Pese a que Estados Unidos no es el epicentro de la pandemia formalmente, porque la Organización Mundial de la Salud (OMS) aún no lo declara, dada la situación conjunta de Europa, sí lo es de facto a nivel de país. Este sábado rebasó a Italia en número total de muertes por la enfermedad provocada por la nueva cepa de coronavirus y desde hace días es el país con mayor número de contagios.
A lo largo de la semana, múltiples relatos periodísticos han dado cuenta de que el presidente estadounidense, Donald Trump, sabía desde enero y febrero, con sendos informes de inteligencia, que la situación por la propagación de la enfermedad podría ser tal cual está siendo, catastrófica y lamentable por la pérdida de vidas humanas.
Sin embargo, el mandatario decidió esperar para actuar, aunque es cierto que rápidamente bloqueó los vuelos procedentes de China, primero, y posteriormente de Europa. Muchos le critican que podría haber sido más determinante desde mucho antes, con lo cual las cifras actuales, si bien no hubieran podido ser evitadas del todo, al menos se hubieran ralentizado para evitar que los sistemas sanitario y funerario fueran desbordados, como sucede hoy en Nueva York, epidemia del virus en el país.
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Pese a todo, Trump ha manifestado en reiteradas ocasiones que le gustaría volver el país a las rutinas productivas y económicas cuanto antes, porque “el remedio no puede ser peor que la enfermedad”. Cada día de aislamiento social, confinamientos y parón de actividades que pasa, es un día en que se protege a personas del virus, pero también en que se rebajan las previsiones económicas y se consolidan las condiciones para una crisis económica de enormes proporciones.
En ese sentido, el mandatario lleva algo de razón. Muchos han muerto y morirán por la COVID-19, pero otros tanto pueden hacerlo en el futuro por el hambre derivada de una crisis económica voraz y del desempleo a ella asociado. De hecho, son millones de estadounidenses los que en apenas dos meses han visto esfumarse sus empleos y medios de subsistencia.
Así, ante tal disyuntiva, Trump afirmó este viernes que ve a la decisión de reabrir el país como la más importante de su presidencia. El magnate republicano quiere que la economía vuelva a la normalidad, aunque no dejará de escuchar a los expertos como el doctor Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, quien explicitó que, contrario al anhelo presidencial, no es momento de detener las medidas de distanciamiento social porque están dando resultados.
En la conferencia de prensa del presidente con los integrantes del coronavirus Task Force, desde La Casa Blanca, Trump volvió a deslizar que ve pronto el día en que empiece a tomar medidas para arrancar nuevamente la economía. Adelantó que la próxima semana presentará a varios médicos y economistas que trabajarán de conjunto para hallar la mejor alternativa para reabrir la nación, sin que ello implique entregarse al paso devastador de la enfermedad.
De cualquier forma, lo cierto es que Trump está viendo al coronavirus como su principal adversario político en estos cuatro años de mandato, ese que está echando por tierra los logros de los que siempre ha presumido. Quizás de ahí venga su apuro por recuperar la normalidad, más en un año en el que se estará jugando su continuidad al frente del Ejecutivo.