Muere en la pobreza el poeta cubano Efraín Morciego

Este 26 de agosto murió en La Habana, sumido en ostracismo y pobreza, el poeta camagüeyano Efraín Morciego Reyes, a los 70 años de edad
Muere en la pobreza el poeta cubano Efraín Morciego
 

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Este 26 de agosto murió en La Habana, sumido en ostracismo y pobreza, el poeta camagüeyano Efraín Morciego Reyes, a los 70 años de edad.

Según publicó el diario digital 14ymedio, Morciego Reyes falleció la noche del miércoles en el Hospital Nacional de La Habana, tras una dura cirrosis hepática producto de su consumo de alcohol en los último años.

Efraín fue un poeta, novelista e investigador cubano. Cursó estudios en el Instituto Superior de Literatura Máximo Gorki, de Moscú. Fue presidente de la Brigada Hermanos Saíz en Camagüey. Trabajó como especialista de literatura.

Entre sus obras destaca Rústicas y rupestres (1978), Juan Olimpo, un primer teniente de catorce años (1981), El crimen de Cortaderas (1982), Provisiones de la memoria (1986), El monte de las cien caballerías (1989), Problemas con una Kriyumba (2003), Soledad privada (2011).

El medio independiente agregó que sus restos fueron inhumados esta mañana en el cementerio de Colón.

La Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) lamentó su muerte este jueves.

"Efraín protagonizó una memorable lectura en el centro cultural Cubapoesía durante los días de la Feria Internacional del Libro de la Habana. Una lectura de poemas  donde  Efraín Morciego recitaba sus versos con aquella manera peculiar que tenía  desde sus tiempos de juventud, con la imaginación del pintor y el teatrista, y del artista performático. Y así queremos recordarlo los amigos y rendirle homenaje. No con una nota necrológica, sino a través de sus versos", agrega la nota oficial.

ADN Cuba reproduce uno de sus últimos poemas publicados:

SOLEDAD PRIVADA

Allí están las medias de Nathalie

flotando en el patio.

Cada vez que aparece una prenda suya

la lavo enseguida

(y que no vaya a ocurrirle nada).

Cada vez también que prendo un cigarro

y arrojo la colilla por la ventana

tengo el temor de herir a Nathalie

pues veo flotar sus medias

dislocadas —como ella misma—

por el patio.

A veces se me olvidan

y quedan solas, en el cordel,

las huellas de mi hijita

flotando al aire de la medianoche

igual que ideas de marineros

(o de emigrantes).

Mis hijos corren hacia mí

por el calmante de una pesadilla

vociferando, de tanto protegerla,

la palabra imposible: ¡PaEfra…!

He aquí, padres del mundo,

los calcetines de una criatura

flotando a la deriva y al desamparo.

Las ropas de mis hijos

se han empapado en el Estrecho de La Florida

y todo lo que cuelga en mi patio

son dos gorriones de soledad.

 

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