El enemigo de mi amigo es mi enemigo: coleros y colados

 Ya el coronel Marrero, dizque primer ministro, ha hablado de estas huestes como si fuera un digno ejército
El régimen busca enfrentar a ciudadanos pata mantenerse en el poder
 

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Parecería que en Cuba la materia gris es la única que no se transforma. Se pierde, se diluye, se va. Y tras ella van, presurosas, las neuronas que han sobrevivido al calor y a la economía planificada, que tanta necesidad ha provocado. Lo cierto es que los sesudos que inventan y mandan no ponen una. Cada intento de solución a un problema crea otros, infinitos, muchos infinitos problemas innombrables.

 Ya no es el bloqueo el mago de hoz que desaparece lo que el pueblo necesita, porque el pueblo, tan suspicaz y desconfiado, se pregunta por qué los dirigentes tienen lo que al pueblo le falta, si hay bloqueo. ¿O es que el bloqueo norteamericano, el cruel bloqueo que a veces se llama embargo, tiene algún acápite, en forma de agujero, que permite comprar en los Estados Unidos para algunas personas y para otros no?

 Un viejo dicho popular dice que “la necesidad hace parir mulatos”. En la Cuba actual el dicho varía un poco: “la escasez hace parir coleros”, esas personas que se han convertido en profesionales marcando en las filas de los sitios donde sacarán a la venta productos de primera necesidad, y que ahora son criminalizados por el estado ineficiente. Los coleros son los monstruos, los más egoístas del planeta, los nuevos mercenarios. Y por ello hay que combatirlos.

 La solución ideada es crear “brigadas de respuesta rápida” al fenómeno, lo que H. Zumbado, en su infinita comprensión del cubano moderno habría llamado “los anticoleros”. Seres llenos de cólera que intentan combatir a los coleros, para convertirse, a su vez, en intermediarios sobornables. Son la anticola de la cola. Luchadores de la antilucha. Los encargados de perseguir, denunciar, multar y derrotar a quienes supuestamente desabastecen el desabastecimiento. Franz Kafka se orina de la risa en el cielo del absurdo.

 No es en Roma, donde más culto se le ha rendido a Julio César, el gran emperador, sino en esa pequeña isla del Caribe llamada Cuba. Era, fue siempre, junto a Alejandro Magno, el ídolo del Delirante en jefe, que mantuvo siempre en su escudo de guerra abierta contra los cubanos el lema cesariano de “Divide y vencerás”. Siempre fue así, un cubano contra otro. Lo mismo enseñaba a ensañarse con el que partía lejos, que al que no quería ser como mandaban. Por eso los viejos campesinos, tan sabios, dicen siempre que “no hay peor cuña que la del mismo palo”.

 Antes fueron otros, siempre cubanos, a quienes el gobierno y el partido orientó repudiar, rechazar, golpear y odiar. Ahora organiza de nuevo esas hordas fascistas que son las “brigadas de respuesta rápida”, tenebrosas en su objetivo y en la calaña de sus miembros. Hay que envidiar mucho para integrar uno de esos grupos. Hay que odiarse muchísimo uno mismo y odiar a los demás para caer tan bajo, para actuar vigilando y reprimiendo, haciéndole juego a la frustración de un estado inútil, que es el primero y mayor culpable de la desgracia del pueblo.

 Ya el coronel Marrero, dizque primer ministro, ha hablado de estas huestes como si fuera un digno ejército. Pero el colmo de la idiotez y el ridículo se lo lleva Daniel Fuentes Milanés, presidente del Consejo de Defensa de Camagüey, que comparó a los anti coleros o contra coleros con los asaltantes del cuartel Moncada y los expedicionarios del Granma, porque en Cuba la dictadura tiene urgente necesidad de pintar de heroísmo cualquier bajeza.

 Esta nueva maniobra de distracción no resuelve nada. Por el contrario, alimenta la sorda violencia que ya se siente en toda la isla, y la división y la discordia. Yoani Sánchez, en un lúcido artículo, señala y desnuda el nuevo fenómeno mejor que nadie cuando dice: “Aunque les enseñe los dientes y los muestre en las pantallas como el nuevo adversario al que derrotar, lo cierto es que el castrismo necesita a los coleros y los acaparadores –entre otras razones– para poder hacer llegar productos allí donde la ineficiencia estatal no alcanza. Son, en definidas cuentas, herramientas de distribución que regulan el mercado, no bajo las reglas del igualitarismo y la justicia social, sino a partir de la demanda y del poder adquisitivo del cliente”.

 Así que, aunque los vistan de seda, delincuentes oficiales se quedan.

Parecería que dentro del aparato estatal no hay un cerebro sano o completo. Están tan dañados con consignas y rabiosas batallas inútiles que no hay cordura. Un país que necesita paz, que, en lugar de estimular a los emprendedores, los margina y vigila, y reúne un ejército de vagos para controlar unos molotes que provoca la desidia, el desabastecimiento y el fracaso económico. Reprimir en lugar de crear. Aplastar a otros en vez de sembrar y trabajar.

Matan varios pájaros de un solo tiro, tienen al pueblo ocupado con ideas absurdas y de paso, ese mismo pueblo le hace el trabajo sucio a los represores. La dictadura saca al policía que todos llevamos dentro, que ahora mirará la paja en el ojo ajeno y no el hambre en el propio, y de paso se sentirá importante, estimado, considerado por esos camajanes que nunca le han dado un palo al agua, y que promulgan la mendicidad como única manera de echar adelante un país.

Ya escucho el bramar de la tropa aguerrida. Ya llegan a mis oídos los gritos de odio y absurda bravura. Y un lema, un lema de estos tiempos: “Coleros, por el comunismo, ganaremos la emulación”.

No hay en el mapa país más desolado y absurdo. Un sitio que un día fue hogar de personas honradas y luminosas, hoy apagado, con la negrura de ese agujero en el que se hunde más y más.

 

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