Perseverar en el diálogo y la paz

Solo el amor convierte en milagro el barro de lo que estamos sufriendo en Cuba, en sus barrios, en sus medios de comunicación que envalentonan, crispan, educan para la confrontación entre hermanos cubanos que piensan diferente
Perseverar en el diálogo y la paz
 

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*Esta es la tercera y última entrega de una trilogía de artículos escritos por el ingeniero y educador cubano, Dagoberto Valdés Hernández, en relación al Movimiento San Isidro y el "diálogo" traicionado el 27 de noviembre en el Ministerio de Cultura (Mincult). Puede leer el primero y el segundo aquí.

El desarrollo de los acontecimientos en Cuba, especialmente el comienzo y el final de una propuesta de diálogo, el despliegue de fuerza en las calles, el hostigamiento a artistas e intelectuales, y la publicación en el diario principal del país del nefasto artículo 4 de la Constitución de la República de 2019, han provocado frustración en algunos, mayor confrontación y rebeldía en otros, y en los medios se escuchan amenazas, lenguaje de barricada, llamado a la intolerancia, al enfrentamiento entre cubanos para crear un ambiente de miedo.

Esta Constitución, como la Ley Suprema, también debería crear espacios de participación, diálogo e inclusión para más del 20 % de los votantes que no la aprobamos, que seguimos siendo cubanos, y no queremos irnos del país ni que nos excluyan o silencien en él. 

Una constitución es un pacto de convivencia social entre todos y para todos. Debemos recordar algunos contenidos de esa Carta Magna de 2019:

- La exclusión del pluripartidismo y la imposición de un partido único y excluyente.

- La imposición de una sola ideología y la inaceptable expresión del preámbulo de “que solo en el socialismo y en el comunismo el ser humano alcanzar su dignidad plena.”

- La legalización de la violencia armada, en general, contra “cualquiera”. La Constitución anterior solo lo consideraba contra un invasor extranjero, ahora dice “que los ciudadanos tienen el derecho de combatir por todos los medios, incluyendo la lucha armada, cuando no fuera posible otro recurso, contra cualquiera que intente derribar el orden político, social y económico establecido por esta Constitución” (Artículo 4).

- La elección indirecta del presidente, los gobernadores y alcaldes.

- La centralización y control de la economía por el Estado.

- La propiedad de los principales medios de comunicación por el Estado.

- La educación en manos del Estado.

Bastan estos pocos ejemplos para que quede patente que esta Constitución es excluyente, establece el poder de una sola parte sobre el resto mayoritario de la sociedad y que sus principios no son aceptables por la conciencia actual de la humanidad, violan todos los derechos humanos aprobados por la ONU y por Cuba, y muy especialmente porque niegan, en la raíz, el proyecto martiano de República cordial e inclusiva, “con todos y para el bien de todos” “en la que la ley suprema sea el culto a la dignidad plena del hombre”. 

No argumentaré, por obvio, que esta Constitución niega el humanismo de inspiración cristiana que es matriz y esencia de la identidad nacional y de la cultura cubana.

Ante el cierre y la exclusión de cubanos diferentes y la proclamación de que el diálogo es solo entre los que piensan igual se abren varias interrogantes. A continuación trato de presentar mis respuestas a estas preguntas:

¿Cuál es la alternativa que le queda a los diferentes cuando se cierra el diálogo?

Considero que nuestra respuesta debe ser perseverar en el diálogo y la paz. No dejarnos provocar por las tentaciones de la violencia, de la guerra civil fratricida, ni la intervención extranjera. Este es un asunto entre cubanos y debemos resolverlo civilizada y pacíficamente entre todos los cubanos y no con la imposición por la fuerza y la violencia de unos cubanos sobre otros compatriotas. No debemos usar los mismos medios que criticamos. No debemos dejarnos encerrar en el callejón sin salida.

No debemos ceder en nuestro empeño pacífico ante la intolerancia de Estado, ni las ofensas y descalificaciones de los obstinados “que no saben lo que hacen”, o que no se dan cuenta de la manipulación de que son instrumentos, o que creen que el repudio, la violencia y la fuerza son salidas para algún lugar. Ante la cerrazón, la apertura de mentes, de voluntades y de métodos. Ante la violencia y la descalificación debemos perseverar en los métodos pacíficos, el diálogo y el amor.

Solo el amor convierte en milagro el barro de lo que estamos sufriendo en Cuba, en sus barrios, en sus medios de comunicación que envalentonan, crispan, educan para la confrontación entre hermanos cubanos que piensan diferente. He escuchado por la televisión al presidente del parlamento cubano exhortar a: “Que no quede un pedazo de nuestra tierra en que no se combata”. 

Ojalá que nunca suceda en Cuba, pero hay suficientes ejemplos en el mundo en que el discurso que proclama “que los ciudadanos tiene el derecho de combatir por todos los medios, incluyendo la lucha armada, cuando no fuera posible otro recurso, contra cualquiera que intente derribar el orden político, social y económico establecido por esta Constitución” (Artículo 4), se ha vuelto contra los mismos que lo promueven.

¿Dónde quedará la convivencia pacífica entre cubanos cuando se incita a la confrontación entre compatriotas invocando un artículo de la Constitución que reconoce la “lucha armada” contra “cualquiera” que intente cambiar el socialismo?

