Adiós Susely, se acabó lo que se daba. Gritar hasta desgañitarse, calificar a los seres humanos que no piensan como tú de “ratas” o “gusanos” pudiera abrirte camino un tiempo. Más breve del que habías previsto.
Tal vez no eres un total desastre en la carrera que estudiaste. Posiblemente no seas una lumbrera, pero pudieras ayudar a las personas con problemas siendo sicóloga. Pero viendo el destino que escogiste y el premio obtenido, sospecho que eras un cangre en la especialidad, un tronco de yuca a quien ayudaron por su fidelidad política.
He ahí uno de los secretos del fracaso del sistema cubano: premiar la fidelidad ideológica, al que se entrega de corazón o aparentando a una supuesta causa, y no a quienes realmente saben y quieren saber más, y se sacrifican por lograr el conocimiento. Los torpes, los mediocres, saben entonces que pueden alcanzar las altas cumbres gritando, vigilando, delatando, fingiendo devoción. Como santones de un proceso que se perdió en el camino porque el máximo líder quiso ser la patria y el socialismo, y ser fiel a la patria y al sistema era no traicionarle y demostrarle devoción.
Y en esa ola te montaste, Susely. Y ese fervor, más las pocas neuronas que la vida te regaló, no te dejaron jamás ver qué ridículos eran tus fervores, tus poses combativas, tu odio por lo que no comprendes y te atemoriza.
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En honor a la verdad, y no es porque me seas simpática, no eres culpable de haber sido recompensada por la dictadura. Desde que eras niña lo estabas viendo, escuchando. Tus maestros, tus compañeros, en tu propia casa, lo veías. Palabras como “combativo”, “integrado”, “confiable”, dibujaron el rumbo que debías seguir si pretendías lograr algo y no ser excluida. En un sistema de tanta presión ideológica, donde se prioriza lo político por encima de lo humano, era lógico que terminaras siendo una alimaña llena de fervor incontrolable.
Pero el subconsciente te traicionaba. A pesar de que recibiste de inmediato tu premio de consolación y mojaste levemente tus labios -o eso que rodea tu boca de gritar histéricamente- con las mieles del poder, tu actuación callejera durante la VII Cumbre de las Américas celebrada en Panamá en el 2015, con el rostro descompuesto, los ojos perdidos y queriéndote comer a tu interlocutor, te retrató para siempre. Allí anunciaste a los cuatro vientos que te habías pagado tú el viaje porque eras sicóloga y millonaria. Creo que Sigmund Freud no ganó tanto dinero en su vida sicoanalizando a su clientela vienesa.
Sin embargo, tú sabías las palabras mágicas. Conocías el lenguaje que resonaría entre los viejos de la tribu y que llamarían la atención a nivel mundial, a pesar de que muchísimas agencias de prensa mostraron tu arrebato como un signo más de lo barrioteros que habíamos llegado a ser los cubanos. Mas tú buscabas otro efecto, sabías que el machete verbal te abriría el trillo a las alturas.
Ofendiste, aullaste, soltaste oprobios a diestra y siniestra, mencionaste a la revolución, a Fidel, a la patria -esa nunca falta, pero para ti no pertenece a todos- y casi a la madre de los tomates, y sobre los que para ti son “malos cubanos” dijiste: «Son lacayos, son mercenarios, son autofinanciados, son malpagados por el imperialismo».
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Ya esa contradicción de “autofinanciados” y “malpagados” era como para volverte a enviar a cursar nuevamente el sexto grado. ¿”Autofinanciados por el imperialismo”? En afán de buscarle sonoridad y resonancia a tus improperios, atropellaste el idioma con impunidad revolucionaria, pero queda en los anales de los logros de la revolución: el hombre nuevo es prácticamente analfabeto y robótico.
No es para menos. Desde hace 61 años el español que se habla en Cuba es un lenguaje cuartelario. La jerga militar invadió todos los espacios y la vida se convirtió en una batalla, en un combate donde los soldados de la patria infligirán una dura derrota a sus enemigos. En esa selva llena de machetes, fusiles, balas y peleas te moviste.
Y ahora te despiden, te dicen Good bye, sdrasvitie tabarich. Porque tanto hablar de Martí sin conocerlo ni leerlo te perdió, como ha perdido a todos esos “cuadros” similares a ti, fabricados por la misma horma. Ya se lo había advertido el apóstol a Máximo Gómez con estas palabras: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”.