Cierro los ojos. Es 20 de mayo, día en que se fundó la República de Cuba hace 117 años. Pero esa fecha irrita a los actuales gobernantes, porque según Fidel Castro, Cuba nació cuando Él entró a La Habana. Antes de él no hubo nada. Nada bueno.
La República mediatizada, la bautizó, porque Él era bueno poniendo apodos. Un publicista, un malabarista. Y de tanto decirlo, la gente lo creyó. Antes de 1959 los gobiernos eran corruptos, el Senado corrupto, el ejército corrupto, la policía corrupta; la noche, las calles, la música, todas corruptas, como esperando que un mago gestara el milagro, y de una lágrima de la patria mezclada con saliva del Apóstol, naciera la nueva patria, pura y dura. Con todos y para el bien de todos.
Pero eso hoy no me importa, quiero soñar. Cierro los ojos y lo primero que veo es una calebración. ¿Están celebrando el 20 de mayo en la Isla? No lo creo.
A Cuba le impusieron celebrar actos de guerra: 26 de julio, primero de enero, no el triunfo de la razón en las urnas. Las fechas patrias señalan una pérdida que parece una victoria y victorias que produjeron pérdidas.
En mi sueño veo a un hombre que alza la voz y a veces se le quiebra. Es un hombre canoso que habla de agresiones del imperio, de promesas de victorias, de que nadie doblegará a Cuba. Me parece conocido el discurso. Que si vendrán tiempos dificíles, dice. Que el pueblo sabrá enfrentar con valentía las carencias, dice. Que el cubano no se rinde nunca y que sacará fuerzas de los desafíos. Que “somos continuidad” y que nos inspiran las ideas de Maceo, de Martí, de Agramonte, de Gómez, todas las ideas de los que han tenido ideas, lo que me hace pensar que el hombre que habla no tiene idea de lo que dice. Sigue un guión, un viejo guión. Un guión tan malo que nadie se lo cree.
En mi sueño recorro partes de la Isla. La Habana huele mal. La basura sepulta las esquinas. Moscas, mosquitos, un calor que pudre el aire y lo único que salva es acercarse al mar. Pero hay ojos sobre quienes se acercan al mar. Los edificios están cada vez más descascarados, han perdido pedazos. Parecen viejos enfermos que a duras penas se mantienen en pie. Las calles sucias, el pavimento levantado. Llenas de gente que viene y que va hacia ninguna parte, como buscando una luz al final del túnel. Un túnel que cada día parece más largo, asfixiante y oscuro. Interminable. Nadie sabe qué pudiera haber tras alcanzar esa luz. Da lo mismo. Si el que lo destruyó todo despedía sus discursos con una redundancia: “Socialismo o muerte”.
Ahora veo los titulares de un periódico. El diario es cada vez más delgado, como si bastara una sola página para decir lo que hay que decir, porque no hay papel suficiente para lo que se oculta, lo que se ha ocultado siempre con tal de no preocupar al pueblo, o no darle armas al enemigo, o no crear desaliento. De tanto ocultar la verdad, fue desapareciendo, perdiendo el rostro, y si un día caminara por las calles y por los pueblos, nadie la podría reconocer. El diario y el noticiero parecen decir lo mismo de hace treinta años, pero nadie repara en ello.
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Veo frases aisladas, insultos al pueblo: que si cubanos mal nacidos, que si masas de ignorantes, que si lacayos del enemigo. ¿En pleno siglo XXI alguien sigue utilizando ese insulto tan viejo y risible?
Acaban de secuestrar a un artista. Llegó un hombre haciéndose pasar por un cliente para un posible trabajo. Mentira, fue a marcar a su presa. Se fue y regresó con otro de mala catadura, con ese disfraz que quiere hacer creer que no es policía, pero que camina como policía, mira como policía, y hace esfuerzos de policía para no partirle la cabeza a su presa y reír como ríen los policías y los verdugos. Introducen al artista en un carro sin insignias, que parte hacia ninguna parte.
El sueño se llena ahora de colores y de violencia. Creo distinguir voces que piden algo que a muchos les puede parecer imposible: una Cuba diversa. Una Cuba donde quepan los que creen y los que no creen. Y los que no quieren creer, incluso los que dudan si creerán en algo algún día. Todos quieren paz y respeto. Reglas normales, sencillas, como los Diez mandamientos: no robarás, no matarás. No obligarás a otros a creer en lo que tú crees, y si no lo logran, no los condenarás a no ser nadie ni nada.
Otra gente, los que no quieren mirarte de frente, pasa a mi lado con los ojos perdidos y una sonrisa que parece muy vieja y usada. Un gesto que ensayaron miles de días, para poder salir a la calle sin que se fijaran en ellos. Otros hablan por celulares, miran sus pequeñas pantallas, maldicen por las conexiones tan lentas, piden, anuncian, sueñan. Tal vez un viaje que los saque de este caldero ardiendo que es el país donde nadie sabe cómo crear bienestar. Un país donde no dejan hacerlo a los que posiblemente saben. Un sitio donde te condenan solamente porque alguien cree adivinar tus intenciones.
Veo en mi sueño batas blancas. Son médicos que gritan estar dispuestos a ir a prestar servicio a cualquier lugar. No digo yo, cuando tu país se vuelve irrepirable, vas hacia un mapamundi y pones el dedo sobre cualquier parte donde supones pudiera haber aire. Me recuerdan el circo romano: “Ave, César, los que van a morir te saludan, los que van a ser alquilados por un puñado de dinero mientras el estado esclavista se embolsa las ganancias, te saludan”.
Y no protestes, no me vires los ojos, que la revolución te regaló una carrera. Es hora de pagar, y de cumplir con ella, y de seguir pagando y así sucesivamente y nadie sabe a ciencia cierta cuándo habrás pagado esa deuda. Y no importa que allá afuera, lejos de tus hijos, de tu mujer, de tus padres, de tu marido, te maten en un asalto, o te secuestre gente a la que no entiendes cuando habla.
Me molesta ese sueño. Todo es malo, terrible, angustioso. Estoy sudando. Es 20 de mayo. Alguna vez hubo una República donde los poderes estaban separados. No gobernaba, durante media vida, un solo partido, el mismo partido, el único partido. No era una República perfecta, tenía muchísimos defectos. Y el primer defecto éramos sus habitantes, pero quién sabe si un día aprenderíamos a respetarnos, a respetar las ideas, las contrarias, las extrañas, las nuevas ideas. Nunca las viejas y machaconas ideas que parecen ideas y no son nada.
Un día como hoy, hace tanto tiempo que nadie lo recuerda, fuimos un país y no un ejército de autómatas.
Una mano me sacude. Abro los ojos, digo que estaba soñando un sueño muy raro. Alguien me dice que no, que no soñaba, que estaba viendo la realidad de mi país.