Asesinato de carretilleros en una esquina de La Habana

En el barrio Romerillo, del municipio Playa, Joaquín Vázquez siguió desde sus inicios, y en detalles, el último asesinato entre carretilleros, ocurrido en la esquina de avenida Novena
Carrtillero en las calles de La Habana
 

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Pudiera pensarse en machetazos, o tiros, pero esta defunción de carretilleros es la lucha por mantener el sitio donde se ganan la vida. Utilizan la delación contra sus compañeros como el arma del crimen. Provocan el decomiso de la carretilla, el dinero de la venta y las multas, la peor de las muertes para un cuentapropista.

“Es muy común entre carretilleros que se manden a matar con la policía, o con los inspectores, en los barrios”, dice Joaquín Vázquez, un padre de familia que sobrevive revendiendo en la calle puré de tomate y papel sanitario.

“El suministro de datos es en este caso el machetazo o el tiro”, asegura.

“La información si el carretillero a matar está trabajando sin licencia, si los productos son de dudosa procedencia, o si es un oriental sin cambio de dirección, es gratificada por los inspectores estatales, los que más se benefician en este crimen cuando cogen dinero al cash si las víctimas les suplican por su vida”.

En el barrio Romerillo, del municipio Playa, Vázquez siguió desde sus inicios, y en detalles, el último "asesinato" entre carretilleros, ocurrido en la esquina de avenida Novena, donde coinciden un agromercado particular con dos carretillas, de jóvenes emprendedores que quieren crecer en el negocio.

 

 

“Uno de los carretilleros de Novena es Nando, quien de repente comenzó a destacarse en la esquina por su solvencia. El dueño del agromercado y el de la otra carretilla comenzaron a mirarlo con envidia. Porque se cree el bonitillo, dijeron, y siempre está piropeando a las mujeres, que les ríen la gracia. Le cazaron la pelea. Lo sacaron por el techo”, narra Vásquez.

Nando vivía alquilado con su novia en una casa cerca de la esquina donde pone la carretilla. En sus deseos de prosperar, en los últimos días había comenzado a vender entre las viandas y las frutas, otros productos que no eran propiamente del agro, como puré de tomate La estancia, café La Llave, detergente, aceite y pastas, casi todos provenientes de las tiendas de divisas. 

“Fue un crimen organizado”, recuerda Vásquez, que estuvo al tanto de cómo se urgió la trama, entre el dueño del agro y el otro carretillero de la esquina, para chivatear a Nando con los inspectores y la policía.

“Prepararon un plan en detalles. Fijaron el sábado, día de feria, como perfecto para sacar de circulación al enemigo. Ese día se hablaron por señas, para no levantar sospechas. Se cercioraron de que Nando tenía su quincalla armada entre las malangas, los boniatos y las yucas”, cuenta.

 

 

“Llamaron por teléfono a una inspectora amiga y le dieron el santo y seña de Nando y su listado de productos ilícitos. Además de soplarle que estaba trabajando sin licencia desde 2017. Cayeron sobre el muchacho como una tromba. Se lo llevaron detenido”, añade.

“Lo soltaron  a los tres días con una multa que no la brinca un chivo”, concluye Vásquez.

Le decomisaron la carretilla y el dinero. No pudo seguir viviendo en el alquiler, la novia lo dejó, ahora tiene que regresar a su provincia con el rabo entre las patas. “Está más muerto que vivo”.

Otro afectado en el hecho es el jefe de sector, al que apodan en el barrio Cinco Pesos, la tarifa que impone para mantener el orden en las carretillas. Ante la pérdida de la entrada diaria que le aportaba Nando, el policía se lamenta. Le ha subido la presión arterial y disparado el azúcar. Aún no se explica cómo el dueño del agro y el carretillero tramaron tal plan a sus espaldas, que al final terminó también por sacarlo a él de circulación.