A veces creo vivir en una distopía o que mi lente ha sido dañado, que solo enfoca lo maltrecho, lo oscuro y magro, ora por tener que explicar la situación precaria cubana a algún extranjero, ora por tener que poner en estado de alerta a algún cubano cegato de lo que realmente pasa y desmentir los medios nacionales, o por histerizar la calmada abstinencia de los que se acostumbran a lo que está o a lo que está por venir. A veces pienso, que por hurgar mucho en los escombros, me he contaminado de demasiados microbios; y por más que acudo al aseo para obtener el sosiego, nunca encuentro esa utópica esterilidad, no en estos surreales parajes. Pero de lo que sí estoy convencida es que, mirando lo que sea, la composición más absurda o inquietante, el resultado es siempre nítido, bien encuadrado y expuesto. El enfoque de lo mediocre, su normalidad, es lo que más abunda.
Entonces mi preocupación no radica en su existencia, porque ya ha sido demostrada por algunos su verosimilitud, sino en su aceptación, la capacidad de asumir e interiorizar, de la manera que sea (pesimista/feliz/institucional/vivencial/cronista-periodística/poética/hasta fotográfica) la cruda realidad, la pobreza, la precariedad, la “feancia”. Esa fealdad, la de mi mundo distópico, que converge en este modo de vida bajo un sol abrasador a las 2:00 pm en cualquier sitio de mi mundana existencia, es la “feancia” y “mediocrancia” en el status quo de muchos y de la que voy a ir tomando algunos apuntes para un mayor acercamiento.
La mediocrancia, como la feancia, es un término o apropiación del lenguaje coloquial, con enfoque puntual en lo vulgar, lo popular y lo marginal. De manera más exitosa se popularizó bajanda por la célebre canción homónima de Chocolate MC, y ya casi forma parte del habla popular. En los últimos temas que he escuchado encuentro una fuerte inclinación de los cantantes de reguetón hacia los gerundios «bajando(a[1])» y el sufijo –mente que forma adverbios de modo a partir de adjetivos, dígase «normal-mente». Ambas formas, de uso complejo en la lengua, ya fuese por su ambigüedad temporal en el caso del gerundio o por su fealdad fonética/lingüística en el caso de los adverbios de modo; demuestran, en un guiño tan poético como el propio lenguaje, lo “mediano o regular, tirando a malo, en cuanto a su calidad, valor, interés, etc.” de la educación cubana. Con esta definición de mediocre tomada del diccionario no quiero motear a estos reguetoneros. Ellos son artistas de esta generación (me refiero a los genuinos), los que realmente festonean la cultura nacional, los que— aunque en el borde del brocal— tienen algo que decir y llega a toda la masa proletaria. Ellos son esos artistas de anfiteatros, que no se andan con murmullos. Ahí no hay una mediocridad, pues no hay una pretensión, justamente nacieron/resultado del calostro de la Revolución-Comunista caribeña experimental.
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Me refiero a lo mediocre que pudo resultar la masificación de la educación, sin tiempo y capacidad para estas especificidades lingüísticas. Me refiero, mucho más, a la pretensión de que de las latas de conserva que son las aulas de primaria, salga un 100% de profesionales. La mediocrancia es la consecuencia de la mediocridad dentro de la mediocridad.
Les contaré una historia mediocre que sucedió durante una clase práctica de manejo de cámara, llevada por dos profesores de la Escuela de Fotografía Creativa de La Habana, en el cementerio Colón. Los hechos no fueron precisamente excepcionales, sino más bien cotidianos y corrientes, en circunstancias felices y optimistas.
