Leo en el Diario de Cuba este titular que no me ha dejado dormir en toda la noche: La Habana acusa a EEUU de “obstaculizar el derecho de los cubanos de visitar a sus familiares”.
Vamos a ponernos levemente de acuerdo. ¿Que los cubanos visiten a sus familiares en los EEUU es un derecho? ¿Y por qué esos familiares a los que los cubanos quieren visitar no viven en la isla sino en EE.UU.? Y cuando esos familiares que viven en EE.UU. quieren visitar a los cubanos en la isla, la de ambos ¿Pueden hacerlo libremente o tienen que pedir permiso a “La Habana” y pagar un pasaporte en más de $400.00 para hacerlo? ¿Quién obstaculiza la reunificación? ¿Quién destruyó y separó a esas familias que ahora, divididas a los dos lados del charco, no pueden verse libremente? Qué malos son los EE.UU.
Anoche, ya sin sueño, molesto porque los EE.UU obstaculizaban el derecho de los cubanos a visitar a sus familiares, me puse a repasar todo el daño que los norteamericanos le han hecho a la familia cubana. Comprendí, asustado, que EE.UU ha estado detrás de cada fracaso: arrancaron a sus dueños los pequeños y medianos comercios, frustraron que el pueblo lograra aquellos 10 millones de toneladas de azúcar, cerraron los centrales azucareros para que el país tuviera que importar azúcar; endulzaron el mar para que Cuba tuviera que exportar sal; secaron la tierra para que la isla tuviera que pedir, mendigar, y adquirir en otros lugares remotos tomates, lechugas, papas, huevos, harina y una lista de interminables etcéteras. No les bastó y entonces extinguieron el ganado vacuno, al punto que muchos niños solamente han visto una vaca viva en la televisión, esos mismos niños que fueron agredidos también por el payaso Ferdinando y por Mashenka, el oso, y el tío Stiopa. Todo por culpa de los EE.UU.
Cuando no se pudo construir la textilera más grande del mundo, ni la vaquería más grande del mundo, ni la empacadora de carne más grande del mundo, ni el hospital más grande del planeta, estaban los EE.UU agazapados tras esos fracasos. Hasta mataron a la vaca más grande del mundo que daba la cantidad de leche más grande del mundo. Ni siquiera dejaron hacer una revolución más grande que nosotros mismos.
Mi sueño se convirtió en pesadilla con aquellas horribles imágenes de marines americanos sacando a familias enteras de sus casas y llevándolas al aeropuerto para que volaran a los EE.UU. Arrancando por la fuerza a los hijos de los brazos de sus padres, llevando a otros a Camarioca, obligándolos a punta de ametralladoras a echarse a la mar en balsas precarias, vigilando a los familiares que se habían asentado en los EE.UU para que no escribieran ni llamaran por teléfono, ni tuvieran contacto alguno con su gente de Cuba, so pena de perder el trabajo o ser acusados de simpatizar con Fidel Castro.
Recordé aquellos discursos enfebrecidos de Kennedy, y los de Nixon, y Carter y Ronald Reagan, discursos que duraban horas, delante del pueblo norteamericano que escuchaba adormecido las violentas arengas de los dos Bush, de Ford, de Clinton, contra Cuba, que en cualquier momento lanzaría a sus tropas para desembarcas por la calle 8 de Miami, o por la 5ta avenida de New York.
No sé cuándo me dormí y no sé por qué me desperté muerto de la risa, viendo el rostro fresco de Bruno Rodríguez, el casi ministro de Relaciones Exteriores, lleno de candor e inocencia, reclamando el derecho de los cubanos a esa visa de 5 años que acaba de derogar el gobierno de Trump; porque los cubanos no tienen derecho a ser felices dentro de la isla de Cuba, ni a viajar cuando les plazca y a donde les dé la gana, y quedarse a vivir donde elijan sin perder los derechos. Pero sí deberían tener el derecho a viajar a EE.UU para ver a los familiares. Y comprendí que esa era la palabra: derechos.
¿Cómo van a exigir como un derecho salir a visitar a los familiares que perdieron o jamás tuvieron derechos, ningún derecho, para vivir y progresar en su país y por eso se vieron obligados a abandonarlo? ¿Cuándo ha tenido el cubano de adentro derecho a hablar libremente, a leer lo que quiera, de votar por el partido que quiera y elegir al presidente que les parezca más apropiado, incluso el menos apropiado, o a ser dueño de algo, a alimentarse de lo que decida, a ser feliz como le pidan el cuerpo y el corazón?
El día que los familiares de afuera tengamos todos los derechos (a votar por una constitución digna, por ejemplo) y las garantías para hacer nuestro país un verdadero país, y no una mueca de país, un engendro, un experimento de desolación y tristeza donde un loco que se creyó el Mesías hizo y deshizo (y lo dejaron hacer, lo dejamos hacer), entonces tendremos un solo derecho, el derecho a que exista la familia sin heridas, sin odios, sin gente que los azuce a gritarse, a odiarse y a matarse, porque alguien dijo que eran “el enemigo”.