El pan nuestro de cada día

La falta, escasez, o la mala calidad y cantidad del pan nuestro de cada día, además de ser un muy viejo problema sin resolver, es también una razón para tratar una calamidad aún mayor: el hambre y la mala alimentación que sufre el pueblo cubano
Panes racionados en Cuba. Foto: Tomada de Infobae
 

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La más reciente señal de la crisis terminal que estamos viviendo en Cuba es la vieja situación del pan. Hace décadas que está racionado a uno diario por persona. Su mala calidad ha sido tema proverbial para humoristas y revendedores. Pero ahora llegan voces de un nuevo racionamiento, son esas “bolas” o rumores que, con frecuencia, son lanzadas para medir la opinión pública. Dicen que solamente venderán el pan diario para niños de hasta 7 meses y para personas de más de 60 años. Lo que no es un rumor es que hace semanas la harina de trigo para el pan está siendo sustituida por otros experimentos con harina de calabaza o de maíz. Esto hace realidad aquel añejo refrán: “a falta de pan… casabe”.

Como sabemos el pan es el símbolo de la alimentación por excelencia. Desde tiempo inmemorial “ganarse el pan” o “traer el pan para la mesa de mi familia”, significa trabajar para conseguir una alimentación sana y suficiente. La consagración de este símbolo, devenido sagrado, es la única oración que Jesucristo nos enseñó, el Padrenuestro, y que ha pasado a formar parte de la cultura popular: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy…”

Pues bien, la falta, escasez, o la mala calidad y cantidad del pan nuestro de cada día, además de ser un muy viejo problema sin resolver –signo inequívoco de la gravísima situación económica en que nos hundimos por la ineficiencia del modelo centralizado y el desastre de la empresa estatal socialista–, es también una razón para tratar una calamidad aún mayor y más abarcadora: el hambre y la mala alimentación que sufre el pueblo cubano.

Es un tema difícil y doloroso. Todos sabemos que hay personas y familias que están pasando hambre en Cuba. Todos sabemos que el tipo de alimentación que tenemos es malo, insano, insuficiente. Decirlo con todas las palabras duele, pero tantas cosas están doliendo en Cuba hoy que pareciera que no hay solución. Pero sí la hay y está entre nosotros, depende únicamente de nosotros, los cubanos. Me explico.

 

Las causas

Cada vez que en Cuba falla algo se le atribuye a la socorrida causa del embargo norteamericano, que oficialmente llaman “bloqueo”. Habría que ir a la raíz de este problema que ya se ha estudiado bastante y no es motivo de esta columna.

De lo que se habla menos es del otro bloqueo, el principal, el de mayor alcance y peores consecuencias: el de las fuerzas productivas de la sociedad cubana. El bloqueo de la iniciativa ciudadana, de la empresa privada y de una economía social de mercado.

La causa de estos bloqueos es el empecinamiento en mantener un modelo económico estatalizado, centralizado y monopólico, con la irrentable base en la empresa estatal socialista, mil veces rescatada y otras mil ineficiente, que ha sido origen probado de inoperancia, despilfarro, plantillas infladas, vagancia, corrupción, robo y decadencia. No es un problema exclusivo de Cuba. La ineficiencia de la empresa estatal socialista fue probada hasta la extenuación en las más de siete décadas en la extinta Unión Soviética, más de cuarenta años en Europa socialista, además de Vietnam y China. Más de veinte años en Venezuela y Nicaragua…

Pero Cuba se empecina en seguir el experimento, nada menos que con una intervención no voluntaria en una población de once millones de personas y dos millones de cubanos más que trabajan, de sol a sol, para mantener a sus familias que sufren la ineficiencia de las empresas estatales. Lo demuestran también esos compatriotas que se marchan “con una mano delante y la otra atrás”, sin nada. Y a los seis meses ya están manteniendo a sus familias en la Isla.