La colombiana, es la de más edad en el aula. Parece que tiene una relación más estrecha con el profesor oficial de la clase, ya fuese porque se conocieran desde antes o porque sencillamente los extranjeros en Cuba tienen un trato especial. Para casi concluida la sección, después de hora y media bajo el sol, tirándole fotos a los panteones de nuestros próceres o de los milagrosos, la colombiana entablaba una conversación con el profesor sobre las cosas de Cuba. De pronto el profesor alza la voz y señala al otro profesor, -él te puede explicar, que se graduó de Economía, yo me gradué de Informática. El económico atiende el llamado. La colombiana: -¿existe en Cuba la propiedad privada? El económico le responde a grandes rasgos sobre los derechos de la propiedad privada en cuanto a la vivienda y las expropiaciones (decomisos), pero la colombiana no queda satisfecha, ella quiere saber sobre la privatización de las empresas…: - ah no, la propiedad privada de las fuerzas de producción, no, eso aún no existe— responde el económico y se hace un gran silencio. El informático cambia rápidamente de tema y comienza a hablar de cine. La colombiana cambia su cara interrogativa por su cara de primera comunión y se entusiasma, empieza a hacer preguntas sobre cine, yo sigo al margen. La conversación sobre cine se limita a decir títulos de películas cubanas de forma aleatoria. Hasta que el profesor económico hace toda una disertación sobre las películas Kangamba y Caravana, no de sus hechuras cinematográficas, sino por el mérito de que fuesen basadas en hechos reales; mientras se emocionaba narrando su presencia en la premier… con todos los coroneles y oficiales a los que homenajearon con tal filme —incluso el que perdió el ojo estaba ahí, fue real que perdió un ojo— decía con exaltación.
Yo no podía creer tanta estulticia, mucho menos creer que esos personajes eran mis maestros de fotografía, aunque ya avizoraba algunos destellos de simpleza en sus chistes insulsos. Ellos ya habían puesto el trípode en el piso, ya habían abierto sus diafragmas, esa era su exposición. Fue entonces cuando decido actuar para salvar el gusto cinéfilo de la colombiana. Le digo que en la próxima clase le pasaría algunas películas cubanas pues yo poseía un banco de películas en un disco duro. Y así de satisfechas, nos despedimos y caminamos hacia la salida del cementerio que ya casi cerraba.
En el camino la colombiana me habló de su felicidad de vivir en Cuba. Me cuenta que su hijo pequeño está encantado. Que sus amigos de Colombia le preguntan si está muy mala la situación alimentaria, “yo no estoy pasando hambre—me dice—he aumentado aquí un kilo, ya me acostumbré a lo que hay y no hago las filas, compro lo que hay en las tiendas y ya, aquí hay mucha variedad…”. Creo que en ese momento se calló porque notó cómo el color de mi cara se transformaba. Ahí entré yo, como un miriápodo de 100 patas a gesticular en una ponencia de menos de diez minutos sobre economía, incluido el epígrafe que le faltó al profesor económico fan del tuerto de Kangamba. Yo, por ejemplo — le decía ya concluyendo— soy graduada de Letras de la Universidad de La Habana y soy editora en una editorial donde me pagan 400 pesos moneda nacional, eso son 16 CUC, a ver dígame, ¿cree que eso alcance para comer en un mes? La colombiana me miraba, sus abedules en la entrada del paraíso se travestían en los flamboyanes del cementerio cubano; dijo algunas palabras tartamudas hasta que se degradaron en silencio. Y a unos pasos me replica -¿qué fue lo que estudiaste? Casi todos con los que hablo son muy educados, el pueblo cubano es muy educado… “¿A qué educación te refieres?” fueron mis últimas palabras, interrumpidas por la reja de la entrada principal del cementerio donde la esperaba su esposo en un lujoso carro. La colombiana se despidió rápidamente y se fue con sus abedules a otro sitio. Y yo me fui a 23 y 12 a coger mi respectiva guagua.
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Con estos simples acontecimientos quiero abarcar algo mayor, algo que vengo acumulando en mi aorta hace algunos años, cuando empecé a tener conciencia de lo perjudicial que sería fingir satisfacción, o mucho peor, hacer silencio. El despertar del hedonismo, pero ¿cómo ser un hedonista en circunstancias tan adversas? Son las crepitaciones de un mundo en llamas lo que logro imantar con esa mediocrancia. Ni siquiera las cuestiones se acercan a lo ontológico, digamos que se quedan por debajo del no ser, de lo que pueda sobrevivir en estado primario.
