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El descorleone habanero

Hoy La Habana se cae, llena del odio de quienes supuestamente querían salvarla

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Ilustración
Armando Tejuca | Ilustración

Actualizado: Fri, 10/13/2023 - 13:20

No pudo hacerlo Jacques de Sores. No pudieron los ingleses bajo el mando del teniente general George Keppel, Tercer Conde de Albemarle y del Almirante Sir George Pocock. Tampoco las tropas de Valeriano Weyler, ni los gobiernos de la República, que fueron levantando, en cambio, las maravillas que todavía nos siguen asombrando.

Hoy La Habana se cae, llena del odio de quienes supuestamente querían salvarla.

Se cumple así la sorda maldición de quien más la odiaba. Aquel guajirito alto y soberbio, pichón de gallego, que vivía en Birán, allá en el Oriente, y que no encajaba en ninguna parte porque no bailaba, no cantaba, no hacía chistes y, si los hacía, era un plomo derretido y ardiente. No es casualidad que haya escogido como su última morada un pedrusco grande y pesado. Como su personalidad. Era el tipo acomplejado que soñaba con ver su nombre en cada noticia y su rostro en todas las portadas de revistas. El que cuando desnudaba a una mujer comenzaba a hablarle de guerras y asaltos a los que no iba asistir.

El que sintió que no se acoplaba a la ciudad, al país. Y decidió crear una ciudad y un país donde cupiera a la fuerza. Y esa fue su venganza: la ciudad que una vez fue comparada con París, comenzó a resquebrajarse, a despegarse, a agrietarse, a desplomarse ante los huracanes y las inundaciones. Para decirlo con finura: La Habana empezó a descorleonarse lentamente por la abulia del nuevo Vito Corleone, el caribeño.

Todo se cae. Todo se cuartea y se afea y uno no entiende por qué se siguen construyendo hoteles para el turismo y no se repara lo que ya hay. Y tampoco se entiende qué rayos querrá ver un turista si visita La Habana: ¿lo feo?, ¿lo carcomido?, ¿lo que está a punto de derrumbarse, para luego dar testimonio de que lo vieron por última vez antes de desplomarse sobre algunas personas?

Pero el gobierno encabezado por “Él” no tenía tiempo de conservar viejas edificaciones que tenían la sombra del pasado. La parte antigua de aquella ciudad fue levantada por los colonialistas españoles. Así que los cubanos debían ser patriotas y continuar castigando a la vil metrópoli, y que se vengan abajo sus huellas y queden aplastados bajo las tejas y maderas el fantasma de aquellos sanguinarios capitanes generales, el sudor de los crueles voluntarios y las paredes, testigos de su soberbia, esa que nos mantuvo esclavos tantos siglos. De todos modos, esa parte de la ciudad siguió oliendo a esclavo, pero liberado, esclavo victorioso, que únicamente huele mal cuando escasea el desodorante.

Y la otra parte, aparentemente más nueva, hedía a República mediatizada, vendida a los yankis. De modo que, si en Centro Habana no había agua, no era asunto del nuevo proceso, que había intentado resolver el acuciante problema de la vivienda dejando que los pobres, que eran revolucionarios y que pertenecían al victorioso ejército rebelde, se instalaran en aquellas mansiones que los ricos habían construido explotando al pueblo.

Hay que entender el cerebro un poco retorcido del Caudillo (también llamado Delirante en jefe o Palo que sea, Fidel, palo que sea). En su ansia perpetua de gloria no era importante mantener o conservar, sino crear. Pero lo que creaba le salía mal, no era comprendido o no servía. Y tampoco era el plan que la gente (tan mal intencionada siempre, incluso siendo revolucionaria) fuera a comparar lo que habían hecho los gobiernos corruptos de antes con lo que la propia revolución hacía nacer. El socialismo debe ser creativo, no recreativo. Así que a toda esa Habana levantada por la mafia norteamericana había que dejarla desaparecer lentamente, que pareciera un accidente o que fuera cosa normal del tiempo que pasa.

Claro que había su atravesado siempre, como Eusebio Leal, que señalaba que la historia debía conservarse, mientras que la alta dirección del partido pensaba que, para conservas, las soviéticas, que eran muy malas. Muchos recordaban que el líder había dicho en alguna parte, entre los 675 millones de toneladas de papel donde se habían publicado sus frases y discursos, que el pueblo merecía una vivienda digna. Pero se había dado la orientación, en caso de que hubiera personas del pueblo necesitadas de un sitio para vivir, que esas que había en ese momento no eran dignas de ellos. Aunque muchos dirigentes no se indignaron por apropiarse de mansiones indignas.

Yo visité, en los años 80, algunos de aquellos vetustos edificios del centro de la ciudad, con heridas visibles en los techos, escaleras derruidas y donde el descascarado de las paredes era como un diseño común, que corría paralelo al descaro de las autoridades. Me preguntaba, incluso, por qué habían hecho la Escuela Nacional de Circo en Miramar, si allí hubiera quedado perfecta, con sus vigas peladas para hacer equilibrio, sus techos desprendidos sorpresivamente para intentar practicar malabares, sus tablones, de pasillo a pasillo, en ausencia de escaleras ya fallecidas. Habría sido todo un reto que aquellos jóvenes artistas agradecerían. Y con las justificaciones que daban los responsables sobre el galopante deterioro, hubieran hecho sus inolvidables actos los payasos.

Cuando cualquier ser humano viaja al exterior y pasea por cualquier ciudad (con excepción de los cubanos, que no pierden el tiempo mirando edificios y se meten urgentemente en las tiendas, a comprar todo lo que les falta desde que Jesucristo aprendió a gatear en aquel Belén), va mirando estructuras, casas, tejados, ventanas, y ante la armonía de las edificaciones suspiran y emiten opiniones: qué hermoso, qué bien conservado, qué arquitectura, qué equilibrio. En La Habana Vieja, Centro Habana, Guanabacoa, La Lisa, El Vedado o Marianao, la frase más escuchada cuando alguien mira un edificio es: "Se va a caer". El único equilibrio es el que deben hacer los habitantes de aquel cascarón y, cuando se desploma, no falla eso de escuchar: "Lo dije y no me hicieron caso".

Cuando un edificio de la ciudad, que aguantó más de 400 años de colonialismo, asaltos de piratas, ocupación norteamericana, gobiernos entreguistas y explotadores sin caerse, cede y dice adiós, se nos muere lentamente la memoria. La huella de la mafia norteña va cediendo y a su lado nace de inmediato otro edificio, nuevo, con materiales, hijo de la Cosa Nostra cubana, la mafia militar de GAESA.

Y nadie sabe qué es peor: si morir aplastado por un inmueble que al final se desploma, porque no quiere sufrir más o salvar la vida, o que las cariñosas autoridades te ubiquen en un albergue hasta el fin de tus días. Un hermoso albergue sin agua ni condiciones, repleto de damnificados, similar al Arca de Noé.

Allí esperarán hasta que los gringos levanten el criminal bloqueo y la revolución pueda, por fin, cumplir su sueño de darle a cada cubano una vivienda digna. Aunque sea lejos de Cuba.