Los peligros de tragar mucha agua del mar
Elián González, aquel niño al que salvaron los delfines y al que luego ahogara en el mar de la inutilidad el tiburón Fidel Castro, ha hablado ahora
Actualizado: February 24, 2023 8:13am
Elián González, aquel niño al que salvaron los delfines y al que luego ahogara en el mar de la inutilidad el tiburón Fidel Castro, ha hablado ahora, como si un pulpo o un cangrejo con escoliosis hicieran burbujas en el agua.
Miembro de esa fábrica de unánimes que es la Asamblea Nacional del Poder Popular (ese sí es poder), un lugar al que se asiste dos veces al año para hacer ejercicios con los brazos, alzándolos o dejándolos de alzar, Eliancito ha dicho: “Cuando esté sentado en las sesiones del Parlamento, voy a sentir bien cerca a Fidel”.
Uno no sabe si tanta alharaca mundial, las demasiadas presiones ejercidas por los cubanos de adentro y los cubanos de afuera dañaron la masa cerebral de aquel niño náufrago, pero sorprende que hoy, miembro incluso de Gaesa, el actual Elián se haya vuelto espiritista. Es uno de los casos más tristes de la intervención milagrosa de un delfín en la vida de un ser humano, que al final no sirve para nada. Para que luego no digan que el delfín justifica los medios.
Pocos recuerdan ya que la madre intentó salvarlo llevándoselo de Cuba, pero la embarcación naufragó y dejó a aquella criatura en manos de animales marinos y de la prensa de Miami. Con solo cinco años de edad Elián se convirtió, en un tiempo brevísimo, en huérfano y en la semilla de la discordia entre los Estados Unidos y la dictadura cubana. Fidel Castro, que se había ocupado muy poco de sus hijos, agarró majomía con el chiquito y lo quiso para él, solamente para él, con una ferocidad casi depravada.
El niño, a pesar de que lo habían llevado muy poco a la playa, “sobrevivió milagrosamente al naufragio. Aferrado a un neumático, en un mar infestado de tiburones, estuvo 48 horas a la deriva, hasta que dos pescadores estadounidenses lo encontraron el 25 de noviembre, el día de Acción de Gracias en Estados Unidos, una de las fiestas más importantes del calendario”.
Lo encontraron rodeado de delfines que le estaban enseñando inglés, aunque eso suena más a leyenda. Lo único cierto es que lo acogió una familia, los González, que parecieron de pronto adquirir prosapia, y el chiquillo pudo tener juguetes antes de convertirse él mismo en un muñeco muy guapo y de cartón, como era Pin Pon, y vivía ajeno a la que se estaba armando a su alrededor: a la distracción de Bill Clinton explorando la dentadura de Mónica Lewinsky y la obsesión por ser abuelo que le iba creciendo en el cuerpo de ejército a Fidelín Castrín, que soñaba con regarse por el piso con Eliancito y jugar a derrotar al imperialismo.
Ya el inocente Elián se había convertido en “El niño de la balsa” y a su papá le pusieron en Cuba un supositorio patriótico para que reclamara a la criatura y “le diera un futuro mejor”, que es casi el argumento de una película de ciencia ficción, porque a esta altura, exceptuando a Sandro Castro y dos o tres esperpentos, nadie ha tenido en Cuba un futuro mejor. Así que lo vistieron de ninja paternal y lo lanzaron al combate, porque para el desquiciado de Fidel Castro la vida siempre fue un combate, él, que era lo más cobarde que ojos humanos hayan visto.
Pero entre tanto, mientras los tiburones daban vueltas y llegaban los delfines, el niño tragó agua de mar, agua salada, que le iba a salar la existencia. Y ese cloruro de sodio se deposita en el cerebro hasta convertirlo en celebro. Y para la cocción acelerada de su materia gris estuvo Elián a su regreso a la isla, durante mucho tiempo, bajo la sombra gris del Delirante. Paquí y pallá, mueve la cintura y los hombros. Todo ese tiempo oyéndolo, respirándolo, absorbiéndolo como la historia, drenando sus recuerdos infantiles por la presencia atronadora del loco más loco que ha dirigido un país.
Fue tanta la histeria desatada por la propiedad del niño Elián, que estoy seguro que a muchos les habrá pasado por la cabeza el deseo de abrirlo para ver qué tenía adentro. Pero no tenía nada. Era lo que simbolizaba a nivel internacional. Y el Delirante en jefe vio una oportunidad de oro para lucirse con una lucha de las que a él le gustaban (donde no tenía que ir en un carro americano al cuartel Moncada): la de David contra Goliat. En aquella mentalidad enfermiza, en su cerebro dañado por haber sido un bastardo ocultado, pudo ser el abuelito de toda la nación cubana reclamando que el imperio criminal le devolviera a su nietecito postizo.
Tuvo una ternura desconocida que jamás mostró a sus hijos y nietos verdaderos, con la oportunidad de hablar y echar guapería de capitán araña, que era el papel perfecto para lo que él creía que significaba en la historia. Y en medio de todo, ni los de Miami ni los de La Habana frenaron el carro un minuto para compadecerse de aquella madre muerta y de un niño que sobrevivió huérfano, tragando mucha agua de mar. Está demostrado que el líquido marino daña toda la estructura del cráneo y varios órganos, que se vuelven con el tiempo órganos adiposos, que se adiposan en cualquier parte. Y si no, estudien a Robinson Crusoe y el comportamiento de los caballitos marinos.
Quedar expuesto a esa sustancia –el agua de mar– adoba de manera extraña las glándulas y las reblandece, es decir, las glándulas se vuelven blándulas y quien lo padece suele decir imbecilidades como esta del Elián grande, Gaeso y director asistente de la empresa AT Comercial Varadero, que estará mirando constantemente hacia arriba, no vaya a ser que, de tanto extrañarlo e invocarlo, le caiga encima el seboruco donde ingresaron a Fidel Castro en el cementerio de Santa Ifigenia: “Me llena de orgullo el hecho de saber que voy a compartir con una parte de la dirección histórica; saber que allí estará Raúl me redobla la felicidad, porque tendremos la experiencia y el ejemplo a nuestro lado todavía, y sé que estaré en esa sala con nuestro general de Ejército, ya que no pude hacerlo con nuestro comandante”. Es el único cubano que ha confesado que Raúl lo redobla de felicidad.
Tan intensa resultó la historia con Elián González Brotons y el suéltalo y dámelo, el agárralo y no lo sueltes, que el niño les llenó la cachimba a muchísimos cubanos. Se contaba por entonces el chiste de un hombre viejo, estropeado y sucio, parado en el malecón de La Habana con un cartel que decía “Devuelvan a Elián”. Llegaba la policía y uno de aquellos cayucos uniformados le preguntaba: “¿Oye, nagüito, tú tá sansi? ¿Tú no sabe que lo de Elián Gonzále fue hace muchos año?”. Y el viejo, con la mirada perdida, decía bajito “Sí, sí, lo sé. Yo soy Elián”.