Si salimos de la capital, el estado de abstinencia paralítica es aún mayor. En los municipios de provincia se vive el efecto “dónde está Teresa”[2]: la gente sabe que no hay y solo se pregunta por ello, pero no sale a buscarlo. La gente de campo, aunque no lo parezca por tener pequeñas tierras detrás de sus casas, vive la carencia más crítica. A esto súmele la disminución de la “búsqueda” que se ejecuta con más facilidad en las cabeceras de provincias. Es un mito que el campesino criador de cerdos o el agricultor viven mejor que el resto, cuando es el que tiene un pariente en el extranjero el de mejores recursos. Más pa’ dentro, en los montes cubanos, queda una población totalmente envejecida, pues los hijos y los nietos se han ido a la provincia, a la capital o más allá. Y son las remesas, el sustento real de muchos de ellos, no los plátanos que sembraron en el fondo del patio o la cuota de la libreta de abastecimiento. He aquí otra mediocrancia, una vida de trabajo por 200 CUP o poco más al mes de retiro. Y otra mucho mayor, unas tierras ociosas o un campesino desprovisto de los alimentos de la misma.
La primera vez que oí esta suculenta palabra fue a través de un personaje del reciente documental de Ricardo Figueredo, La Teoría Cubana de la Sociedad Perfecta. Él dice “Lawton es un lugar de mediocrancia, de gente de bajo nivel” refiriéndose al dinero y al juego. En efecto, este señor tan lúcido, habla de su recinto como un lugar pobre, donde los juegos y las apuestas no llegan a la magnificencia de un casino. José Antonio Saco pudo recapitular en numerosos acápites muchos de las causas de la vagancia en Cuba, entre ellos el juego, pero si algo no tuvo en cuenta fue esa “cierta manera” de ser del cubano (caribeño) de la que habla Antonio Benítez Rojo años después en La isla que se repite, una manera desenfadada, en donde un iceberg se derrite. El mundo en alarma bajo la amenaza de una tercera guerra mundial, durante la Crisis de los Misiles, y nos narra BR: “(…) dos negras viejas pasaron de ‘cierta manera’ bajo mi balcón. Me es imposible describir esta ‘cierta manera’. Sólo diré que había un polvillo dorado y antiguo entre sus piernas nudosas, un olor de albahaca y hierbabuena en sus vestidos, una sabiduría simbólica, ritual, en sus gestos y en su chachareo. Entonces supe de golpe que no ocurriría el apocalipsis”. Por tanto ese mismo cubano que se resiste y juega a espaldas de las autoridades, es el mismo que lo controla a su nivel de adaptación y supervivencia. Ese cubano no va ser de ello la gran empresa, puesto que eso requeriría la implosión de su pasividad, por eso resuelve por aquí, escapa por allá, mete cabeza, es su tradición, tomar las cosas con calma.Resulta que la colombiana de la historia nadó hacia estas aguas y se metió rauda en su pecera, sin sondear las profundidades de este territorio. Desde la superficie no se ve el fondo y dentro de un cristal no se sufre. La colombiana es un personaje mediocre por celebrar con juicios tan superficiales. Los profesores son mediocres por ser profesores de un arte que se somete al sacrilegio nombrando dos mediocridades fílmicas que apenas se deberían mentar dentro del panorama del cine cubano. Mientras tanto sus mediocridades dentro del panorama mediocre cubano se transforman en mediocrancias, pues a la vista de muchos, actuar de esta manera es normal o peor aún, es un deber.
Al mundo se le vende una imagen beata de la magna Cuba, y los jóvenes abogados e informáticos tienen que dedicarse a otras cosas, por ejemplo, la fotografía. No obstante la realidad cubana puede ser tan pantanosa como una ciénaga, y esto es solo una relectura parcial, si acaso acierta, de mi propia mediocrancia.
[1]Apropiación del reguetonero Chocolate.
[2] Letra de la conga en los primeros metrajes de “Memorias del Subdesarrollo” de Tomás Gutiérrez Alea
*Este es un artículo de opinión. Los criterios que contiene son responsabilidad exclusiva de su autor, y no representan necesariamente la opinión editorial de ADN CUBA.
*Ilustración de Camila Lobón