Tras años de olvido que lo convirtieron en la sombra de lo que una vez fue, el Barrio Chino de La Habana, el mayor y más importante de Latinoamérica en el siglo XX, renace ahora con una amplia revitalización que empezó por devolver el latido al famoso "Cuchillo de Zanja", su corazón y centro neurálgico.
Este pasaje, que en apenas una cuadra reúne la mayor cantidad de restaurantes por metro cuadrado en la ciudad, encendió nuevamente las tradicionales linternas rojas hace unos días, cuando concluyó la primera etapa de una reconstrucción casi capital, incluida dentro de un ambicioso proyecto por los 500 años de La Habana.
"Los que vivimos en esta zona sabemos que sufrió deterioro. Estamos en el mismo lugar, pero a su vez es diferente, totalmente transformado", aseguró a Efe la directora de la Casa de Artes y Tradiciones Chinas, Teresa María Li.
Iniciadas hace unos seis meses, las obras comenzaron por renovar las redes de abasto de agua, gas y electricidad, además de recuperar establecimientos como bodegas y mercados en beneficio de los habitantes del Barrio Chino, ubicado en Centro Habana, uno de los municipios más poblados y antiguos de la capital cubana.
Llegados en masivas oleadas migratorias entre la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX, hacia 1858 los chinos comenzaron a asentarse en las inmediaciones de las calles habaneras de Zanja, Dragones, Amistad y San Nicolás, la periferia humilde de la antigua villa.
En condiciones de virtual esclavitud, miles de "culíes" firmaron contratos leoninos para trabajar en la isla y al llegar muchos perdieron su identidad al recibir nombres y apellidos españoles, la "dificultad más importante" para establecer una cifra exacta de migración china a Cuba.
"En el siglo XIX (el historiador) Julio Le Riverend calculó que existían 150.000 chinos en Cuba. En el siglo XX tuvimos diferentes oleadas migratorias. La cifra no se ha podido calcular, pero es bien grande", explicó Li, miembro de una comunidad única de descendientes.
La peculiaridad que no comparten otros asentamientos como el de San Francisco o Nueva York es que el Barrio Chino de La Habana fue casi desde sus inicios una "comunidad abierta", de ahí que la raza china se convirtiera en "el tercer componente étnico de la identidad cubana" detrás de la europea y la africana, subrayó Li.
"El chino en Cuba se mezcló, se incorporó a la población autóctona. Fundamentalmente se unió a negras, mulatas e isleñas (como se conoce en Cuba a los originarios de Islas Canarias), porque en cuanto a estatus social eran los más similares. De ahí los famosos mulatos y mulatas chinos en Cuba", recordó la investigadora.
Los chinos llegaron a ser parte importante de la economía isleña -solo en La Habana existían en 1932 casi 4.000 negocios de propiedad china- y con el tiempo desarrollaron un sentido de pertenencia que les llevaría a unirse al bando mambí en las guerras de independencia contra España entre 1868 y 1898.
La sentencia que asegura que "nunca hubo un chino cubano traidor" permanece hoy grabada como testimonio del valor de los asiáticos en un monumento en La Habana.
Cuando se convocan las primeras elecciones presidenciales cubanas en 1902, de los cuatro extranjeros con derechos a presentar candidaturas a Jefe de Estado, dos eran oficiales chinos del Ejército Libertador.
La influencia de los chinos en Cuba también llegó hasta la cocina. "Aquí se hace comida china mezclada con la internacional y la cubana. Sobre todo las sopas, las 'maripositas chinas' (empanadillas fritas) y el arroz frito", contó a Efe Jorge Durán, un cocinero que espera encontrar trabajo en el renovado Cuchillo.
En su época dorada el "Chinatown" de La Habana llegó a tener teatros, cines, varios periódicos, farmacias tradicionales, clínicas, un banco, compañías importadoras y sociedades de ayuda mutua, culturales y políticas. La llegada de los "chinos californianos" desde Estados Unidos ayudó a su expansión.
El declive y la drástica reducción de su población original comenzó con la llegada de la Revolución al poder y el éxodo de una gran parte de los aquellos que llegaron a la isla caribeña para escapar del comunismo en su país.
La que una vez fue "una ciudad dentro de la ciudad" se convirtió con los años en un Barrio Chino sin chinos, más conocido por sus pizzas que por sus especialidades asiáticas, aunque en los últimos años la práctica de artes marciales y el acercamiento con China ha mantenido vivo al lugar.
"De la última oleada migratoria tenemos vivos aproximadamente 105 chinos, pero tenemos una comunidad de descendientes de cientos de miles", insiste Teresa María Li, al frente de un esfuerzo que busca perpetuar tradiciones y a la vez aumentar el atractivo turístico del Barrio.
Además de los tradicionales restaurantes familiares -entre los primeros negocios privados permitidos por el Gobierno a mediados de la década de 1990-, la revitalización incluye la apertura de espacios que "agregarán valor" a la zona, entre ellos una galería-taller para la reconocida pintora Flora Fong y sus hijos.
"Es un proyecto ambicioso que hemos nombrado Circuito Cultural, un complejo que incluirá una plaza llamada San Fang Kong (un personaje sincretizado de la mitología china), que debe quedar lista en los próximos meses y creo que va a ser un oasis para el municipio de Centro Habana", adelantó Li.
Las novedades incluirán una heladería con recetas tradicionales, un centro de información turística donde reservar recorridos guiados y un espacio para la meditación, espacios que se comunicarán entre sí sin necesidad de salir fuera del corazón del Barrio.
Tras años de abandono, comienzan restauración del Barrio Chino
"Los que vivimos en esta zona sabemos que sufrió deterioro. Estamos en el mismo lugar, pero a su vez es diferente, totalmente transformado", aseguró a Efe la directora de la Casa de Artes y Tradiciones Chinas, Teresa María Li.
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