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El ejército es el pueblo desinformado

Más de sesenta años ha estado ese “pueblo uniformado” esperando al enemigo. Casualmente mirando hacia el norte, que parece estar tan revuelto y brutal que de allí nada más llegan dinero, pollos, ropa y medicinas.

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El Puesto a Dedo Uniformado
Armando Tejuca | El Puesto a Dedo Uniformado

Actualizado: November 8, 2024 6:11pm

Había una vez un muchacho muy joven e imberbe que barría la puerta de su casa vestido de verde y una mañana se encontró siete pesos.

Como era imberbe, no pudo aguantar el júbilo, que es algo que le brota espontáneamente a los imberbes, y anunció su hallazgo con tanta alegría y tanta fuerza que todos los vecinos se enteraron. Y como en ese momento había en su cuadra más chivatos que vecinos, de inmediato uno de ellos lo denunció, y en lugar de la policía vinieron del Comité Militar del Municipio, porque si eres imberbe, te vistes de verde y tienes siete pesos en el bolsillo, no eres más que un recluta y te toca pasar tres años en el Servicio Militar General, que para todo el que no sea oficial, es Obligatorio.

¿Y qué hace durante esos tres años, 1095 días, ese joven imberbe que agarraron barriendo en la calle? Además de perder el tiempo, obedecer al sargento, a los tenientes, capitanes, coroneles y generales, encerrado como un delincuente, arrastrado por el fango con un arma en la mano, marchar, correr, pasar noches en vela haciendo guardias absurdas, no hace casi nada.

Tender la cama, servir a los oficiales en lo que se les antoje, cargar cosas y marchar mucho, marchar con solemnidad diciendo: uno, dos, tres, cuatro, comiendo mierda y rompiendo zapatos. Intentar fugarse de la Unidad Militar donde lo han enterrado y desear cada día que se acaben esos tres años de suplicio para ver cómo empata su vida y hace algo por sí mismo.

Ah y soportar cientos de horas de algo que llaman “educación política”, babas ideológicas que van destruyendo lo que queda de aquellas células grises que tenía cuando era imberbe, barría el portal de su casa y halló, para su desgracia, los malditos siete pesos que hace algunos años eran el sueldo mensual de un recluta. Un olivito. Un “siete pesos”, como era conocido.

Todo empezó como empiezan los libros de hazañas heroicas: con un ejército rebelde que derrotó a otro ejército constitucional. Y con ello se acabó la antigua constitución y aquellos rebeldes triunfadores inventaron las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que tenían dos misiones fundamentales, aunque ninguna era defender al pueblo cubano: vigilar al enemigo que se había inventado el fundador de aquel desastre y no quitarle ojo a aquel pueblo que no defendería. Para que todo fuera más bonito, Fidel Castro acuñó una frase de aquellas, entre poéticas y delirantes, para definir a aquel tropel de militares improductivos: “El ejército es el pueblo uniformado”.

Es decir que, si el ejército era el pueblo con uniforme, no estaba obligado a defender al pueblo, que no lo tenía. Y pasaron años donde el gobierno recogía de sus casas a miles de muchachos imberbes que no barrían su puerta, pero a los que, igualmente, encerraba vestidos de verde y les echaba a perder tres años de sus vidas. Y los lanzó al extranjero, a guerras que nadie sabía quién había organizado. Y hasta hicieron un ejército juvenil (como si el otro no estuviera lleno de jóvenes) para acabar con la fauna y la flora de la isla extinguiendo bosques, porque lo llamaron Ejército Juvenil del Trabajo.

Han sido muchos cubanos regalando tres años de sus vidas y escuchando que lo han hecho para defender las fronteras de un país rodeado por el agua. Y que salvaguardar las conquistas de la revolución era un deber sagrado. Y, para rematar, volvían con aquella cancioncita: “El ejército es el pueblo uniformado”.

Por suerte hoy ha nacido en los padres cubanos cierta conciencia de que no quieren que ningún ejército, pueblo uniformado o no, se lleve a sus hijos de su lado. Allí han muerto muchos, en accidentes o por mano propia. Y hay ahora mismo un grupo de personas dignas llamado “movimiento cubano de Militares Objetores de Conciencia (MOC)”. 

Ese movimiento dice en sus declaraciones que "las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) deben su lealtad al pueblo, no a la oligarquía" y que "no hay obediencia debida hacia quien exija atacar al pueblo". Y dicen mucho más: "Las FAR no deberán disparar contra la población civil, sino protegerla de la represión de los grupos paramilitares (Brigadas de Acción Rápida)”.

El movimiento cubano de Militares Objetores de Conciencia (MOC) está liderado por el general Rafael Del Pino, y dicen que es "legítimo, necesario y urgente establecer un comité cívico-militar con un grupo de ciudadanos de reconocido prestigio que sintetice las principales demandas actuales de las protestas populares en Cuba”. Pero ningún personero de esa “oligarquía militar”, que nunca ha sido ni será “pueblo uniformado”, ha respondido a esos reclamos y acusaciones.

En los últimos meses se ha visto al Puesto a Dedo Miguel Díaz-Canel en muchos sitios, lo mismo haciendo el paripé de que le importan los daños de una inundación, que en una Feria Internacional, que con un chino en la mano o diciendo idioteces sobre la cultura cubana. 

Y en muchos lugares, vestido de verde recluta, olivito narizón, recorriendo lugares afectados por los últimos fenómenos meteorológicos, disimulando, porque sabe que la mayoría de esos destrozos los ha hecho el sistema fallido que ahora le soltaron para que dirigiera con toda la ineficiencia y la roña de 65 años de soberbia castrista.

Está en todas partes, menos donde tiene que estar: en su oficina. Y que no salga de allí, aunque se vista de verde y lo siembren en una maceta.

Pero no siempre hay un joven imberbe barriendo en la puerta de su casa -puede no tener escoba ni casa- y si encuentra siete pesos cubanos tirados en el suelo sería digno de burla, porque en la Cuba de hoy no se puede hacer nada con siete pesos. Y tampoco en la de antes.

Más de sesenta años ha estado ese “pueblo uniformado” esperando al enemigo. Casualmente mirando hacia el norte, que parece estar tan revuelto y brutal que de allí nada más llegan dinero, pollos, ropa y medicinas.

Hubo unos años en que, para quitarle el aburrimiento a ese ejército, lo mandaban a pelear con otros enemigos en Angola o Etiopía, pero hace tiempo que no salen, y han comenzado a mirar de modo extraño a los generales y coroneles de eso que llaman “el mando superior”.

Parece que están aprendiendo, por fin, quién es el enemigo.