No por mucho decirlo nos lo creemos de verdad: El tiempo pasa y los que pasamos somos nosotros. El tiempo es un don y una oportunidad. Un don que Dios nos regala a través de nuestros padres que decidieron darnos la vida. Oportunidad, porque la vida humana viene constituida con libertad y responsabilidad personales, intransferibles, únicas e irrepetibles. El libre albedrío es el más grande regalo que tiene la persona humana. La capacidad y la libertad de escribir su propia historia personal y de influir en la historia social.
Siempre recuerdo la que fue para mí la frase más valiente, atrevida y profética del Papa Benedicto XVI en Cuba, la que solo un teólogo de su talla se arriesga a decir: “Resulta conmovedor ver cómo Dios no sólo respeta la libertad humana, sino que parece necesitarla” (Homilía en Santiago de Cuba, 26 marzo 2012). Y si Dios respeta la libertad humana quiénes somos los hombres y las instituciones que hemos creado para no respetarla, aún más para no necesitarla. Pero no es la libertad de “todos” sin rostro, ni la libertad de unos sí y de otros no. Se refiere a la libertad intrínseca y connatural de cada persona, de cada ciudadano, que viene con su nacimiento y le acompaña, junto con su hermana gemela: la responsabilidad, durante toda la vida. El uso y la inversión del tiempo es derecho y deber de cada persona. El tiempo es vida. Es una de las formas de medir la vida.
Pero en Cuba pareciera que el tiempo no importa. No vale. Es de otros. En Cuba todo pasa para que no pase nada o casi nada. Pareciera que el don de la vida nos lo regala el Estado y que la libertad no es oportunidad, es de administración central. En Cuba, la historia de cada persona debe seguir un guión oficial y único, o intentan convertirte en un paria, en un raro, en un no-confiable, aún más, en un enemigo, o lo que es peor, en un no-cubano, un “mal nacido”, una no-persona. En Cuba pareciera que el tiempo es cumplimiento, no desafío, representación, no creación.
Pareciera como si el tiempo se fracturara para algunos, porque otros deciden que durante un tiempo eres totalmente bueno y sin mancha, y al primer intento de ser diferente, algo se quiebra como por arte de magia y te convierten en alguien totalmente malo, solo mancha, entras en la negrura de la ausencia de color.
Se acaba 2020, esa forma de medir el tiempo de la vida humana que llamamos año. Y nos preparamos para vivir el 2021. Y pareciera que no hace falta preguntarse ¿qué haremos en el año nuevo? O ¿qué proyectos nuevos hemos escogido para el tiempo que se avecina? No acabamos de tomar conciencia de que nos queda muy poco margen para la libertad, para elegir, para escoger: cómo queremos vivir nuestra vida, cómo administrar nuestros recursos, cómo desarrollar nuestros proyectos. Todo está planificado, explicado, repetido. Todo viene convoyado con una lógica que otros construyen, con su explicación, sus riesgos y sus decisiones. Todo viene dado, decidido y legislado… por otros, desde arriba, sin apelación.
Bueno, no todo. Es verdad que nos han dejado una parte para los ciudadanos: aceptar, obedecer, cumplir. Entender lo que el que sabe nos explica sin discusión ni opiniones diversas. Creer en su lógica, en su justificación, en el relato, como si fuera una religión secular, un credo infalible, un tribunal de Inquisición que decide en la plaza mediática quién es bueno y quién es malo, quién es patriota y quién mercenario, quién amigo y quién enemigo. Sin pruebas, sin tribunales independientes, sin derecho a réplica, sin diálogo y sin respeto a las leyes que se han creado y aprobado estableciendo los derechos y libertad, los deberes y responsabilidades, que deberían ser respetado por todos. El respeto por la dignidad de los otros es, quizá, lo más dañado por las crisis cubanas. Basta mirar la televisión, leer la prensa, buscar en algunos post en las redes de un lado y de otros, o escuchar la letra de algunas congas o los gritos de actos de repudio. Con todo respeto, creo que eso debe cesar definitivamente.
