Luego de escribir y musicalizar ese soneto panfletario y jactancioso, devenido himno de la cubanía más rancia y simplista, el músico Alexander Abreu, director de la popular orquesta Havana de Primera, parece estancado en ciertos vicios que dominan la moda insular.
Me dicen Cuba fue una suerte de cínica negociación, para acallar las malas lenguas y desviar los ojos desconfiados del censor, que adivinaba cierta suspicacia en algunas de sus canciones, como Pasaporte y La bailarina. La primera relata la común historia de una joven cubana, obsesionada con viajar como parte de un cambio indispensableen su vida. La letra apunta:
“Ella dice que la vida se le da muy dura,
con los problemas, con la censura, y por eso,
necesita un pasaporte.
Imprescindible caminar por otras tierras, al precio que sea necesario…”
El primer conflicto de la joven es la hostilidad del contexto donde vive. Su vida, siempre llena de tropiezos, la conduce a renunciar, a creer en el escape como una posibilidad de realizarse. Más adelante se dice:
“Ella se aferra a la noche,
pero la noche está difícil de entender.
Ella no sabe de calle, pero le parte pa´ arriba.
Porque en la calle está lo único,
que le devuelve la vida”.
Ella, puede ser cualquiera de esas chicas, hijas de la escasez y el insomnio, que salen a “luchar” en la noche habanera. Ella ha quemado etapas, ha roto sueños, se ha corrompido en cuerpo e ideas. No quiere ser como Celia o Vilma. Su única aspiración, su deseo más urgente, es tener un pasaporte. Y el tema transcurre así, insistiendo en la idea de su frustración. Seduce, además, porque al cabo no describe una realización.
Pasaporte refiere, perfectamente, el drama de una generación que ha perdido, como sus predecesores, la esperanza en la isla y decide emigrar. Solo que la balsa se trueca en documento legal. El cerco, en cierto modo, se ha flexibilizado.
La bailarina, por su parte, supone un guiño de picardía a la calle. “Yo me enamoré de esa bailarina… ¡Qué linda! ¡Qué fina! (…) Yo me enganché, cuando la probé”. Mis padres, por ejemplo, disfrutaron sobremanera aquel coro, pero jamás entendieron por qué censuraron la canción. El doble sentido, de alguna manera, pesó demasiado. Y La bailarina no sonó más en la radio, y el videoclip fue retirado de Lucas. Havana de Primera se puso en la mira devarios burócratas.
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Sin embargo, Alexander Abreu urdió la manera de neutralizar las alarmas. Fue entonces que licenció la histórica Me dicen Cuba. Un tema sin pudor intelectual, que no vacila en erratas con tal de definirnos en apretada síntesis.
“Para saber de verdad lo que es sentirse cubano:
tienes que haber nacido en Cuba,
tienes que haber vivido en Cuba”
Nada menos dice el estribillo. Y luego, arremete Alexander:
“Para saber de verdad,
lo que es sentirse cubano,
tienes que leerte a Martí,
la prosa de Guillén,
sacar la guayabera con un sombrero de guano”
Clichés aparte, preguntémonos si verdaderamente es la prosa lo más exponencial y referido de Nicolás Guillén. Y luego, si en efecto esa peregrina lectura nos aportaría la “verdad indiscutible” sobre “lo cubano”. Alexander, me temo comete una pifia típica en un diletante. “La prosa” suena bien, suena culto. Y el autor pretende dar una imagen refinada, algo más allá de su exigua dotación como sonero.
Esta canción hipoteca el pasado autoral de Abreu. Desde entonces ha sido otro compositor. Como si Miguel Barnet le dictara ahora los compases. Se ha adentrado en un compromiso tácito con el espacio oficial, y ya no puede permitirse esas letras sueltas y filosas. Su legítima ambigüedad quedó eclipsada por un discurso claro y enfático. Alexander ameniza la timba como Raúl Torres lo hace con la trova.
Lamento yoruba es el nuevo sencillo que promociona la orquesta. Para fijarlo también en la mirada, Abreu contrató los servicios de Asiel Babastro, un joven realizador cuya atractiva impronta no escatima géneros ni construye jerarquías. Asiel trata lo mismo con Diván que con Issac Delgado y Gilberto Santa Rosa. Algo que me permito elogiar.
No obstante, el mal gusto, que no es otra cosa que el gusto por los sitios comunes, atormenta esta vez la mesura de Babastro. Lamento yoruba es otra canción comercialmente simple, hecha a la medida del oído extranjero deseoso de escuchar un amasijo aventurado de expresiones folclóricas. Tiene la jerga, el colorido afrocubano, la pulpa de todos los estereotipos posibles, y por tanto, carece de lo esencial: veracidad en lo que se narra, tanto textual como visualmente.
Hay más de una licencia histórica por ahí. Una mezcla de eventos y situaciones contradictorias que solo llegan a confundir la razón. Cierto que un videoclip no es un documento científico. En cualquier caso, un video es siempre terreno fértil para la invención, la especulación y el rejuego constante. Sin embargo, en la intención determinista que desborda la letra de Abreu, se adivina la ambición de quien busca asentar criterios trascendentes.
El director, no lo dudo, advirtió eso y deslizó su película hacia una trillada visión de la historia insular. Y ahí es donde se viene a pique la producción de un tema nada prometedor, so pena de una visualidad frondosa y carnavalesca –¡donde comparece hasta el inquisitorio Ku Klux Klan!, que exaspera en lugar de aliviar su espesor. Viajamos, entonces, de un cliché a otro. De un tema facilón a un video deliberadamente kistch. Se hace un motivo — nunca mejor dicho—propicio para el lamento.
Sobran ejemplos de malas incursiones en torno al imaginario africano, del abuso y la desmesura en el tratamiento estético de la cultura negra. La estimación de ese universo rítmico y simbólico ha pasado de su antigua condición marginal a un sitio de privilegio y sobredimensión, que ya comienza a sedimentarse bajo una retórica vacía y manierista. Lo mismo en el cine que entre los videastas, se adocena una cantidad inestimable de producciones sujetas a una reiteración de códigos festinados. Como si no hubiera otra manera de dialogar con el acrisolado proceso que esboza la conformación identitaria de la nación.
Siempre será difícil lograr un retrato aceptado, exento de redundancias, sobre la isla. Tal entusiasmo mayormente conduce a la ligereza, y esta a su vez, a la oquedad. Si Lamento… se pretende un homenaje, en realidad termina siendo un acto de tergiversación. Otra canción desechable y circunstancial, que ya no recordaremos aun tiempode la euforia mediática que hoy le asiste.
*Este es un artículo de opinión. Los criterios que contiene son responsabilidad exclusiva de su autor, y no representan necesariamente la opinión editorial de ADN CUBA.