Cuidar al pueblo

La gente es muy injusta. Ve lo malo de un policía, pero no entiende que detrás de ese policía hay un cuerpo. No un cuerpo de policía, sino algo parecido a un ser humano
Policía castrista y cubano mordiendo una tonfa. Ilustración: Armando Tejuca
 

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La gente es muy injusta. Ve lo malo de un policía, pero no entiende que detrás de ese policía hay un cuerpo. No un cuerpo de policía, sino algo parecido a un ser humano, con ojos, corazón, estómago, pasaje para Oriente, sentimientos y cerebros. Los dos últimos son opcionales.

Un policía también lleva otras cosas. Si el cuerpo humano se divide en tres (excepto si tropieza con una mina antipersonal o con Jack el Destripador) se supone que esté compuesto por cabeza, tronco y extremidades; pero el cuerpo de un policía lleva además tonfa, mucha roña, esposas y walkie talkie para “tirar a la planta”, que es una planta que riegan mucho pero no da fruto alguno.

El policía de uniforme no es precisamente el pueblo uniformado. Es de un pueblo, un pueblecito ahí en “Allí fumé”, en la tierra del sol naciente, donde no se fabrican Hitachis ni Seikos. Y como ha sido arrancado de su entorno bucólico de la tierra del changüí, siente la misma extrañeza y el mismo estupor que sintieron los esclavos que llevó a Cuba la trata, o como un chino de Cantón, que viajaba como cocinero y cayó de flai en la calle Zanja, o más bien el de un borracho que no sabe dónde está al abrir los ojos con resaca.

Lo describo aquí porque hay que hacerle justicia. Mas la gente no entiende, viendo al policía en la calle, en una esquina, en el muro del malecón o recogiendo una caja de botellas de aceite de la parte de atrás de una tienda, que ese hombre, ese ser humano que en ocasiones hay debajo del uniforme color bostezo, preferiría estar estudiando una carrera científica o leyendo un libro de Milán Kundera, y no andar zapateando por la calle, velando por el bienestar del pueblo, en alerta siempre, para luchar contra el delito. Y últimamente el delito ha crecido tanto que a veces hay uno, dos, tres, muchos delitos, que es la consigna.

El pueblo debería hablar de lo difícil que es ser policía. Tener ganas de estudiar y superarse y no poder hacerlo por el afán de servir al pueblo, de velar por él, de cuidarlo para que no se corrompa o se vaya del país. El policía, como cualquier hijo de vecino, tiene también aspiraciones de viajar y ver mundo para enriquecer su cultura, por ejemplo, aprender cómo usan las tonfas los policías japoneses, o con qué dulzura y suavidad la policía norcoreana desaparece a quienes, muchas veces sin saberlo ellos mismos, disienten y dudan de su sistema. Saber que hay calabozos más humanitarios donde no hay ratas, porque ni las ratas resisten el abandono e inmundicia.

El Policía en Cuba no es solamente un policía. Si fuera así, sencillo y divertido como en las películas de Mack Sennett, pero no; en Cuba, además de ser guardián y sabueso, la policía tiene que ser “nacional” y “revolucionaria”, porque esas son las siglas que componen el Pene en erre. La pasión por ser policía casi siempre viene en su ADN, en una vocación desde su más tierna “infancia”. Pero la mayor parte de las veces no llega a sabueso, aunque se comporte como un perro.

Como es un ser sensible, aunque parezca que no, hay que tener diplomacia con ellos y con ellas. No los confundas con términos rebuscados, porque rebuznan, no sé si de placer o por no entender nada. No le sueltes palabras como “derechos” o “leyes justas”, pues son vocablos que encierran conceptos, y la policía cubana es, ante todo, anticonceptiva. Esos términos los aturden y reaccionan mal, y luego no se concentran y no duermen.

