Hoy celebramos 23 años de la conclusión de la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba y de la misa que celebró en la Plaza Cívica “José Martí” de La Habana. Guardo personalmente un recuerdo entrañable e imperecedero de aquella Eucaristía. El Papa me entregó una Biblia, junto con otros laicos, luego de escucharse la lectura del Evangelio en el que Jesucristo inicia su misión y proclama: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar la libertad a los cautivos y la recuperación de la vista a los ciegos; para dar libertad a los oprimidos y para proclamar el año favorable del Señor” (Evangelio de San Lucas, 4, 18).
Recibí el Libro Sagrado de manos del Vicario de Cristo con el compromiso de esforzarme, con la Gracia de Dios, para unirme como discípulo a esta misión a la que Jesús nos llama a todos. Todos los días ruego al Señor me dé la fidelidad y la serenidad para cumplirla.
Creo que la mejor forma de celebrar el impacto que dejó aquella visita apostólica en el pueblo cubano es recordar y compartir las enseñanzas que el Papa Juan Pablo II nos dejara como una herencia a poner en práctica. Al final de esta columna dejaré el enlace para que los que deseen puedan leer la homilía completa de ese día. Sin embargo, he escogido de ella algunos fragmentos que me parecen de una vigencia y urgencia cada vez mayor, más de dos décadas después de proclamadas en tan simbólico lugar:
No al enfrentamiento como método
“Los sistemas ideológicos y económicos que se han ido sucediendo en los dos últimos siglos con frecuencia han potenciado el enfrentamiento como método, ya que contenían en sus programas los gérmenes de la oposición y de la desunión. Esto condicionó profundamente su concepción del hombre y sus relaciones con los demás” (S. Juan Pablo II. Homilía en la Misa celebrada en la Plaza Cívica José Martí, La Habana, 25 enero 1998, No. 4).
Papel de la religión en la vida pública
“Algunos de esos sistemas han pretendido también reducir la religión a la esfera meramente individual, despojándola de todo influjo o relevancia social. En este sentido, cabe recordar que un Estado moderno no puede hacer del ateísmo o de la religión uno de sus ordenamientos políticos. El Estado, lejos de todo fanatismo o secularismo extremo, debe promover un sereno clima social y una legislación adecuada que permita a cada persona y a cada confesión religiosa vivir libremente su fe, expresarla en los ámbitos de la vida pública y contar con los medios y espacios suficientes para aportar a la vida nacional sus riquezas espirituales, morales y cívicas” (S. Juan Pablo II, Ídem. No. 4).
El Evangelio social de la Iglesia
“La Iglesia es maestra en humanidad. Por eso, frente a estos sistemas, presenta la cultura del amor y de la vida, devolviendo a la humanidad la esperanza en el poder transformador del amor vivido en la unidad querida por Cristo. Para ello hay que recorrer un camino de reconciliación, de diálogo y de acogida fraterna del prójimo, de todo prójimo. A esto se le puede decir: el Evangelio social de la Iglesia” (S. Juan Pablo II, Ídem. No. 5) .
Está en juego la persona humana: necesitan la voz de la Iglesia que está con ellos
“La Iglesia, al llevar a cabo su misión, propone al mundo una justicia nueva, la justicia del Reino de Dios (cf. Mt 6, 33). En diversas ocasiones me he referido a los temas sociales. Es preciso continuar hablando de ello mientras en el mundo haya una injusticia, por pequeña que sea, pues de lo contrario la Iglesia no sería fiel a la misión confiada por Jesucristo. Está en juego el hombre, la persona concreta. Aunque los tiempos y las circunstancias cambien, siempre hay quienes necesitan de la voz de la Iglesia para que sean reconocidas sus angustias, sus dolores y sus miserias. Los que se encuentren en estas circunstancias pueden estar seguros de que no quedarán defraudados, pues la Iglesia está con ellos y el Papa abraza con el corazón y con su palabra de aliento a todo aquel que sufre la injusticia” (S. Juan Pablo II, Ídem. No. 5).
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Libertad y responsabilidad: don y tarea
“La libertad que no se funda en la verdad condiciona de tal forma al hombre que algunas veces lo hace objeto y no sujeto de su entorno social, cultural, económico y político, dejándolo casi sin ninguna iniciativa para su desarrollo personal… La conquista de la libertad en la responsabilidad es una tarea imprescindible para toda persona. Para los cristianos, la libertad de los hijos de Dios no es solamente un don y una tarea, sino que alcanzarla supone un inapreciable testimonio y un genuino aporte en el camino de la liberación de todo el género humano. Esta liberación no se reduce a los aspectos sociales y políticos, sino que encuentra su plenitud en el ejercicio de la libertad de conciencia, base y fundamento de los otros derechos humanos” (S. Juan Pablo II, Ídem. No. 6).
Los laicos deben aplicar la Doctrina Social de la Iglesia en cada ambiente
“Para muchos de los sistemas políticos y económicos hoy vigentes el mayor desafío sigue siendo el conjugar libertad y justicia social, libertad y solidaridad, sin que ninguna quede relegada a un plano inferior. En este sentido, la Doctrina Social de la Iglesia es un esfuerzo de reflexión y propuesta que trata de iluminar y conciliar las relaciones entre los derechos inalienables de cada hombre y las exigencias sociales, de modo que la persona alcance sus aspiraciones más profundas y su realización integral, según su condición de hijo de Dios y de ciudadano. Por lo cual, el laicado católico debe contribuir a esta realización mediante la aplicación de las enseñanzas sociales de la Iglesia en los diversos ambientes, abiertos a todos los hombres de buena voluntad” (S. Juan Pablo II, Ídem. No. 6).
Una misión enraizada en el proyecto de nación de Varela y Martí
“Así se ve también en el pensamiento lúcido de los padres de la Patria. El Siervo de Dios Padre Félix Varela, animado por su fe cristiana y su fidelidad al ministerio sacerdotal, sembró en el corazón del pueblo cubano las semillas de la justicia y la libertad que él soñaba ver florecer en una Cuba libre e independiente… La doctrina de José Martí sobre el amor entre todos los hombres tiene raíces hondamente evangélicas, superando así el falso conflicto entre la fe en Dios y el amor y servicio a la Patria. Escribe este prócer: «Pura, desinteresada, perseguida, martirizada, poética y sencilla, la religión del Nazareno sedujo a todos los hombres honrados... Todo pueblo necesita ser religioso. No sólo lo es esencialmente, sino que por su propia utilidad debe serlo... Un pueblo irreligioso morirá, porque nada en él alimenta la virtud. Las injusticias humanas disgustan de ella; es necesario que la justicia celeste la garantice»” (S. Juan Pablo II, Ídem. No. 7).
En los momentos cruciales y definitorios que vivimos los cubanos hoy, estas enseñanzas de San Juan Pablo II demuestran una vez más la misión que la Iglesia toda, pastores y laicos, debemos realizar para vivir hoy aquella profecía de Isaías con las que Jesús definió su misión, y que constituyen un programa de vida para todo cristiano.
Nuestra fidelidad a Cristo se define por el cumplimiento de estas sagradas palabras de nuestro único Dios y Señor.
Manos a la Obra.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
Puede consultar el texto íntegro de la homilía del Papa Juan Pablo II el 25 de enero de 1998 en La Habana, aquí.