprometerse con el entramado político que, a su vez, debe crear un ordenamiento al servicio del bien común. En la medida que se dé mayor participación del pueblo, cada individuo se verá mejor representado y servido en justicia.
– Hemos presenciado con tristeza los “actos de repudio” que se orquestan desde el gobierno a través de la Seguridad del Estado. Generan no sólo división entre los cubanos, sino que los inhabilita socialmente, los silencia y no están amparados ni siquiera por la ley. ¿Qué cree de estos actos? ¿Le parece que el gobierno cubano está actuando con odio hacia los que piensan diferente?
En el Catecismo de la Iglesia Católica leemos que es pecado agredir o consentir una agresión a cualquier ser humano, sea de palabra o de obra. Por tanto, cada católico está en el deber moral de rechazar y sentirse lejos de cualquier incitación al odio. Ningún poder sobre la tierra sea el que sea, puede ver moralmente aceptable, o positiva, la violencia y el odio entre personas, y mucho menos instigar y convocar a su realización. Creo que como humanidad ya estamos saturados de historias de desamor, intolerancia y odio que solamente conducen a la destrucción, a la tristeza y al empobrecimiento.
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Los cristianos tenemos el ejemplo de Jesús, siempre respetó la libertad y la dignidad de cada persona. Incluso cuando él mismo esperaba más entrega y disponibilidad supo aceptar, aún con tristeza. No violentó ni siquiera a los pecadores, aunque rechazara sus palabras o actos. Por tanto, la agenda social de la Iglesia, a la que invita a todos los hombres de buena voluntad, contiene solamente amor, respeto, diálogo, cercanía, comprensión entre todos los hombres. Solo de esta manera se podría llegar a una sociedad donde todos encuentren su espacio para vivir bien y en paz.
– En los últimos meses aumentó el éxodo cubano rumbo a Estados Unidos. Muchos perdieron la vida en medio del mar. ¿Cuánto se está dividiendo la familia? ¿Qué motiva las salidas urgentes del país?
La familia cubana es ahora mismo una herida en el corazón de la Patria y de la Iglesia. La familia es siempre una preocupación para la Iglesia y para cualquier sacerdote. En ella se origina la vida humana y por tanto se constituye en el fundamento de la sociedad. Y debería ser también la gran preocupación de la política, puesto que una sociedad solo puede tener éxito si le va bien a cada uno de sus miembros. Cuanto más custodie e invierta un país en las familias, más obtendrá de la nobleza, fuerza e inteligencia humana, y menos tendrá que invertir en cárceles, reformatorios y terapias especializadas.
La mayoría de los cubanos sufrimos la separación familiar impuesta por diversos motivos: políticos, económicos, profesionales, etc. También mi familia está dispersa. Todos los sacerdotes lo constatamos cada día en nuestras comunidades. Incluso, para algunos partir no es un dolor, sino una feliz aspiración.
– Es evidente el fallo del gobierno para administrar el país, opera más con la violencia que con la legalidad. ¿Cree usted que ya es hora de que reconozcan los errores cometidos, antes de seguir buscando culpables?
Como personas, reconocer los errores es lo más humano y saludable que podemos hacer. Acercarnos, aceptar la culpa, pedir perdón y continuar el camino evitando caer nuevamente en el error. Para eso necesitamos calidad humana, transparencia, humildad y valentía.
Eso que debemos vivir como personas hemos de trasladarlo a todas las instancias. También a la política. En la carta que recientemente escribimos algunos sacerdotes, y que firmó gran número de laicos, hablábamos del colapso del sistema económico político y social. No es moralmente aceptable sacrificar a un pueblo por unos ideales políticos que no son indispensables para la soberanía y el bienestar de todos. La persona humana debe ser el centro, sujeto y fin de la comunidad política.
– Hemos visto artistas, periodistas y activistas bajo arresto domiciliario cada vez que el gobierno lo estima conveniente. Estos jóvenes sufren no sólo por la inmovilidad obligatoria, también les cortan internet o las líneas telefónicas. ¿Cree que la Iglesia debería ser más activa, e interceder cuando se violan derechos humanos elementales?
Sí. La Iglesia está en medio del pueblo. Su papel en la dinámica social es el de acompañar la vida de los hombres, generar espacios de convivencia, de trabajo intelectual y espiritual, forjar hombres y mujeres libres, capaces de construir un futuro hermoso. La Iglesia está de lleno en nuestra sociedad, a veces no todo lo visible que quisiéramos, pero no deja de aconsejar, consolar, ayudar, interceder. Las gestiones o intercesiones de la Iglesia se hacen, a veces, de una forma discreta, por eso con frecuencia no saltan a la prensa o a las redes. No obstante, y con frecuencia, la Iglesia hace gestiones y no obtiene los resultados esperados. Y no lo hace buscando el aplauso de los hombres, que somos muy cambiantes, sino el de Dios, al que no puede escapar.