El artista Wilfredo Prieto, cuya obra se vende en importantes galerías y eventos internacionales, afirmó en una entrevista reciente que vivir y crear en la Cuba de hoy podía definirse como “libertad” y “una suerte”. También pintó un panorama en el que habría un supuesto “efecto Ai Weiwei [artista disidente chino]”, por el cual “si haces comentarios en contra del gobierno cubano, automáticamente estarás en todos los medios internacionales; esto quiere decir más fama, lo que se traduce en más mercado, más dinero”.
ADN Cuba reproduce la respuesta a Wilfredo Prieto enviada a nuestra redacción por el artista independiente y activista Luis Manuel Otero Alcántara, vetado por las instituciones oficiales y reprimido, acosado y denostado continuamente por las fuerzas policiales y militares del régimen cubano.
Muchos cubanos pudieran decir que los artistas, los opositores y los activistas trabajan por “cuatro pesos”, aludir a ese supuesto “mercenarismo” del que tanto acusa el régimen en sus medios de propaganda.
En el caso específico de la cultura y el arte, siempre ha sido este el “gran comentario”, a veces por desinformación, a veces para desacreditar, en una dinámica que se alimenta de la ignorancia, la envidia o por no tener la valentía de hacer lo que otros hacen. Y no estamos hablando siquiera de que una obra de arte contemporáneo sea “mejor que otra”. Me refiero a la actitud ante la vida que supera al mismo arte, a esa decisión de luchar por el otro, de abandonar los privilegios de estar bajo una cúpula de cristal, esa “buena vida” que el sistema te proporciona cuando le conviene.
El compromiso con la sociedad te hace exponerte a un calabozo, a la persecución de un régimen totalitario. Como dice Tania Bruguera: “te cae todo el peso de un sistema militar sobre los hombros”.
Imagina todo el aparato de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el Buró Federal de Investigaciones (FBI) sobre ti. En mi caso está la Seguridad del Estado cubano, las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), la policía y más instituciones presionando a un artista.
Comentaba al inicio que esta necesidad de desacreditar podía ser por desinformación o envidia, pero hay un momento en que llegas a ser un artista que sale de Cuba y conoce otras realidades. Entonces ya no se puede decir menos que la verdad, la única en Cuba: vivimos en una dictadura que reprime, te aparta de tu familia causándole sufrimiento, te persigue y vigila las 24 horas, te encarcela tres días, seis meses, o más. Toda esta presión que recibe un artista contestatario o un activista no es comparable con la satisfacción profesional de saber que alguien habló de tu obra en un artículo en The New York Times, o en cualquier revista prestigiosa de artes visuales.
A cambio de la sinceridad, el artista o activista político comienza a sentirse perseguido todo el tiempo por uno de los aparatos militares más agresivos del mundo. En la medida que ese artista, ese gestor cultural se vuelve más influencer, su vida corre más en peligro. Este análisis no es una suposición, en una realidad como la cubana hay denuncias de que asesinan o desaparecen a las personas que pueden influir en los demás (como ha sido el caso de Oswaldo Payá o Laura Pollán).
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Decir que entre el arte cubano que se hace en la isla y el mercado hay un “efecto Ai Weiwei”, es pasarle por arriba a la historia de Reinaldo Arenas, de Tania Bruguera, de Danilo Maldonado (el Sexto) y otros tantos periodistas, escritores, cineastas, dramaturgos que solo reconocieron el peligro real cuando les sucedió a ellos: familias completas fracturadas porque la Seguridad del Estado las coacciona y amenaza en centros laborales y viviendas; familias enteras separadas porque los padres tienen una ideología y los hijos otra...
No hay artículo en revista, ni prensa, ni exposiciones, ni todo el dinero del mundo que pague eso; y si lo pagara, creo que sí se lo merecen. Artistas, activistas, gestores culturales como Michel Matos y Amaury Pacheco, y otros, que llevan 30 años o más relegando su bienestar, su confort, pudiendo vivir en cualquier país del mundo –aunque fuese fregando platos–, sacrifican todo por creer que la cultura cubana puede ser salvada o que la democracia en Cuba puede ser salvada. Ese tipo de personas se merecen el texto en The New York Times, ser famosos, tener dinero y todo lo que sea posible.
Miles de curadores, coleccionistas y marchantes cuando visitan Cuba quieren pactar con el régimen. Sabemos de instituciones norteamericanas que, por alguna razón, vienen a la Bienal de La Habana, se toman dos tragos de ron, se van a Varadero y cuando aparece la oportunidad tienen miedo de pasar por mi casa, la de Tania Bruguera o de Amaury Pacheco. Nunca llevan turistas interesados en comprar arte o promocionar el arte a esos lugares.
Cuando comienzas a ser activista y tu obra es censurada por el régimen, cuando te persiguen, te detienen, te amenazan, esos curadores y coleccionistas también “se montan en el barco del miedo” para mantener la posibilidad de seguir visitando La Habana. Realmente, no sé qué compromiso pueda tener un francés o un italiano con la dictadura. ¿Por qué el miedo? Gracias a teóricos y artistas como Coco Fusco es que sale a flote el valor de estos creadores. ¿Entonces, según Wilfredo Prieto todo lo que hicieron y hacen artistas como ella, Hamlet Lavastida, la generación de los ochenta y muchos más es solo por alcanzar la fama? ¡Interesante!
Creo que cualquiera quiere trascender, porque nadie puede negar que todos los artistas lo desean, pero se pone esa trascendencia también en función de la libertad de Cuba. Yo, personalmente, querría “enjuagarme la boca” antes de hablar de ellos, porque Ai Weiwei –que no lo conozco–, u otros tantos artistas que pudieran tocar el tema racial, de género o cualquier otro, tienen momentos de lucidez y dicen: vamos a trabajar porque pudiera irnos bien, sí, pero vamos a tocar esos puntos también porque eso visibiliza la situación, el problema real. Intentan que el mundo conozca los abusos que se cometen en sus países.
Es más fácil que me ponga a dibujar, a pintar flores sin sentido y lograría un estatus económico superior y obtener facilidades del régimen (como una fábrica). Pero decidí, como se dice, “estar aquí y no en la cola del pan”, y poner mi arte en función de la gente.
La fama me gusta, el dinero también, pero como he dicho mil veces: yo no puedo tener una cerveza en la mano y mirar frente a mi casa, en el barrio de San Isidro, cómo vive la gente en un cuartucho. Eso es lo que realmente le molesta a la dictadura, que uno trabaje y se preocupe por el barrio, que los problemas sí se sientan propios y se trabaje por resolverlos de verdad. ¿Qué quiero decir con todo esto? Solo pido un poco de respeto para los artistas y activistas en Cuba.