Sé que muchos agentes están ahora mismo deseosos de que los utilicen en labores más ambiciosas que poner multas por no usar correctamente el nasobuco (un agente laborioso puso hace poco 150 multas en seis horas), o pernoctar en la esquina de la vivienda de algún joven, artista o no, que ha manifestado cierto rechazo por las autoridades cubanas. Me da el pálpito que alguno de ellos desearía poder ver un ciclo completo de neorrealismo italiano en lugar de estar vigilando el tumulto que se forma cuando sacan pollo, esa ave tan vulgar y congelada, pero es lo que hay por ahora. El pueblo también tiene que alimentarse.

Al menos cuidar del Estado, de la revolución que los pescó en plena manigua redentora o las selvas del Mayarí, les permite ejercitar la bondad que se acumula en sus corazones y que no pueden darle a su compañero de patrulla, aunque sean “pareja de hecho”, porque la gente no está preparada para ver ese desorden entre dos agentes del orden. Pero ya llegará el tiempo en que podrán hacer algo más hermoso que maltratar a mercenarios y delincuentes culturales, que no saben agradecer que el gobierno haga decretos para ordenarles la vida.

A esos mismos agentes les molestan las comparaciones con “aquella policía de antes”, de revólver y tolete. Esos servían a una dictadura que no escuchaba el clamor del pueblo. Esos entraban en la coima, y aceptaban dinero de prostitutas y chulos para hacer de la vista sorda. Aquellos Salas Cañizares, Ventura Novo, Orlando Piedra, son fantasmas del pasado, corruptos y sangrientos.

Por suerte quedan buenos cubanos, incluso artistas fieles al proceso que tienen la honestidad de reconocer que la policía cubana es “respetuosa” (repetuosa según el dialecto común en la unidad). A esos funcionarios les gustaría hacer más, entre tonfa y tonfa, entre llave de estrangulamiento y multa. Les gustaría hacer su labor con más cultura, como regañar a los infractores con poemas alejandrinos o con espinelas, es decir, en décimas recitadas, no cantadas, porque, a pesar de su origen rural, no trabajan en “Palmas y cañas”.

Y cuando el deber les impone actuar con leve violencia, por ejemplo, “irrumpir a golpes en una casa privada, donde no se estaba haciendo nada ilegal”, pero que resulta ser un nido de irreverentes y connotados opositores, aceptan a desgana utilizar la fuerza y ejercitar sus poderosos músculos porque hay gente que no entiende por las buenas.

Y para los que duden de lo artístico, literario y filosófico de su misión, que recuerden que ha sido la policía la que ha dado la más hermosa respuesta a la provocación de la canción esa de “Patria y vida”, con un coro de agentes, que le quitaron horas al sueño para perpetrar su canción.

Ahora escriban en la pared cien veces que la PNR es buena. Y en son de buena voluntad, un agente nos hace llegar esta receta culinaria de “Filete tonfa al vino albino”.

Ingredientes: dos o tres revoltosos, dos chivatos del comité y una patrulla de la policía.

Se pone la tonfa en remojo varias horas y se sazona luego con limón, que es la base de todo, o con zumo de piña de Gerardo.

Se fríe o se asa o se hierve y se mastica lentamente cantando algo de Raúl Torres o del dúo Buena Fe, pero sin quitarse la mascarilla porque si no, te multamos.

Escrito por Ramón Fernández Larrea

Ramón Fernández-Larrea (Bayamo, Cuba,1958) es guionista de radio y televisión. Ha publicado, entre otros, los poemarios: El pasado del cielo, Poemas para ponerse en la cabeza, Manual de pasión, El libro de las instrucciones, El libro de los salmos feroces, Terneros que nunca mueran de rodillas, Cantar del tigre ciego, Yo no bailo con Juana y Todos los cielos del cielo, con el que obtuvo en 2014 el premio internacional Gastón Baquero. Ha sido guionista de los programas de televisión Seguro Que Yes y Esta Noche Tu Night, conducidos por Alexis Valdés en la televisión hispana de Miami.

 

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