Mal país, donde hasta el coronavirus lo piensa dos veces para entrar

Si en Cuba la escasez es terrible, en “Mal país”, una localidad del municipio especial Isla de la Juventud, es peor
Mal país, donde hasta el coronavirus lo piensa dos veces para entrar
 

Reproduce este artículo

“El nombre que le pusieron a este pedazo de tierra olvidado, hace honor a la forma en que vivimos: Mal país. No pudieron hallarle uno mejor”, refiere Maykel Heredia, habitante de un barrio de 389 habitantes, asentado sobre una explanada árida cerca de la localidad de Santa Fe en la Isla de la juventud.

Según Heredia, allí la escasez es más fuerte que en ninguna otra parte de Cuba. Su testimonio refleja la angustia de sus habitantes.

Aquí en Mal país casi no hay comida. Para lo poco que sacan se forman unas colas terribles. La última modalidad de la desgracia es que están sacando solo 10 cajas de cigarros a la venta y solo alcanzan las primeras diez personas”.

El dependiente de la cafetería es un joven vecino de Heredia. La gente lo repudia por la ridiculez con los cigarros, pero él asegura no tener culpa, solo hace lo que tiene “orientado por la empresa”.

“La caja de cigarros vale 7 pesos y los vendedores clandestinos la ofertan a 25 pesos. Los fumadores como yo, que somos muchos en Mal país, nos estamos volviendo locos”, comentó Heredia.

Nilo Vega, de 48 años y custodio de la guanajera, es otro residente de Mal país que se queja por la dura situación.

“Esto es un infierno dentro de otro infierno. No hay sitios de esparcimiento ni de  recreación, la única válvula de escape posible es tomar ron, pero también está perdido desde hace tiempo. Tenemos que morir en las manos de los negociantes y sus inventos: el hueso de tigre, la pata de King Kong, el pisotón de mamut, o la guarfarina”.

La suegra de Nilo se llama Fela. Tiene 76 años y además de fumadora, es una a empedernida consumidora de café, otro producto perdido en Mal país. Fela se lamenta:

“La tacita de café está a cinco pesos en la calle. No hay bolsillo que aguante. Si por lo menos hubiera chicharos, me hacía un buen café de chicharos… pero ni eso hay. Estoy rabiando hace días, de las ganas de tomarme un buchito”.

Roberto Silva, de 40 años y custodio de la escuela primaria de la localidad, cuenta que lleva tiempo levantando su casa, arrasada por el último ciclón y quiere terminarla rápido para mudarse, pues la convivencia con su suegra se ha vuelto un martirio, quien según refirió “está esclerótica”.

“Mi rol familiar actualmente es dedicarme todo el día a hacer las colas 'Palo': Pa lo que saquen. La gente marca el último desde la madrugada y lo que saquen es bienvenido porque no hay nada”, afirmó.

Silva sentencia, que “este pueblo sumido en el olvido llamado Mal país, es lo más raro que se pudiera encontrar”. Y explica:

“Aquí no hay comida, la gente se pasa el día en las colas 'Palo'; sin embargo, el Estado tiene aquí una pollera, una conejera y una guanajera. Toda esa crianza la llevan para La Habana. Los habitantes de Mal país no vemos un ala, ni siquiera un rabito de conejo. Tampoco los que trabajan en las granjas ven una pluma”.

“A los jóvenes que terminan el noveno grado enseguida los hacen militantes de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), para ponerlos a trabajar en las granjas del Estado, algo que toman como una tarea revolucionaria”, agregó.

Tampoco se ha habilitado el servicio Wifi en Mal país. Para conectarse sus habitantes deben ir a Santa Fe, a 12 kilómetros de distancia.

“Antes iba en bicicleta a conectarme y renuncié, porque la tarjeta de Internet se me iba en nada. Hace tiempo que no me conecto. La Internet no es cosa para la gente de Mal país. Si tenemos un caso de verdadera urgencia debemos hacer señales de humo”, ironizó.

Silva lleva un año levantando su rancho, el Estado no le ha ofrecido ninguna ayuda. Un amigo lo acompaña los fines de semana y adelantan hasta donde pueden.

“A pesar de todo ya estamos en el caballete, y como decían Los compadres: 'Venga guano'. Estuve parado largo tiempo por madera, luego por clavos. Encontré en el basurero una ventana vieja, todavía reciclable, y fue lo que puse. Quería hacer una puerta con tablas de palma, pero me advirtieron que está prohibido tumbarlas”, contó.

Su casa está situada en la cima de la explanada. Desde allí puede divisar todo el barrio y su vida miserable: “calles de tierra, polvorientas, y su gente, sin futuro”. “Veo crecer la cola 'Palo' desde la madrugada, y observo cuando sale el sol a la gente aglomerarse bajo las sombras, sin ningún distanciamiento social”, describió.  

La anciana Fela cree además que “eso no es ningún peligro, el coronavirus todavía no ha llegado a Mal país. Ni llegará nunca”, asegura.

“Porque cuando el coronavirus llegue y vea que aquí no hay absolutamente nada ni siquiera la cabeza de un guanajo dirá: ¡los fósforos!, me voy de aquí, si no hay vida. Y se irá volando por donde mismo llegó, como alma que se la lleva el diablo”.

 

 

Relacionados