Y todo ello, actuando como si no hubiera un mañana. Como si la vida personal fuera eterna. Como si el tiempo no valiera y no pasara. Pues no. El tiempo vale lo que la vida. Y la vida es una sola. El tiempo es patrimonio de cada persona y no puede ser gastado ni administrado arbitrariamente por otros. El mundo ha cambiado, estamos en otra época, en un cambio de época, y debemos enterarnos que la conciencia humana universal ha madurado, ha crecido, se ha vuelto más sensible a todo lo que lesione al único ser consciente y libre: cada persona. Pareciera como que en la Cuba que termina el 2020 e intenta vivir y convivir el 2021 se experimentan, como novedad, modelos tan viejos como conocidos.
Pero no se puede experimentar gastando el tiempo de los demás. Gastando la vida de los demás. Planificando la vida de los demás. “Ajustando el cinturón” de los demás. Al terminar este año 2020 quiero dedicar un pensamiento a todos los cubanos que han gastado más de 60 años de sus vidas creyendo, esperando, trabajando, cumpliendo, aguantando, a que llegaran los resultados que cambiarían sus vidas para mejor. Esperando que se cumplieran las promesas, que los planes se hicieran realidad. Los que hipotecaron sus únicas vidas para no tener que pensar, y no tener que decir, “que el tiempo pasado fue mejor”. Que gastaron sus vidas para que lo que viene fuera mejor. Para que Cuba progresara, se desarrollara, se abriera a todos, se integrara plenamente a los tiempos y la comunidad internacional.
Para todos esos compatriotas quisiera decirles que ninguna vida se “pierde”, en todo caso se puede ofrecer, convertir en ofrenda de redención. Que ningún tiempo es vacío, en todo caso se puede convertir en experiencia. Que ninguna historia personal es muda, en todo caso nuestras historias hablan, nos enseñan, son maestras de nosotros mismos y debemos aprender de lo vivido. Un buen regalo que podemos hacernos en el fin de este 2020 es sacar las moralejas de este año y de toda nuestra vida. Y aprender a pensar, aprender a decidir y escoger, aprender a administrar nuestro tiempo y no dejar que ,nos lo planifiquen o nos lo gasten en balde. Estas personas mayores están aún con vida, tienen todavía algo de tiempo, algo que decir, algo que aconsejar.
Siempre se puede comenzar de nuevo, soñar con un país mejor, idear y trabajar para que Cuba progrese y sea de todos los cubanos sin exclusiones ni condenas. Siempre hay un nuevo amanecer, siempre que no nos empecinemos en retardar la noche, en no aprender de su oscuridad; siempre que dejemos de llorar por el sol, lo que nos impide ver bien las estrellas que, aún durante la noche, nos están indicando un camino. Los que han visto claro en la noche de Cuba son estrellas de la mañana. Son cocuyos en pomo de boca ancha para no tropezar con la misma piedra. Los que piensan son luz del alba: tenue pero avanzando, subiendo imparable, para poder acompañar con su lámpara a los que no han amanecido o no se han despabilado de la noche.
Mi otro pensamiento es para los que ahora comienzan a ser dueños de su tiempo, de su vida, de sus proyectos. A los jóvenes cubanos pertenece el 2021 y lo que está por venir. Que la vigilia en la noche, de la que ya algunos han experimentado el gozo y la esperanza que produce, los encuentre despiertos en el año 2021, para que ustedes y todos los cubanos lo hagamos nuevo, comencemos de nuevo, pero nuevo de verdad. Yo comparto esa vigilia y esperanza. Vigilia de la conciencia. Esperanza del compromiso pacífico.
Esos son mis mejores deseos para que en Cuba el tiempo no sea aguantar y resistir, sino cambiar y convivir en paz y amor. Que nada ni nadie nos haga perder el tiempo y la vida en 2021. El tiempo es redención, si lo asumimos como reto y oportunidad. Y toda redención verdadera es felicidad, por eso puedo desear a todos (a todos) los compatriotas de la Isla y de la Diáspora, los dos pulmones de la única nación cubana.
¡Feliz año 2021, siempre que sea nuevo de verdad!
Hasta el próximo lunes y el próximo año, si Dios quiere.
*Publicado originalmente en Convivencia