La playa de 70, escenario de diversión y esparcimiento para los habaneros en otro tiempo, es un hoy un vertedero que interesa a pocas personas. Algunos activistas han comenzado a clamar para que las autoridades y los ciudadanos tomen cartas en el asunto.
ADN Cuba estuvo indagando entre los vecinos, también recorrió la zona, y las opiniones son dispares. Es cierto, hay huellas de ofrendas religiosas y mucha basura. Algunas personas que frecuentan el lugar culpan a la negligencia y falta de sensibilidad de los propios habaneros.
Otros piden que cesen las actividades religiosas, pero no hay consenso, porque quienes la practican ven esa prohibición potencial como una limitación al derecho que les asiste de venerar libremente a sus santos.
La única causa de contaminación no es la religión, ni mucho menos. En la playa desaguan las tuberías del reparto Buena Vista, con rémora de desperdicios humanos, y muchos pobladores irresponsables la toman de basurero.
En la playa de 70 coinciden surfistas, jóvenes en fuga de alguna escuela cercana, ofrendas a Yemayá, parejas que bajo el sol se enamoran, hombres solitarios en busca de una imagen para complacer sus fantasías y familias humildes llenas de felicidad por el mar.
Las ofrendas son parte del culto a los orishas y son inevitables. Cuando un religioso ofrece frutas o animales, y debe llevarlo a una ceiba o a las cuatro esquinas, hay espiritualidades que esperan allí para establecer esa comunicación con la deidad, pero ninguna regla ni ningún Oddun dice que tiene que ser en un lugar céntrico, ni en las playas de Guanabo mientras los bañistas huyen del espectáculo.
El resto depende de la conciencia que tenga cada cual de cuán limpia quiere conservar su ciudad, y de cuánto se quiera cuidar la imagen de una religión que, más allá de interpretaciones prejuiciosas, es una invitación a la armonía con la naturaleza, no a destruirla.
Sin embargo, esta no es la opinión de muchos cubanos, que persisten en ver sólo el resultado de estas actividades.