Una doctora llegó a la carrera, sudando a mares, a la tienda de divisas de la localidad habanera de Jaimanitas, tras un ticket para comprar aceite de cocina. Total frustración sintió cuando el delegado de la zona le dijo que ya había repartido todos los tickets de ese día, según el orden de llegada de las personas a la cola.
La especialista le contó que llevaba cuarenta y ocho horas consecutivas de guardia y no tenía una ni una gota de aceite en la casa, lo que hizo que el delegado se solidarizara con ella. Le indicó que esperara a que terminara la venta.
“Siempre queda algún pomo, de gente que cogen el tickets y después no vienen”, le dijo.
El sol del mediodía era infernal. Y aunque la doctora quiso mantener el distanciamiento social indicado para prevenir la propagación del coronavirus, muchas personas se le acercaron a saludarla, a consultarle sobre algún problema de salud o a pedirle recetas médicas. Los atendió con la ética de siempre, pero estaba concentrada en la venta, en el aceite, en la cola que caminaba demasiado lenta.
Al cabo de una hora, la doctora ya había atendido a varios pacientes aconsejándolos en el tratamiento a seguir de acuerdo a sus afecciones de salud -como si continuara de guardia en el policlínico-; al fin vio que lo turnos planificados casi acababan. Se acercó presurosa al delegado para explorar sus posibilidades reales de poder comprar aceite.
“No se preocupe, siempre queda algún pomo de gente que cogen el turno y luego no viene”, repitió el funcionario.
Pero resulta que cuando se acabaron los turnos no quedó ni un solo pomo de aceite. La doctora pareció sufrir un bajón de presión o de azúcar, o tal vez un síncope producto del estrés, porque retrocedió hasta una pared, apoyo la espalda y se dejó caer hasta el piso. Quedó sentada frente a todos, con los ojos cerrados, sin aliento.
Los vecinos la auxiliaron con agua y aire. Dijeron que no era justo que una doctora como ella pasara por esa situación. Luego de cuarenta y ocho horas y otra hora y media más en una cola inútil.
La gente se aglomeró junto a ella. Llegó el delegado y se encargó de despejar el área, después la ayudó a levantarse. Le prometió que en el próximo envió le separaría un tickets, para que pudiera comprar un pomo de aceite.
“Pero es que el aceite lo necesito ahora… y no en el próximo envío”, respondió la doctora.
“No es justo que a las nueve de la noche se aplaudan a los médicos y al mediodía estemos aquí, con una doctora casi llorando porque no alcanzó aceite”, lamentó uno de los presentes a las afuera de la tienda.
De repente se alivió la penosa escena. Una de las dependientes del establecimiento estatal, mientras acomodaba las cajas vacías, encontró un pomo de aceite y todos exclamaron: “¡De la doctora!”.
Y en pleno Jaimanitas se aplaudió en ese momento.