Delicias de la culinaria castrista: sustituyen el pan por el casabe en localidad de Camagüey

Las cafeterías de Sierra de Cubitas venden casabe, croqueta con casabe y lasaña de casabe
Casabe por pan
 

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Si Picasso y Dalí se asomaran desde un balcón del paraíso a las cafeterías en Sierra de Cubitas, Camagüey, de seguro le pedirían al Creador licencia para resucitar y dejar plasmadas en lienzos maravillosos las delicias de la culinaria castrista que allí se ofertan.

Porque en esa provincia del oriente cubano la gastronomía alcanzó el éxtasis onírico. En ella se mezclan pulsiones subconscientes y el regreso a los orígenes primitivos del hombre con tal de garantizar el magro condumio de la localidad, rica en vacas y en carne antes de la era de los Castro.

El casabe, invento de los aborígenes, sustituye al pan y se junta con la croqueta; alguien inventó una lasaña a base del mejunje arcaico, hecho con la masa de la yuca. Dicen que la cosa no es tan grave porque tiene “excelente gusto al paladar”. Y ya están los que celebran este regreso al pasado por lo que posee de “rescate de las tradiciones” e incentivo de las dietas saludables.

Los maestros del surrealismo ya pueden divertirse, ellos, que tanto amaron las estatuillas polinesias, las máscaras aztecas, los ritos funerarios de la antigüedad y todo lo que oliera, se viera y pareciera remoto, ancestral, salvaje.

En otras ocasiones ADN Cuba ha reportado casos como el de Sierra de Cubitas. En el municipio Tercer Frente, de Santiago de Cuba, hay cubanos que merecen el título de emperadores o dioses de la inventiva, porque si de innovar se trata, llegaron al colmo de la imaginación: mayonesa de plátano burro.


Pero aquí no termina el asunto; en la jornada organizada por una sede universitaria municipal se exhiben otras “maravillas” de la fantasía popular: hornos criollos que funcionan con aserrín, frito de chaya con picadillo y, como si viniera al caso, muchas fotos de Fidel y Raúl. Había que rendir homenaje a los dos cubanos que más hicieron para convertir a los isleños en magos, de tanto privarlos de comida, ropa, herramientas y combustible.

También hubo un evento dedicado a la prevención de enfermedades mentales. ADN Cuba no pudo saber qué psicopatologías se trataron allí. Lo que llama la atención es el abigarramiento de la jornada: lo mismo un horno hecho con viejos tanques de agua que preocupaciones por la psiquis y honores al Comandante y su hermano menor. André Breton habría saltado de alegría ante tantas cosas sin conexión unidas por el azar y la necesidad.

Nadie sabe con certeza a quién se le ocurrió el pomposo nombre “Día de la Ciencia” para semejante inventario de respuestas a la necesidad cotidiana del cubano. Pero así fue; al parecer, como la exposición la organizaron en una sede universitaria, los creadores decidieron ponerle un rótulo a la altura de tan académica institución.

 

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