Las campañas de miedo a través de los medios de comunicación social en Cuba han ido desvelando, por sí mismas, el verdadero rostro de un proyecto cuya esencia siempre conocimos, pero cuya apariencia se había intentado cuidar en lo difícilmente posible. La cuidada imagen internacional parece ya no interesar y el discurso edulcorado parece ceder a la amenaza desnuda por alguna razón que, buscando defender lo indefendible de un sistema, consigue paradójicamente lo contrario.
En otra columna hablaba de que los medios revelan los fines, y tanto en las personas como en las estructuras sociales, económicas y políticas, no solo “por sus frutos los conocerán” –parafraseando esta frase del Evangelio–, podríamos decir que: por sus métodos los conocerán.
En la larga historia de la humanidad, si extendemos una mirada global, podríamos decir que, con todas las variantes y especificaciones de cada época, cultura o sistema, han primado dos formas de convivir: en paz o en guerra; buscando el bien común o buscando el poder de una parte; convenciendo o imponiendo; dominando por el miedo o consensuando con los ideales.
Durante la oscura etapa de la Inquisición, se asegura que “era una práctica común mostrar los instrumentos de tortura a los sospechosos durante un interrogatorio 'amistoso' inicial.” Ese método se hizo lamentablemente famoso para, mediante el miedo, lograr que las víctimas se retractaran, disimularan o confesaran, según el caso. Gracias a Dios, y a la educación ética y cívica, hoy son repudiados, condenados y penados estos métodos en la mayoría de los casos, en otros aún quedan impunes, cuando, usando “técnicas modernas”, se realizan torturas psicológicas, físicas o mediáticas para imponer, o supuestamente defender una posición, ideología o religión.
A nivel internacional, la Organización de Naciones Unidas (ONU) adoptó y aprobó la “Convención contra la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanas o degradantes”, abierta a la firma, ratificación y adhesión por la Asamblea General en la Resolución 39/46 del 10 de diciembre de 1984, que entró en vigor el 26 junio de 1987 y que Cuba ratificó un día como hoy, el 17 de mayo de 1995. Ninguna fecha más oportuna para reflexionar sobre la milenaria disyuntiva para defender un proyecto político, ideológico o religioso: ¿miedo o ideales?
Defender un proyecto con el miedo o con las ideas
No obstante estos comprobados avances de la sensibilidad humana y de la mentalidad universal acerca de la dignidad de toda persona, su derecho a no ser amenazada, difamada, descalificada o juzgada a través de los medios de comunicación o cualquier otro medio, en diferentes latitudes y circunstancias se puede caer, y de hecho se cae, en el uso de métodos, medios e instrumentos que no son iguales a aquellos de la inquisición en su forma, en su crueldad, pero que son semejantes en su propósito, su finalidad y su carácter deshumanizador.
Repugna a la conciencia contemporánea el uso del miedo, la coacción y la intimidación, para defender un proyecto sea cual fuere el derecho, la bondad o la verdad que ese proyecto contenga o pretenda promover. Tanto en la educación de los hijos, en la formación escolar, en la difusión de las religiones o en la defensa de modelos políticos, el miedo siempre ha perdido a largo plazo. Y por implantar el miedo ha perdido cualquier idea o creencia por justa que pudiera ser.
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El miedo es un fracaso. No convence, impone. El miedo no atrae, repugna. El miedo no une, dispersa. El miedo no defiende, deshonra. El miedo no educa, reprime. El miedo no provoca la adhesión, produce la simulación. El camino del miedo conduce a la violencia. El miedo atrae a la rebelión. Mientras más crece, más encona. En fin, no es humano, ni justo, ni saludable. El miedo, en ocasiones, parece que ha triunfado, pero, con el tiempo, hace más peligroso y denigrante el fracaso de aquello que intentó defender.
Sin embargo, cuando se abre un debate civilizado de ideas, siempre, a la larga, se gana. Cuando la razón convence, el miedo no tiene carta de ciudadanía. Cuando hay ideales, ellos bastan para defender las causas buenas. Solo las malas causas necesitan del miedo. Es más, el uso del miedo convierte en malas las causas buenas. La verdad se descubre suavemente. La verdad no encandila, ilumina. No se impone, se propone. La bondad no se defiende con miedo sino con amor.
Las ideas no se pueden imponer con leyes. Las leyes regulan la convivencia para alcanzar el bien común, no deben servir de instrumentos de miedo para convencer a los diferentes. La primera prueba de que una causa es buena es verificar si sus métodos son el miedo a, por el contrario, la fuerza pacífica y convincente de sus ideales. Y aún, si la causa que se defiende fuera buena, imponerla por el miedo, la degenera en su esencia, porque el fin no justifica los medios para lograrlo.
Cuba necesita cultivar ideales, no amedrentar al pensamiento discrepante con castigos previstos en unas leyes. La mayoría no debe aprobar leyes para castigar a las minorías que proponen otras ideologías, o modelos económicos, sociales o políticos. Esas leyes, aunque las aprueben las mayorías son injustas. Si imponer leyes por ser de la mayoría para aplastar o castigar, amenazar o descalificar a sectores minoritarios, fuera aceptable, eso provocaría que los derechos y la integridad de las minorías raciales, religiosas, por razones de sexo o por el origen étnico, o por ser grupos culturales o por proponer proyectos ideológicos pacíficos, serían víctimas de tratos degradantes y de leyes injustas.
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Una ley que sirve para defender a unos ciudadanos porque asienten al que hace la ley, al mismo tiempo que castiga a otros compatriotas que disienten, pero son iguales y gozan de los mismos derechos humanos dados por el Creador, o por su condición de ciudadanos, solo por eso, se convierte en una ley injusta al no reconocer la igualdad de todos los ciudadanos, ni garantizar los derechos de las minorías. Cuando se recurre a la ley para dar miedo, se desechan los ideales que son los que convocan, invitan, cohesionan, consensuan y edifican convivencia.
Creo que los cubanos todos deberíamos rectificar el camino, cambiar los métodos, dignificar el lenguaje, desterrar el miedo, ilegitimar ética y legalmente el terror, para que Cuba no pierda lo que es su esencia raigal como nación civilizada: el culto a la dignidad plena de toda persona, la “fórmula del amor triunfante: con todos y para el bien de todos”. Para que Cuba salve a la Patria con los únicos métodos éticos, es decir, humanos y humanizadores, y con los primigenios ideales de nuestros patricios fundadores: la virtud y el amor.
Porque, como dijera el Padre Varela: “No hay patria sin virtud”. Y como dijera Martí: “Por el amor se ve. Con el amor se ve. El amor es quien ve. Espíritu sin amor, no puede ver.”
Por eso, a veces, nos parece que estamos ciegos.