Un viejo dicharacho cubano, para describir al que protesta solamente cuando le duele, dice que “sólo se acuerda de Santa Bárbara cuando truena”.
El oficialismo cubano ha probado de nuevo de “su misma medicina” cuando Twitter bloqueó la cuenta de “la Unión de Jóvenes Comunistas, partidaria del régimen cubano, brazo menor del Partido Comunista de Cuba (gobernante y único)”.
Pero surgió un guerrero, un nuevo y valeroso samurai llamado “Raúl Palmero, quien se define como “joven revolucionario”, “Martiano y Fidelista hasta siempre”, que achaca el cierre de la cuenta de la UJC a que el mundo les teme. Raúl Palmero es, como lo define la noticia, “un dirigente en ascenso del régimen, que ha escalado por organizaciones de estudiantes hasta ser miembro del Consejo de Estado (2018-2019), y Diputado de la Asamblea Nacional”. Es decir, otro esbirro vestido de civil. Otro inepto que quiere seguir viviendo del pueblo.
La pregunta que uno se hace es para qué necesitan cuentas de Twitter organizaciones políticas o de masas de la dictadura cubana que prohíbe, vigila y teme al internet. ¿Qué necesidad tienen Díaz-Canel, Raúl Castro, su hija Mariela, ministros y viceministros, dueños de todos los medios de comunicación, de una cuenta en Twitter o en el resto de las redes sociales?
No es la primera vez que una cuenta de Twitter le ha sido bloqueada a organizaciones o personalidades políticas de Cuba. “En septiembre de 2019 suspendieron las cuentas del portal estatal Cubadebate, el programa televisivo Mesa Redonda y diversas cuentas de los directivos y periodistas de medios de propaganda gubernamentales que luego fueron restablecidas”. Pero se asustaron, lloraron, patalearon, le abrieron en canal el vientre al Imperio sin el que no saben vivir.
La dictadura, las organizaciones que la defienden y todos los que las integran y dirigen hacen mal uso de las redes sociales. Se asustan también de lo que pueden hacer los ciudadanos con ellas porque han tenido tanto tiempo el control de la palabra, de la queja y el llanto, que ahora no saben atajar que otros lo hagan con la libertad de la tecnología.
Esas son las razones del pataleo gubernamental, que lanza sus fuerzas a la calle a perseguir teléfonos celulares. Ese es el motivo de que, como una gallina desesperada, ponga decreto tras decreto sobre el nido de la isla, lo mismo la Ley Mordaza, que el 310, el 340 o el 370 ahora.
¿A qué habitante de la isla le interesa leer un mensaje del bateador designado Díaz-Canel diciendo que “somos continuidad” cuando lleva días sin agua para bañarse o cocinar? ¿Qué cubano necesita leer un mensaje donde un viceministro de Cultura se cite con un usuario de Twitter para arreglar cuentas a puño limpio en una céntrica calle?
Después de ver y escuchar, en la radio, la televisión, la prensa unánime, los carteles, las vallas, las mismas consignas vacías y raídas ¿para qué quieren ellos tener seguidores (muchas veces falsos) y lanzar sus propios pensamientos descerebrados?
No usan esas cuentas para pedir perdón por lastimar tanto tiempo a un pueblo. No las utilizan para decir lo que sucede en realidad.
La usan para difundir sus mensajes de odio, para regodearse en el triunfalismo barato, para anunciar idioteces que nadie quisiera se anunciasen, o para la más vulgar chusmería. También para lanzar la más ramplona guapería. Debían crear ellos mismos una red similar a Twitter, que pudiera llamarse “Cheo Malanga y Pedro Navaja asociados”.
Hablan y no dejan hablar, como si la verdad no fuera la verdad y le perteneciera a todos. Y ahora lloran cuando son bloqueados, porque el papel de víctima les viene como anillo al dedo.
Aquí cabría otro dicharacho: “Según chilla el perro, será así el tamaño del palo”.