Como el boomerang de la violencia siempre regresa contra quien lo lanza, los que somos y pensamos diferente debemos renunciar, consciente y civilizadamente, a usar los mismos métodos, debemos tomar en nuestras manos las “armas” del contrario, poner frente a ellas la rosa blanca que ofreció Martí “al cruel que me arranca el corazón con que vivo” y hacer realidad en Cuba aquel versículo de la Biblia que preside y convoca a la humanidad desde los jardines de la sede de la ONU:

“Vengan, subamos al monte del Señor para que nos enseñe acerca de sus caminos, y andemos en sus sendas… Forjarán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en podaderas. No alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2, 3-4).

Esta, en mi opinión, debería ser la respuesta pacífica del pueblo cubano “contra cualquiera” que intente cambiar nuestros métodos de diálogo y paz. Nunca apoyaré la lucha armada, ni las guerras, ni la violencia entre hermanos y compatriotas. Siempre apoyaré todo esfuerzo de paz, todo intento de diálogo que no es complacencia y de moderación que no es claudicación. 

Opino que Cuba solo debía ser inclaudicable ante la tentación a enfrentarnos entre hijos de un mismo pueblo, aún más entre ciudadanos de una misma humanidad. Por eso he optado por ser perseverante promotor y educador de la paz y el diálogo. Y si el otro se cierra y propone la violencia, creo que debemos perseverar en nuestra propuesta de paz, diálogo, justicia, perdón, reconciliación y amor. Miremos a la historia, maestra de la humanidad: las revoluciones violentas engendran más violencia, se come a sus propios hijos y enfrenta una y otra vez a los hermanos. Todo lo que se impone por la fuerza se mantiene por la fuerza. A no ser que algunos se decidan a romper ese círculo vicioso y nos decidamos a romperlo no con fuerza sino con la no violencia, el diálogo entre diferentes, la paz y el amor.  

¿Qué hacer frente a la propuesta de un diálogo que solo admita a los iguales, que rechace al diferente y excluya al que discrepe, aunque todos usen los métodos pacíficos?

Considero que la respuesta es perseverar en el bien, en la verdad, en la belleza. Y todos verán de qué lado están la maldad, la mentira y la oscuridad. Si nosotros cedemos a la tentación de responder a la maldad con su mala voluntad Cuba quedará sumida en el mal, y eso no es lo que queremos la inmensa mayoría de los cubanos. Si nosotros cedemos ante la tentación de vivir en la mentira, Cuba será un patético baile de máscaras y simulación, y eso no es lo que merece la Patria. 

Si nosotros cedemos a los métodos de las tinieblas, Cuba se hundirá en la oscuridad y vivir en la noche solo traerá pesadillas, supersticiones sociales, tropiezos entre hermanos y un daño antropológico que necesitará muchos años para su sanación e inmunización.

Es que cuando es más necesario el auténtico diálogo es cuando se realiza entre diferentes, entre discrepantes, incluso entre adversarios o enemigos. Diálogo entre iguales, entre coincidentes puede ser una tertulia de amigos, una conversación sobre lo mismo. Si decimos que Cuba es diversa, entonces el diálogo debe estar abierto a los diversos. Si decimos que Cuba es inclusiva, entonces el diálogo no debe excluir a nadie. Si decimos que Cuba es un hogar nacional, no debemos botar de la casa a ningún hermano, no al que piensa diferente, ni siquiera al que discrepa de la mayoría de sus hermanos. Casa solo para iguales no es casa de familia, es colección de museo de la misma especie. Hogar nacional sin pluralismo es jaula aburrida donde no habita la libertad. Por todo ello, diálogo que excluye no construye cubanidad. 

Diálogo que cierra la puerta al diferente, encierra a toda la Patria en “la impiedad, la superstición y el fanatismo” contra los que escribió Félix Varela la Carta Magna de la eticidad sobre la que deseó edificar la nación cubana.

Perseverar en nuestra vocación cubanísima de ser luz en la oscuridad. Perseverar en nuestra vocación de vivir en la verdad que no es solo decirla. Perseverar en nuestra vocación de ser cubanos de buena voluntad y vivir en la virtud porque como dijo el Padre Varela “no hay patria sin virtud, ni virtud con impiedad.”

En fin, y una vez más, no nos cansemos ante los sentimientos de frustración, ante la decisión de cerrar la puerta al diálogo entre diferentes, ante la crispación y el llamado al combate entre cubanos, volvemos sin cansarnos ni claudicar en el empeño a lo que el apóstol de la libertad de Cuba nos legó como “la fórmula del amor triunfante: Con todos y para el bien de todos”. La nuestra es esa fuerza que Martí identifica como la potencia unificadora del amor:

“¿Y consentiremos en que tanta grandeza venga a ser inútil, y estériles la unión milagrosa y precipitación de tiempos, cumplidas en la guerra, y renovados, con caracteres más dañinos que nunca, los recelos y desdenes que preparan suerte tan sombría, si no se curan a tiempo, a la patria que puede levantarse, hábil y pura a la vez, con la potencia unificadora del amor, que es la ley de la política como la de la naturaleza…?” (Discurso conmemorativo del 10 de octubre en el Hardman Hall, el 10 octubre de 1889. O.C. Vol.4 p. 237).

Lo que significa, a pesar de todos los pesares: perseverar en el amor.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.

*Publicado originalmente en Convivencia.

Escrito por Dagoberto Valdés Hernández

Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955). Ingeniero agrónomo.Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017. Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007. Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006. Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años. Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director. Reside en Pinar del Río.