Karel tiene 18 años, vive con su esposa enferma y una hija de tres años en el barrio marginal de Romerillo. Dice que encontró en las almejas del fondo marino una entrada de dinero para sobrevivir.
“Se las vendo a los brujeros para trabajos de santería, una bolsa con 120 almejas la pagan a setenta pesos”, Carol habla sin perder la cuenta de la centena y pico de almejas que debe colocar en cada bolsa. “Ya este saco lo tengo vendido. Tengo otro encargo”.
Mientras va llenando la bolsa su hija se le acerca y le hace mimos. Rengando de una pierna la esposa le da un vaso de agua. El tiempo de repente se ha vuelto caluroso. El sol de las tres le ha secado la ropa mojada del mar. Karel cuenta que se mete a las diez y no sale hasta después del mediodía, con el saco lleno.
“Me desplazo cada día por zonas distintas, si me quedo en un mismo sitio se acaban. Voy en el corcho revisando el fondo, cuando veo un banco bajo con la careta. Es un esfuerzo grande, pero tengo que hacerlo, si no con la necesidad por la que está pasando mi familia me come el león”.
“Con el salario que paga el estado nadie sobre vive”, dice Karel. Con un nudo marinero sella una bolsa y prepara otra para llenarla”. Un saco lleno me da sobre las diez bolsas, es decir casi 700 pesos, unos 30 CUC. Me meto dos o tres veces a la semana, le saco a las almejas unos miles, que total no me hacen rico, el tratamiento médico de mi esposa y las medicinas, más lo que gasta un padre de familia en una casa se lo llevan todo y al final me quedo en llantas”.
“Lo mejor que tiene este negocio es que no tengo que invertir nada. Solo el aire de mis pulmones, mi esfuerzo físico y el riesgo de perder la vida por un blacao, solo, y lejos de la orilla”.
Una curiosidad me saltó a la vista: ¿Qué trabajo de santería requerían almejas y cuántas se necesitaban para llevarlo a cabo?
Luis Suterang, natural de Guantánamo y vecino de la calle novena, conocida popularmente como La Aldea, de 72 años y con santo hecho, dice jamás haber escuchado que las almejas se utilizaran en trabajos de santería.
“¿Almejas? ¡Jamás! ¿Qué es eso? Se utilizan peces, como en el caso del pargo, para rompimientos, jicoteas y chivos para Shangó, gallos para Elegguá, gallinas para Orumila, y otros animales exóticos para santos mayores, pero ¿almejas? Primera vez que escucho eso”.
Carlos Samoa, de 91 años y también natural de Guantánamo, dice ser en la religión yoruba hijo legítimo de Shangó, con el signo Ogunda Ko. Tampoco sabe nada del empleo de almejas en los ritos espirituales.
“En el hotel Ramithe, de Trinidad y Tobago, donde estuve hospedado una vez, los viernes era día de asado y ofertaban almejas a la parrilla, sumamente exquisitas y nutritivas, pero solo te permitían tomar tres, porque eran muy caras. Creo que120 son muchas almejas para 3 dólares, ahí hay gato encerrado”.
Tirso Sánchez, viejo pescador de Jaimanitas, recuerda que cuando pasó el devastador ciclón Irma sobre La Habana, la costa quedó desecha y no hubo electricidad ni alimentos durante varios días.
“Algunas familias de pescadores sobrevivimos con las almejas que el mar sacó del fondo a la orilla. Solo había que añadirle sal y te restablecía completamente el organismo”, recuerda Tirso, aquel sábado por la tarde cuando cesaron el viento y la lluvia y la gente pudo salir a la calle. “Pero aquellas almejas del Irma se acabaron rápido, fue mucho lo que le cayó arriba”.
Tirso cree que el negocio de Karol es con extranjeros.
“El pobre, se cree inteligente y la verdad es que los yumas lo están estafando. A 3 dólares una bolsa de almejas es un regalo. Yo estoy seguro que en otros países una bolsa de almejas cuesta un huevo. Son altamente nutritivas y sanas, pero, ¿qué va hacer este pobre muchacho, con una niña chiquita y una mujer enferma?”.