Lo han demostrado los trabajadores por cuenta propia con sus microempresas privadas, cuando les han dejado trabajar y producir. El resultado: los privados producen y con calidad. Las empresas estatales con todos los recursos a su alcance ni producen suficiente, ni lo poco que hacen tiene calidad. Pero, en cuanto un particular progresa dentro de la isla, caen sobre él una serie de trabas, multas, inspectores y nuevas leyes que lo asfixian.

 

Las consecuencias

Las consecuencias de la ineficacia de este modelo económico y político están presentes y comprobables en nuestra vida cotidiana: hambre, escasez de todo, salarios insuficientes, inflación galopante, falta de agua, problemas con la electricidad, el transporte, la vivienda, la salud y hasta la educación. Los dos llamados “logros” sufren hoy los embates de la misma causa. No se pueden ocultar más.

Otra consecuencia visible es el agobio cotidiano y sistemático que desgasta las pocas energías que nos deja la mala alimentación. A esa angustia de la escasez, se une la incertidumbre del mañana, ya no solo del futuro, sino del próximo amanecer. También la zozobra que nos ha traído la aplicación de un ajuste neoliberal mal e inoportunamente ejecutado, que han llamado “Tarea Ordenamiento” y que no es más que sobrecargar, sobre los hombros, el dinero, los ahorros, las remesas y la mesa de los cubanos, la ineficiencia e inoperancia de la empresa estatal socialista.

El salvataje de la empresa estatal lo pagan los cubanos de aquí y de allá. Pero lo peor es que todos sabemos que esa empresa estatal es insalvable. Ya está demostrado. ¿O será que lo que se quiere salvar es la empresa privada de un pequeño grupo que trabaja con el modelo capitalista, dejando para la mayoría estas penurias del modelo socialista?

 

Las soluciones

No hay que inventar nada. Ya todo está inventado. Miren los negocios privados que quedan y tendrán la solución. Incluso, aunque no es justo, miren a las empresas cubanas que trabajan como capitalistas para que veamos lo que funciona. No hay que experimentar más: la empresa estatal centralizada no funciona. La libre empresa funciona, aunque esté en manos de unos pocos.

La mejor solución sería liberar las fuerzas productivas con los menores costos sociales. Porque ahora estamos de todas formas pagando los costos sociales para salvar la insalvable empresa estatal y mantener las otras para unos pocos.

Otra solución sería reconocer la personalidad jurídica de la empresa privada, cooperativa y mixta, liberándola de toda traba y reconociendo el derecho de todos los cubanos a crear riqueza, acumularla con el debido impuesto para la redistribución, y liberar la tenencia y acumulación de propiedades con el mismo gravamen público para el bien común. Esto, aún con sus limitaciones, es más igual y más justo, y sobre todo más productivo y más humano, que lo que está ocurriendo en Cuba hoy: pocas empresas en manos de unos pocos, que deciden quién puede y quién no, cómo acumular y cómo invertir, y lo más grave, que no hay ninguna participación ni control ciudadanos.

Un buen sistema de seguridad social, con la mejores formas de redistribución y justicia social, completarían esa liberación de la productividad y la propiedad para que los más vulnerables no tengan que ser la inmensa mayoría dependiente de las remesas del exterior, sino una minoría de los que sufren de una discapacidad, de los que tienen que rehabilitarse socialmente o de los que necesitaran reciclarse profesional y ocupacionalmente mientras dure la transición hacia la eficiencia, la sostenibilidad y la prosperidad compartida y responsable que Cuba puede y debe tener.

Así, pasaremos de los experimentos para inventar “con ciencia y técnica” cómo retroceder del pan al casabe, del vaso de leche al “lactosoy”, de la energía sana al apagón pernicioso y de las fincas productivas al imperio del marabú, a un país con eficiencia productiva, con proyectos esperanzadores, con derechos y libertad. En fin, podremos lograr con nuestro propio trabajo y esfuerzo digno, poner sobre la mesa familiar el bendito “pan nuestro de cada día”.

Escrito por Dagoberto Valdés Hernández

Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955). Ingeniero agrónomo.Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017. Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007. Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006. Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años. Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director. Reside en Pinar del Río.

 

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