La mafia hacía lo mismo, pero la dictadura cubana la supera con creces. No resiste competencia a ningún nivel y en ningún sentido. Actúan con el mismo celo de los narcotraficantes, que luchan por cada esquina donde sus integrantes venden el producto.
Pero en este caso, perdida la batalla de poder producir para el consumo del pueblo, prefieren que el pueblo no resuelva por sí mismo el problema. Es como la fábula del perro del hortelano que ni comía ni dejaba comer.
Sin embargo, la diferencia es que, en el caso de Cuba, la primera parte del enunciado se equivoca: los miembros de la nomenclatura sí comen, y lo hacen muy bien. Siempre ha sido así. Inventaron el esquema de pirámide en la isla para que la base, atormentada con consignas, gritos, lemas, y ocupada constantemente en la defensa de sus costas, de su cielo, de su tierra, olvidara comer, o culpara al enemigo de su estómago hueco.
La ineficacia de la agricultura, la ganadería, la producción de huevos y otras carnes, la desaparición de la flota de pesca, diezmadas todas por la burocracia partidista, por el falso igualitarismo y por la obsesión insana de controlar hasta el aire que se respira, tienen al país a las puertas de una hambruna feroz. Hasta esa luminaria tenebrosa que es José Ramón Machado Ventura lo ha advertido: vienen tiempos sombríos. Más sombríos para el cubano de a pie.
Pero no dan su brazo a torcer. Cualquier iniciativa que no brote de sus cerebros de cromañones está invalidada de inicio, por ilegal y porque desnuda ante el mundo la ineficiencia de un sistema que se aferra a viejas estructuras con ilógica persistencia. Toda idea en la que el hampa militar pierda terreno o no se moje, está condenada al fracaso y la persiguen y la eliminan.
Ahora mismo han puesto fuera de combate a “La Valija Roja, que envía paquetería a Cuba desde Europa y ha estado entregando comida y otros suministros en la isla durante la pandemia”. La dictadura le ha saltado al cuello y la presenta como “red delictiva ilegal”.
Según el reporte del Sistema Informativo de la Televisión Cubana, el “negocio lucrativo que involucraba a ciudadanos camagüeyanos” a través de un residente cubano en España “fue detectado por integrantes del Ministerio del Interior” a quien le seguían la pista desde mayo.
La Valija Roja es una iniciativa de cubanos que envía paquetería a Cuba desde Europa. Una manera de aliviar el descalabro económico y ofrecer alimentos a las familias de la isla. Este sistema de “compras online y paquetería cuenta con gran popularidad entre cubanos residentes en el extranjero, principalmente en España. Entre sus servicios están el envío de productos adquiridos en Europa, así como documentos”.
Pero ha salido a ladrar el perro del hortelano. Se le erizan los pelos y alza las peludas orejas porque no resiste que ningún cubano prospere, aunque esté lejos. No quiere que ningún súbdito se salve, si no es la mano del amo estado quien lo alimente, para tenerlo agradecido, debiendo migajas. Es vergonzoso tras 61 años de imbecilidad, de estulticia indecente, que se descalifiquen y persigan alternativas de los nacidos en la misma tierra que quieren auxiliar a sus coterráneos.
Saben que es una tarea imposible revertir los daños que hicieran en la economía las directrices del partido que no eran más que las locuras intempestivas del Delirante en Jefe Fidel Castro pasadas por un matiz legal. Quienes le rodeaban lo permitieron. Su hermano y los actuales sobrevivientes de ese destrozo, lo toleraron y miraron a otra parte.
En lo profundo de lo que les queda de cerebro intuyen que la única solución, la inmediata y rápida, es privatizar la producción y permitir toda iniciativa que provea a la población de los productos que los sectores estatales no pueden.
Pero no, prefieren morder y matar. El perro del hortelano suelta a sus cachorros, los órganos represivos que les sirven, y estrangulan, ahogan, liquidan toda idea para salvar la nación. Pareciera que quieren cumplir a pie juntillas la amenaza absurda de aquella pretenciosa canción: “Será mejor hundirnos en el mar, que antes traicionar la gloria que se ha vivido”.
Es la solución numantina que acompañó al loco que nos tocó. El mar que no da peces. Y una gloria que nadie sabe ya qué es ni para qué sirve.