Cuba es un país triste. No sólo por como lucen sus edificios derrumbándose, sus carreteras llenas de baches, los baños mugrientos de los hospitales, sus casitas de madera con piso de tierra, por ese color gris de guerra que se parece mucho al de Siria. Cuba es un país triste sobre todo por su gente.
Los cubanos y las cubanas perdieron la alegría, o más bien no la perdieron, la transformaron y la mezclaron con el miedo, la tristeza, la furia, la histeria, la indolencia, y la vergüenza de vivir en un país que se devora a sí mismo.
Los cubanos se han vuelto muertos en vida que no saben reconocer el problema propio, o el origen del problema que es muy claro. No. La represión, el adoctrinamiento, el miedo han hecho que los cubanos y las cubanas posen su vista y sus pensamientos en otra parte.
No son capaces de reconocer la miseria en la que viven, y mucho menos aceptarla. Porque para ellos Cuba no es un país triste, ni pobre. Para ellos Cuba es el país de la sandunga, de los mojitos, de los taxis caros, de las fiestas privadas.
Les impusieron depositar la vista en los problemas de otros países, criticarlos, canalizar el dolor propio con el dolor ajeno. Y así respirar mejor y decir: “menos mal que eso no ocurre aquí”. Cuando la realidad es que Cuba es un país que se muere de a poco, hundiéndose en un pantano pestilente donde sus problemas sociales y económicos son palpables, se pueden ver y leer todos los días, pero los cubanos no quieren verlo. Bajan la vista porque reconocer esos problemas conlleva demasiado.
Aceptar que Cuba es un país pobre, verse a sí mismos en esa encrucijada, es demasiado para ellos, porque esa aceptación viene atada a otras preguntas claves como: “¿Porque vivimos así? ¿Qué hicimos para merecer esto?” Y la pregunta más importante: “¿Por qué no hacemos nada para cambiarlo?”.
Aceptar que Cuba es un país triste requiere mucho valor, y los cubanos y las cubanas no lo tienen. Para ellos es más fácil atacar a sus amigos y familiares que piensan diferente, depositar todo su desprecio en los que alzan la voz, sin darse cuenta que esa es también la manera que tienen para justificarse a sí mismos. Y están por otra parte los que son conscientes de todo lo que ocurre en el país, los que siguen las noticias en las redes sociales, pero no reaccionan, ni comentan, y sobre todo, son los que piensan que no resolverán nada. Son los que se hacen llamar apolíticos, los que miran por encima del hombro como si el problema no fuera con ellos. Esos son los peores.
Esos cubanos y cubanas de a pie, forman parte de un rebaño de ovejas y por muy duro que suene, ayudan a perpetuar la tristeza de este país que se derrumba como ese balcón que cayó sobre las cabezas de aquellas tres niñas que jamás podrán olvidarse.
Sí, Cuba es un país muy triste.