Luis es un hijo magnífico. Su madre está postrada en una cama y realiza todo esfuerzo por buscarle alimentos y culeros desechables para su enfermedad.
Hoy, tras deambular por la ciudad, encontró culeros en la tienda Yumurí, en Centro Habana. Al regreso descubrió que no había transporte público. Realizó a pie el trayecto de regreso a Jaimanitas.
“Salí de la tienda a la dos, bajo un sol que mataba. Cuando llegué a la parada estaba vacía. Me extrañó. Pregunté a un policía, dijo que habían suspendido el transporte público. La Mesa Redonda anunció la medida a partir del sábado, al parecer la habían adelantado. Comencé a caminar, buscando la vía más corta hasta Playa”.
Con la mochila a cuesta y el nasobuco que apenas le dejaba respirar, Luis trazó un azimut mental, como en sus clases del ejército, para acortar distancia. Tenía dos posibilidades, una, bajar al malecón y seguir la línea de la costa, o sumergirse por los barrios de La Habana vadeando varios municipios, más recto, fue su elección.
“Pasé por sitios de La Habana que ya ni recordaba”, cuenta Luis, desmadejado en un sillón de su casa de la calle 3ra, cansado de caminar, tostado por el sol, con los pies hinchados, con la satisfacción de regresar con culeros. “Bajé Belascoaín hasta San Miguel. Subí Infanta y atravesé el Vedado por la calle 29 hasta Zapata. Luego por el barrio La timba salí a 23 y de ahí hasta el puente Almendares. Se dice fácil, pero es bastante”.
“Iba a paso doble, como si compitiera en una Marcha olímpica, concentrado en la dirección y economizar fuerzas. Sin bajar un segundo el ritmo del viaje. En El Fanguito me hubiera gustado detenerme a preguntar por Pichilingo y El camello, en Buena Vista por La paila y Prematuro, amigos que no veo hace años, pero no podía perder un minuto. Bajé 42 hasta 19 y era cierto, no se veían gacelas, ni almendrones, muchos menos ómnibus urbanos. Tal vez fue una decisión del director de transporte, adelantar el cierre por la pandemia, o quizás una orientación de última hora del gobierno, la verdad es que cuando me vi en el parque “28 de enero”, tan cerca del paradero de Playa, las fuerzas comenzaron a fallarme”.
“Los bancos, bajo las sombras de los árboles, me llamaban: Ven Luisito, ven… siéntate un rato… descansa… Me repuse y dije: ¡No puedo perder el ritmo! Apuré la marcha atravesando como un rayo Romerillo hasta el paradero. Entonces vi en todo su esplendor la gran figura en mármol del mayor general Calixto García, en la rotonda de 5ta avenida, inmenso sobre su caballo, y me pregunté: ¿Por qué rayos lo quitaron de G y Malecón, donde estuvo desde 1940, para traerlo aquí?
Enigma que nadie ha explicado. ¿Capricho de Raúl? ¿Iniciativa de Canel? ¿Orden póstuma de Fidel? Lo importante era que estaba allí, en 5ta avenida, y no en el Vedado, porque entonces me faltarían muchos kilómetros para llegar. Y cuando pasé por su lado, me pareció que el general Calixto me decía: ¡Dale Luis, que tú puedes…! Saqué fuerzas de donde no las hay, comprendí que deliraba cuando vi pasar como un filme ante mis ojos: El Náutico, Flores, La Vicaria, La Ferminia, La Estrella… y cuando penetré en Jaimanitas como una saeta por la ruta de Fuster, me pregunté ¿En qué momento fue que caminaste tanto, Luis?”.
Son las 03:10. De la tienda Yumurí a 228 y 3ra A, en Jaimanitas, Luis demoró solo una hora y poco más. Su padre hace cálculos del tiempo y los kilómetros recorridos, sin preparación de atleta, sin premisa psicológica, dice que su hijo seguro rompió algún record de grandes distancias del legendario Andarín Carvajal.
Pero Luis, con la paciencia de buen hijo que lo caracteriza, le muestra sus pies desechos y le asegura al padre que el único récord que rompió hoy, fue el de las ampollas y los callos.